El encuentro que cerraba el XXIII Campeonato Mundial Universitario enfrentaba a unos contendientes que habían hecho méritos de sobra para llevarse el torneo. Al igual que en la categoría femenina, se citaban en la final dos conjuntos que habían compartido grupo. Sin duda, el triple empate que se produjo en la tabla clasificatoria del grupo B, que se saldó con el deceso de las esperanzas medallistas egipcias, era otra señal preclara de que la calidad era denominador común entre sus integrantes.

Rumanía y Corea del Sur se habían impuesto en los cruces de semifinales disputados el día anterior a España (29-26) y Japón (33-30) respectivamente. En el caso de la selección europea, había conseguido derrotar a los anfitriones al preservar durante el segundo periodo la sustancial ventaja que había amasado durante la primera parte (18-11). Por su parte, la selección procedente de la península de Corea había sentenciado a "sus vecinos japoneses" a disputar la final de consolación gracias a una buena actuación en los estertores de un encuentro en el que primó la igualdad.

La apisonadora rumana se pone en funcionamiento

Los rumanos arrancaron de manera fulgurante los sesenta minutos, inicio que les permitió ponerse 4-0 arriba. Mientras tanto, el estreno coreano se postergaba gracias a las intervenciones de Iancu. La brecha fue acrecentada por Grigoras, que anotó dos tantos consecutivos tras ejecutar un lanzamiento de cadera y un contraataque. El tiempo muerto que solicitó entonces el técnico Kim Manho estaba más que cantado (6-1, minuto 6).

El resultado del mismo fue que el ataque coreano consiguió clarificar sus ideas, de mano de un Lim que tomó la manija anotadora, mandando al fondo de la red varios lanzamientos exteriores (7-4, minuto 11).

La mejora adversaria fue aplastada por el pivote Rotaru, el lateral Grigoras y el central Sandru, al imponer su particular "dictadura", anotando un parcial de 4 a 0 que ponía tierra de por medio con los surcoreanos. Su potencial atacante fue demostrado por el central, al optar por ejecutar un contraataque lanzando un certero obús desde los once metros en lugar de penetrar en carrera en el área de portería.

El máximo goleador de la final fue Grigoras (13 tantos)

La selección asiática certificó el fin de su sequía en ataque (15-10, minuto 28) coincidiendo con la aparición estelar en el juego de sus extremos. La defensa rumana demostraba un gran nivel, al emplearse con intensidad en marcar a sus contrarios y cubrir todos los huecos que estos pudieran emplear para escabullirse y marchar sobre la meta.

El arreón coreano de los minutos finales cayó en saco roto al no implicar un acercamiento en el marcador, ante la aparición fulminante de Iancu para frenar las oleadas de contraataque rivales, deteniendo varios lanzamientos de manera consecutiva (16-10, minuto 30).

Los surcoreanos se estrellan contra un muro

El comienzo de la segunda mitad estuvo marcado por la conjunción y alianza entre la triada conformada por Sandru, Grigoras y Capota y el acertado guardameta, que permitió a la selección de Europa del Este mantener su supremacía. La mala suerte se cernió con el conjunto asiático cuando su principal referencia ofensiva, Lin, tuvo que abandonar el terreno de juego al sufrir una conmoción derivada de un fuerte golpe en la cabeza.

La portería rumana mantuvo al combinado

A partir del incidente, ambos equipos empezaron a desarrollar un juego total, por el que se sucedieron ataques rápidos que les permitieron engrosar sus respectivas cuentas goleadoras (20-14, minuto 38).

En ese contexto empezó a cernirse la exhibición de Iancu: el guardameta comenzó a realizar un sinfín de paradas ante las múltiples llegadas rivales que se traducían en situaciones clamorosas de gol, como si balón y portero fueran los polos opuestos de un imán, que se atraen entre sí. Una actuación digna de guardar en hemeroteca, que resultó inalcanzable para un portero adversario que precisamente no estuvo desacertado.

La importancia de su actuación residió en que permitió mantener la ventaja de su equipo en un momento en el que los coreanos llegaban repetidamente a la portería rival como respuesta a las numerosas infracciones e imprecisiones de un ataque rumano atascado.

El partido se convirtió en un duelo en la portería, ya que el marcador se mantenía impertérrito. Finalmente, Dabeen An rompió la racha al conseguir culminar con éxito el enésimo contraataque. Los coreanos celebraban cada gol como si de la propia final se tratase, puesto que batir al guardameta rival no era moco de pavo (21-17, minuto 48).

La leve reacción coreana fue neutralizada de nuevo por las intervenciones de Iancu y por los goles en contraataques y en penetración de los laterales adversarios, que pusieron tierra de por medio con un parcial de 4 a 1 (24-17, minuto 53), que dejó el torneo visto para sentencia.

El ambiente se relajó, y el encuentro entró en una dinámica en la que disminuyó el ritmo y la presión del juego. En esa línea, el entrenador rumano sacó a pista al segundo equipo rumano, dando la oportunidad a jugadores que habían contado con pocos minutos en pista durante la fase final para que tuvieran su minuto de gloria (27-20, minuto 59).

La nota cómica del partido la puso el cuadro masculino portugués, que se personó en el escenario de la final y demostró a todo el público presente sus dotes animadoras y recreativas. El estadio se acabó convirtiendo en toda una celebración entre las selecciones internacionales presentes en el parqué y la grada. Sin embargo, los jugadores asiáticos eran los únicos en quedarse fuera de la fiesta. Nada habian podido hacer ante los justos vencedores del campeonato.