No hacía falta esperar a hoy para afirmar que la era Perasovic alcanzó su pico la pasada temporada. El equipo tocó el cielo, una vez más, en Eurocup, y lo rozó en liga Endesa con unos números que rompieron las estadísticas de la historia del club. Un modelo en el que Perasovic redondeó un estilo que el club ya conocía muy bien de las épocas de Spahija y Pesic, un ADN conocido por todos, que no engaña a nadie, hasta el punto de tenerlo siempre presente sobre el naranja de la camiseta: cultura del esfuerzo.

Lo difícil no es llegar, sino mantenerse: otra afirmación, que pese al tópico, se ha asentado en el Valencia Basket. Y es que parece que la frase y este modelo sustentado por el físico van de la mano. El desgaste que produce el modelo que Valencia Basket ha instaurado en los últimos años ha sido directamente proporcional al nivel de éxitos. Un jugador que viene a Valencia vestir de naranja sabía que venía a un equipo competitivo, pero en el que sin apretar los dientes no tendría ni una oportunidad. En definitiva, un modelo, en el que llegar arriba sacia el apetito especialmente.

Nadie puede negar que el modelo balcánico ha funcionado a la perfección en Valencia, pero el fin de estos proyectos que tanto han ilusionado a la Fonteta empiezan a requerir un análisis para evitar que vengan seguidos de la llamada temporada de transición. En esta campaña 14/15, además de estas características fijas, otros agravantes han entrado en escena: La venta de Lafayette, junto a los problemas físicos de Van Rossom le han quitado al equipo el poderío que el año pasado presentaba una dupla perfecta en el puesto de base. Y sobre todo, la venta de Doellman, uno de los mejores jugadores que ha pasado por el Club y pilar a partir del cual se apoyaba el equipo el pasado año.

Las primeras jornadas ya evidenciaban como los sistemas en ataque echaban en falta al pívot estadounidense, que con el balón en las manos le daba un sentido y una regularidad en ataque que Valencia Basket sigue sin conseguir. Una temporada que se ha afrontado de la misma forma a la anterior, pero que parece no haber contado con las salidas importantes, o el bajón físico de otras claves del equipo tales como Romain Sato, cuya diferencia entre esta campaña y la anterior es notable. A todo esto, hay que sumar las inoportunas e irremediables lesiones que parecen afectar al equipo de manera continua: Lishchuk, Van Rossom y Dubljevic, que se pueden denominar como tres de los veteranos pesos pesados, no han podido encontrar la regularidad por los problemas físicos. Un problema el de las lesiones que alcanzó su máximo en el partido de vuelta ante el Khimki en cuartos de final de la Eurocup, ya con Carles Duran en el banquillo, y que fue clave para que los taronja no compitieran aquella tarde.

Ya en el presente, y con vistas puestas en el futuro, Pau Ribas, que ya tiene novias por media Europa y cuyo rendimiento no está siendo el mismo en las últimas semanas, se ha convertido en la piedra angular del Valencia Basket de Carles Duran, que le ha dado una cara nueva al equipo, con importantes diferencias respecto al pasado, pero que tiene en la irregularidad su principal déficit.

Por sensaciones en la temporada, y por la posición que ocupa, la no clasificación de Valencia Basket para Playoffs sorprendería tanto como que el equipo tuviera un papel protagonista en los mismos. Ante este panorama, y con la frustrante a la par que probable sensación de que el pescado esta vendido esta temporada, Valencia Basket debe valorar por que apostar para la siguiente campaña: una planificación, que tome el rumbo que sea, sea consecuente hasta el final con un modelo, y sobre todo, conociendo los límites de las piezas con las que se vaya a contar. Volver a empezar de nuevo, algo que Valencia Basket ha demostrado saber hacer muy bien, y hacerlo de cara a lo que se puede conseguir con lo que se vaya a tener, y no tratar de conseguir con lo que ya se tuvo.

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Sobre el autor
Sergio Zarco
Periodismo En la Universidad Jaime I de Castellón