Alberto Contador lo deja. El pistolero guarda el arma definitivamente. Para siempre. No hay marcha atrás. Y mientras tanto, los forofos del ciclismo de ataque, de raza, del de antes, se quedan sin referente. Por ejemplo, lo recordarán cada vez que el Sky suba puertos a tren en el Tour, con todos los rivales aguantando o quedándose sin ni siquiera haber intentado un mínimo ataque. Ciclismo de 'watios y pinganillos' que retiene al corredor atado a su bici, que no le deja guiarse por su corazón para salir a la palestra a actuar. Entonces, pensarán: "Contador hubiera atacado".

La exhibición mostrada por el de Pinto en la última carrera de su vida, la pasada Vuelta a España, fue la del Contador efervescente y campeón. Si había un guión perfecto para su retirada, no podía haberse escrito mejor. Menudas etapas ha regalado al aficionado y menudo homenaje se dio en el Angliru. Vellos de punta en el espectador, ya sea en casa o en el puerto a su lado, con cada pedalada del mito. Saboreando cada minuto, a sabiendas de que eran las últimas balas del cargador. El público aún tenía un hilo de esperanza. Le pedía en redes sociales y en la carretera al madrileño un año más. Pero la decisión ya estaba tomada desde hace unos meses. Las caídas en el Tour le empujaron a colgar la bici. Para suerte de todos, la ha colgado en lo más alto. Como se retiran los campeones. Ganando.

Igual que se recuerdan las cronos y las subidas a ritmo de Indurain, los ataques de Marco Pantani o los sprints de Mario Cipollini, como historia épica del ciclismo, se rememorarán los ataques a pecho descubierto y sin chaleco antibalas de Alberto. Entonces, la gente podrá comprobar de primera mano que fue un grande del ciclismo. Por siempre, disparos al aire.