En un tiempo en el que al presidente de los Estados Unidos se le ocurren las cosas que se le ocurren es de agradecer que a la NBA se le antoje, por tercera vez en una década, llevar su “tenderete” del All-Star a una ciudad como Nueva Orleans. Y más si esa tercera vez recae en la ciudad del Mardi Gras para castigar la desquiciante idea de Charlotte, ciudad inicialmente prevista en este 2017, de legislar en contra de la comunidad gay. Y es que la gran ciudad de Lousiana y el Misisipi es un ejemplo de diversidad cultural, étnica y de libertad religiosa que alcanza su máximo esplendor precisamente en estas fechas con la celebración de su tumultuoso carnaval.

Hasta ahí lo positivo del All-Star. El resto no fue más que una constatación de lo que se percibe año tras año desde hace algo más de una década: el partido de las estrellas es un timo. 

La NBA debería plantearse seriamente la posibilidad de cambiar el formato de esta actual pachanga infame en la que el baloncesto parece ser lo de menos. Y es triste porque nos encontramos, probablemente, ante la época de mayor talento global en la historia de la liga.

El resultado del “¿partido?” de esta madrugada es una broma. Cuando las mejores imágenes del fin de semana de las estrellas son los mates de los niños; Beyoncé, Jay-Z y Spike Lee en las primeras filas; las bromas entre los jugadores; la interpretación del himno; Ronaldinho entre bambalinas recibiendo las carantoñas de las principales figuras de la liga; o Stephen Curry “cuerpo a tierra” ante la galopada de Antetokoumpo, es que algo falla. Y no es que todo eso esté muy bien, que lo está, sucede que el espectáculo debe de suponer algo más. Y la NBA pierde si su evento más global se convierte en lo que estamos viendo en los últimos años.

No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor aunque en este caso y a riesgo de parecer “abuelos cebolleta” nos arriesgamos a decir que sí. Porque en los 80, en los 90 y hasta en los inicios de este siglo XXI de Trump, burbujas inmobiliarias y vallas con pinchos, el All-Star tenía mucho de espectáculo y bastante de partido. Mucho según se acercaba el final. 

El Este y el Oeste bregaban por ser los mejores. Y demostrarlo, eso sí, en un ambiente festivo y rodeado de espectáculo. Shaq y Magic eran únicos a la hora de crear ese ambiente fuera de la cancha. En el parqué el último tiro de Mike en 2003; Magic e Isiah; Iverson en 2001; Garnett, Stockton y Malone o Tom Chambers por citar sólo algunas de los cientos de imágenes que todos los aficionados recuerdan.

Es hora de cambiar el rumbo. La NBA podría ofrecer otros incentivos para que el partido tenga un mínimo de dignidad competitiva. Tal vez premiar a los ganadores con un puesto más para su conferencia en la lucha por los playoff. Rondas de draft. Un encuentro USA-Resto del mundo. Tal vez… algo distinto a lo de ahora. El espectáculo debe continuar.