Hace 29 años Víctor Sastre, padre de Carlos Sastre, creó en la localidad avilense de El Barraco la escuela  de ciclismo Ángel Arroyo, hoy llamada Fundación Víctor Sastre, con la intención de apartar a la juventud  de la droga que la consumía en la década de los años ochenta. En aquella escuela que comenzó siendo el sueño de un ciclista de alma, corazón y vida, anidó el talento de un joven inconformista del pedal que vino al mundo para atacar y romper piernas sobre las paredes y rampas de la empinada orografía española.  Aquel hombre, aquel apasionado del ciclismo sin ser consciente de ello dio cobijo a un chico de once años que guardaba en la fuerza motora de sus fibrosas piernas la imponente presencia de una de las más poderosas lunas del sistema solar: Titán

Chava escaló la empinada pared del deporte más duro y menos agradecido que conozco, subido en la montaña rusa de las emociones

Y es que José María Jiménez Sastre “El Chava” Jiménez, que huyó siempre del verdadero y tradicional apodo de su familia (Chabacano) por las negativas connotaciones del mismo, debe ser recordado como lo que verdaderamente fue: un Titán del ciclismo. En su figura el aficionado encontró al ciclista más impactante desde la retirada de Induráin, también al más polémico e irregular. Capaz tanto de hacer un diez y coronar la leyenda dejando sin piernas ni oxígeno a sus adversarios, como de permanecer perdido en la cola del pelotón del olvido. Y es que Chava escaló la empinada pared del deporte más duro y menos agradecido que conozco, subido en la montaña rusa de las emociones.

El ciclista con denodados esfuerzos e interminables jornadas de preparación recogió los frutos a su trabajo y talento convirtiéndose en escalador referencial de su época, pero el ser humano vivió de forma tan trepidante las sensaciones extremas que experimenta el deportista de elite, que cuando creyó apoyarse en las poderosas y firmes piernas del ídolo, se hundió en el lodo de su propia realidad.

En su figura el aficionado encontró al ciclista más impactante desde la retirada de Induráin

El Chava que se inició profesionalmente en el ciclismo en el equipo Banesto en el año 92, en el que debutó con una subida al Naranco, permaneció fiel a ese maillot hasta el día en que entró a formar parte de la malograda lista de los juguetes rotos del deporte, en su caso bicis rotas de dolor. Aquellas que usó un tipo que emocionaba sobre la bici, un escalador explosivo, muy ofensivo y contrario a las órdenes de equipo. De talento inconmensurable sus plantes y polémicas en el pelotón, fueron casi tan sonadas como sus grandes triunfos.

Olano padeció en muchas ocasiones su inconformismo, su ataque continuo, su personal e intransferible concepción del ciclismo. La afición por su parte no puede olvidar la maravillosa etapa que coronó en Angliru en el año 99, en la que a 50 metros de la meta, bajo una densa y espesa cortina de niebla, Chava que subía ‘sin cadena’ dio caza al ruso Tonkov y ganó la etapa en la bajada a meta tras coronar la cima que todo ciclista sueña. Un triunfo de etapa al que se le quiso buscar otra versión obviando el maravilloso espectáculo de su subida, donde Chava cimentó sin duda su triunfo. En cualquier caso la historia de aquella etapa quedará para siempre perdida en el brumoso recuerdo y la espesa niebla de su leyenda. Aquella que también nos dejó un campeonato de España de fondo en carretera y varios triunfos parciales en vuelta a España protagonizando emotivos duelos de altura con Roberto Heras.

La aduladora mueca de la fama y la popularidad, le abocaron a hundirse en el cenagoso pantano del desorden psicológico y la depresión.

Su último triunfo en las rampas de Arcalis, en una cronoescalada que ganó a su cuñado Carlos Sastre (un hermano), escenificó el epitafio de un Titán sobre la bici y un hombre perdido sin pelotón. Chava fue de aquellos tipos que perduran para siempre en la memoria, pues fue de los pocos a los que vi aguantar a rueda de otro legendario ciclista malogrado como Marco Pantani, algo de lo que muchos no pueden presumir. Seguro que allá arriba Marco y él suben cada día a sus bicis para coronar las nubes del cielo, donde Pedro González pone voz a uno de los duelos más bonitos que conoció la escalada ciclista. Todo lo demás, toda la polémica suscitada, formará parte de la banalidad, pues lo verdaderamente real, es que el Chava fue un grande del ciclismo, un joven que trabajó duramente en aquel anónimo esfuerzo diario que el aficionado no ve y en su caso le llevó a la cima. Aquella en la que la aduladora mueca de la fama y la popularidad, le abocaron en 2001 a la retirada y a hundirse en el cenagoso pantano del desorden psicológico y la depresión.

"Mi hijo ha muerto como siempre vivió, al ataque y de repente".

Entonces aquel ser humano que encontró en Carlos Sastre a su cuñado y compañero más fiel, perdió el control de su bici y su vida para súbitamente marcharse sin decir adiós. A las diez y media de la noche de un seis de diciembre de 2003, mientras enseñaba a sus compañeros las fotos de sus éxitos sobre la máquina infernal, un infarto detuvo su corazón de Titán en el pulcro hospital psiquiátrico de las Hermanas del Sagrado Corazón.  Su madre Antonia, que como todas, además de madres son sabias, al conocer la noticia resumió en una frase toda una vida: “Mi hijo ha muerto como siempre vivió, al ataque y de repente”

Mucho se ha hablado de los motivos de su partida pero estas líneas solo pertenecen al recuerdo, a su memoria, aquella que pulula en torno al frío glacial de la Paramera, en El Barraco, donde un tríptico de emociones se materializa físicamente en una estatua suya esculpida por su hermano Juan Carlos, una calle que lleva su nombre y un camposanto en el que descansan los restos de un Titán. Un juguete roto que hace ya ocho largos años colgó para siempre su rebeldía y genialidad en la inmortalidad de sus hazañas, en aquel lugar en el que la carretera se convierte en una insalvable pared.