Cuando faltaban más de 50 kilómetros a meta en la París-Roubaix de 2012, Tom Boonen daba una machada letal a la prueba, con un ataque en Mons-Én-Pevéle, la penúltima gran dificultad de aquella edición. El ciclista belga acabaría aquella edición con más de minuto y medio sobre el siguiente grupo y a casi dos minutos de los demás favoritos, que llegaron a cuentagotas. Había ganado su cuarta París-Roubaix, había igualado a Roger de Vlaeminck en cuanto a triunfos -cuatro para cada uno-. Las comparaciones con su precedesor fueron inmediatas y, con 31 años, la esperanza de volver a verle levantando el adoquín fructuaron. Parecía que el récord de De Vlaeminck tenía las horas -o los años, en este caso- contadas.

No tardó en saltar el primer cuádruple ganador de la París-Roubaix a estas comparaciones. El compatriota de Boonen acusó a éste de "competir contra rivales de tercer nivel". No le faltó razón al belga. La ausencia de Cancellara en aquella edición, su máximo rival, le propició una victoria más fácil de lo previsto. "Monsier París-Roubaix", uno de los apodos que recibió De Vlaeminck al rendir tan bien sobre la prueba francesa año tras año, se las tuvo que apañar con Moreno Moser, Herman Van Springel, Freddy Maertens, Eddy Merckx e, incluso, Bernard Hinault, por decir solo algunos. Tal vez ese día tuviese razón, pero no empañó la gran victoria de Boonen en el velódromo.

Boonen igualó a De Vlaemicnk en Roubaix, pero le rebasó en el Tour de Flandes. (Foto: Zimbio)

Ganador de las mejores clásicas del calendario y considerado como uno de los mejores de toda la historia del ciclismo, que lo es, Roger de Vlaeminck no encontró en el Tour de Flandes el amparo, la suerte y las piernas de las que tanto disfrutaba en Francia pocos días después. Quizás el terreno francés le diese buena suerte, quién sabe. La cuestión es que, en sus quince años como profesional y sus numerosas victorias (más de 200 en todos sus años en activo), solo pudo ganar la edición de 1977 del Tour de Flandes, la que es considerada como la más mítica y más recordada de la longeva historia de momentos y recuerdos legendarios que ha dado De Ronde a la historia del ciclismo.

Un joven, un veterano y alguien muy odiado

Corrían los años 70 y en cada carrera que participaba, Eddy Merckx, por puro carácter y buenas piernas, quería ser protagonista. Fuese subiendo, bajando, sprintando en meta o en una meta volante, el ciclista belga siempre quería ir primero. Su forma de correr se ganó adeptos entre los aficionados, pero enemigos entre sus compañeros de pelotón, muy perjudicados por el belga y su ansia de ganar siempre, en cada etapa, en cada clásica, cada vez que se montaba en su bici de aluminio y vestía su maillot marrón del conjunto Molteni. Su irrupción en el ciclismo duró desde 1966 hasta mediados de los años 70, un tiempo más que suficiente para erigirse como el más grande, el más admirado y el más odiado de la historia.

Cada vez que el belga de Bruselas ganaba, alguien quedaba segundo y salía perjudicado. No había forma de pararle. Se ganó un par de enemigos en la carretera de por vida. Uno de ellos fue Roger de Vlaeminck, de su misma época, apodado "El Gitano". Buen sprinter, mejor clasicómano, el belga de Eeklo fue quizás el mayor rival de Merckx. Sus más de 200 victorias como profesional, algo hoy reservado a los más puros sprinters, no fueron suficientes de saciar una sed de triunfos que, de no ser por el de Molteni, hubiesen sido muchos más. Más monumentos, más etapas en las grandes vueltas y una sombra más alargada sobre la que Boonen, hoy en día, no pudiese acercarse. En 1977, como Merckx, De Vlaeminck también sentía el peso de la edad sobre sus fornidas y ganadoras piernas.

Sangre nueva era lo que necesitaba Bélgica para no darle el dominio de la especialidad más belga a vecinos como los italianos u holandeses. Y fue eso, precisamente, lo que encontraron en Freddy Maertens, cinco años más joven que De Vlaeminck y siete más que Merckx. Era el futuro cuando ambos acordasen su retirada. Un futuro que rápidamente se convirtió en presente a mitad de la década de los 70, y que en 1977 explotaría como ciclista todoterreno, al igual que sus dos férreos rivales. No lo sabía, pero en ese año, vestido de campeón del mundo, ganaría la París-Niza, la Volta a Catalunya, la Vuelta a España, con récord de victorias en una misma edición (13) y hasta siete etapas del Giro de Italia. Pero antes de eso tenía una cita con una nueva edición del Tour de Flandes.

Avisos canibalescos

En 1977 Merckx no era el Merckx de unos años atrás. El Caníbal ya no era aquel ciclista dominador de principios de los setenta. Seguía siendo el Caníbal, sí,pero era un poco menos caníbal en competición. Aquel puñetazo mientras escalaba Alpe d'Huez durante el Tour de 1975 le había marcado un antes y un después en su carrera. Menos victorias, menos dominio y ruptura con su equipo, el conjunto Molteni. Tras seis años y varios centenares de triunfos, Merckx cambió de equipo en 1976 y se fue a Fiat. Solo la Milán-San Remo había iluminado el palmarés el año anterior de una leyenda del ciclismo que poco a poco se estaba apagando. Freddy Maertens, Jan Raas, Giuseppe Saronni, Francesco Moser, etc...Al belga le habían salido varios huesos a finales de la década, que coincidieron con sus años más grises.

Pero Merckx, que sabe que no está en su mejor momento pero pese a ello no se corta, avisa a sus rivales cuando se acerca una nueva edición del Tour de Flandes. Una mononucleosis antes del inicio de la temporada había debilitado al belga, que ni se autodefinía como uno de los favoritos al triunfo final. Pese a que no se encontraba en plena forma, dice poco antes del inicio que solo viene al Tour de Flandes a probarse, a ver si puede aguantar combativo más de 200 kilómetros. No se lo creían sus dos máximos rivales -De Vlaeminck y Maertens-, que, pese a ello, le vigilan desde la salida. A la postre son ellos dos quienes se deben jugar la victoria en la meta, pero todo vendrá condicionado a la aparición de Eddy Merckx.

Tras unos 100 kilómetros tranquilos, empezaron las hostilidades en el grupo de cabeza. Lo había avisado, todo el mundo lo sabía, pero su movimiento resultó igual de inesperado que siempre. Eddy Merckx, en Oude Kwaremont, ponía en marcha la locomotora de sus piernas cuando aún faltaba más de la mitad de la prueba por delante (150 kilómetros más o menos). Estaba claro que el belga iba a hacer de las suyas, y, conociéndole, que estuviese 200 kilómetros relajado en el pelotón en una carrera en la que iba a retirarse y en la que había venido solo 'a probarse' sonaba a risa. Pero poca risa tenían los ataques de Merckx. Pese a la vigilancia, el belga se quedó solo en cabeza de carrera, con De Vlaeminck y Maertens, por detrás, pedalenado a bloque para cazar y llegar hasta la rueda del ciclista de Fiat. La verdadera carrera había empezado.

Un Koppenberg más decisivo que nunca

Los dos más fuertes de aquella edición cazaron a Merckx poco después. Del calentón de la persecución, les sobraba la ropa de abrigo y hasta los guantes. Se quedaron en manga corta pese al viento fresco y las bajas temperaturas de aquel día. Los tres colaboraron con largos relevos, pero echando un ojo a sus rivales y metiendo diferencias de más de un minuto en el grupo que se había formado por detrás. De Vlaeminck y Maertens, sabiendo que su compañero de grupo, y archienemigo dentro del pelotón, se iba a retirar, empezaron a vigilarse aún más entre ellos a medida que pasaban los kilómetros, conscientes de que la victoria estaba en dos de esas cuatro piernas. Uno -De Vlaeminck- quería estrenar su palmarés de victorias en Flandes y el otro -Maertens- estrenar su casillero de monumentos.

El Koppenberg se había estrenado en la prueba belga durante la edición de 1976 y volvía a ser protagonista en 1977. Pese a las quejas de los equipos y corredores por culpa de los escalofriantes desniveles (que llegan hasta el 22%) de la cota flamenca, se propuso dentro del seno del pelotón la idea de permitir usar una bici de recambio, con un desarrollo que permitiese subir con más facilidad. La organización de la prueba fue tajante y no admitió quejas: quien cambiase su bicicleta antes de subir el Koppenberg (con las excepciones de casos de pinchazos o de problemas mecánicos) sería descalificado de la prueba. Los más fuertes debían pasar a base de riñonazos; los más cansados y menos fuertes, a pie, bajándose de la bicicleta.

Maertens no hizo ni caso a los avisos y cambió su bicicleta por una más ligera y con piñones más suaves para tan dura subida. Pero el rápido cambio en la cuneta, que sucedió al mismo tiempo de otro arreón de Merckx, le pareció que había salido a la perfección. Ni Maertens ni su equipo se pensaron en aquel momento que han sido vistos. Una rápida subida hizo volver a enganchar al belga con sus dos compañeros de aventura, al mismo tiempo que por detrás se acercaban Walter Planckaert y Walter Godefroot, en un intento de enlazar con los tres de cabeza condenado desde el principio al fracaso. No cambió nada la subida: mismos tres delante y menos gente aún persiguiendo, dando cada vez más alas a los tres belgas escapados para que rematen su heróica escapada de más de 100 kilómetros.

Descalificaciones, retiradas y victorias pactadas

Cuando se acabó para los tres de cabeza de carrera el sufrimiento del Koppenberg, De Vlaeminck pinchó y cambió su bicicleta. No le afectó la norma, al tratarse de causa mayor (un pinchazo) y tras haber escalado ya el Koppenberg. Al mismo tiempo que esperaba al coche de su equipo en la cuneta, Jos Fabri, el oficial que había visto el cambio de bicicleta de Maertens, se dirige hacia él. Le comunicó delante de Merckx y del coche de su equipo que tras la prueba será descalificado y no contará en las clasificaciones oficiales. Pero para sorpresa del propio belga, de su rival y de los auxiliares que le acompañaban en el coche, le dejó seguir corriendo. Tras unos momentos de impás y muy confusos por delante, Roger De Vlaeminck había aprovechado y ya volvía a estar en el grupo de cabeza.

Merckx, sabiendo que no está como a él le gustaría, pese a que está delante, se retira como había anunciado poco antes de empezar la prueba. Una participación de poco más de 200 kilómetros había supuesto el caos absoluto a la prueba. Fue una retirada, pero fue una retirada dulce para el de Bruselas. Quedaban 64 kilómetros. En cabeza de carrera se quedaron De Vlaeminck y Maertens, y a un mundo los demás favoritos. Cuando a 'El Gitano' le dijeron que a su rival le iban a descalificar, le pidió al propio Maertens que tirase hasta meta de él, que le ayudase a ganar aquella edición. Sabía que el campeón del mundo era el más fuerte de la prueba y sabía que va a ser descalificado cuando cruce la línea de meta. ¿Porqué no proponérselo?

Freddy Maertens quiso algo más. No se contentó con ver ganar a uno de sus grandes rivales de su época. Quería algo que le recompensase llegar hasta la meta, situada en Merbeeke. Quedaban más de 60 kilómetros, casi dos horas de esfuerzo y sin nada a cambio, no valía la pena seguir pedaleando. El joven se dirigió hacia De Vlaeminck y le comentó su idea: le tiraría hasta la misma línea de meta sin quejas, pero a cambio su rival le tendría que dar 300.000 francos belgas -unos 7.436 euros, aproximadamente-. No está nada mal por una hora y media más trabajo, se dijo Maertens, que tras la aprobación de su rival, aceptó el trato y agachó la cabeza para ponerse en cabeza.

Por la puerta trasera, pero igual de grande

Tras más de una hora con la cabeza agachado y con el plato grande, Maertens había cumplido el objetivo pactado 60 kilómetros antes: llegar a la meta con ventaja suficiente para que De Vlaeminck, sin apenas esfuerzo, le sobrepasase en meta y lograse la que sería su única victoria en el Tour de Flandes. Segundo entró en meta el propio Maertens, totalmente exhausto. Pese a hacer una crono de casi dos horas, había mantenido al grupo de perseguidores a más de dos minutos. Su descalificación fue inminente. Tercero y cuarto en meta llegaron Planckaert y Godefroot -aquellos que habían intentado enlazar sin éxito en el Koppenberg con el trío cabecero-, pero en la clasificación solo apareció el segundo por descalificación de Planckaert unos días más tarde.

Con su primer Tour de Flandes en el bolsillo, De Vlaeminck consiguió una semana después su cuarta París-Roubaix. Nunca una promesa de poco más de 7000 euros se aprovechó tan bien. El belga entraba así en la leyenda (si aún no lo estaba) del ciclismo: doblete Flandes-Roubaix, récord absoluto de victorias en el Infierno del Norte, ganador de todos los monumentos -solo tres hombres lo han hecho hasta la fecha- y de un Tour de Flandes mítico. Un año después, rectifico: "Hubiese preferido ganar esa cuarta París-Roubaix que el Tour de Flandes de esa manera. Como sabéis, si Maertens me hubiese atacado, no podría haber hecho nada". Lo que nunca ha confesado, por ahora, es que entregase tal cantidad de dinero a su compatriota tras la prueba. Una promesa incumplida le sirvió para ganar su única Ronde van Vlaanderen.

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Sobre el autor
Nacho Primo Genís
Buscaba libertad para escribir unas cuantas líneas sobre mi deporte favorito, el ciclismo, y encontré VAVEL a principios de 2014. Debilidad por el ciclocross y responsable de @Ciclismo_VAVEL.