En dos juegos, Golden State dio ejemplos claros para entender por qué es uno de los dos equipos más temibles de la NBA. En el primero, remontó una desventaja de 25 puntos y se impuso a unos Spurs descolocados por la lesión de Kawhi Leonard. Anoche, nuevamente sin la presencia de su jugador fundamental, los dirigidos por Gregg Popovich sufrieron una de las derrotas más abultadas en la historia de la franquicia en Playoffs, propinada por un equipo que no se detiene cuando huele sangre.

Desde el primer cuarto, la superioridad de un equipo por sobre el otro se hacía estruendosamente visible. Acrecentada a medida que el resultado se volvía más distante, pero principalmente en la alarmante falta de reacción de San Antonio a cada golpe de los locales. Stephen Curry se encargó de hacer sentir aún más la ausencia de Leonard. En lo que va de la serie, es amo y señor del papel protagónico. Sus 29 puntos, sumados a los 40 anotados en el primer encuentro, ponen en cartelera que nada tienen para hacer los Spurs en las Finales de Conferencia sin su mejor defensor. 

En ese contraste tan acentuado, el final del partido ocurrió como un suspiro final. Esos minutos finales en el que se quitan el polvo los reservas de los reservas y que sólo sirven para maquillar o abultar el resultado. Sucedió lo segundo. Porque a Golden State lo han construido sin freno de mano. Y a San Antonio y Popovich poco les importa perder por uno o mil puntos. 

La serie se muda a Texas. El tercer partido de la serie tendrá lugar allí el próximo sábado. Dos realidades opuestas: la de un equipo dispuesto a pisotear a quién se cruce para llegar a las Finales, y la de otro que corre contrarreloj para rearmar el rompecabezas y dar batalla. Pero esto es la NBA y la lógica suele dormirse temprano.