Crítica de 'Expediente Warren: El caso Enfield'
Patrick Wilson (izq) y James Wan (dch) en el ser de The Conjuring 2. Foto (efecto bob): nerdist.com

Nació en Malasia, pero tiene la ciudadanía australiana. Con apenas 27 años, estrenó uno de los puzzles más sorprendentes y baratos del thriller del siglo XXI, Saw (2004). Desde entonces, ha generado un total de 3 franquicias, y su tendencia al abaratamiento, ha generado grandes beneficios (o que los tropiezos no fuesen tan gordos en recaudación, como sucedió con Silencio desde el mal (2007) o Sentencia de muerte (2007)). The Conjuring 2 (2016) es la última película de terror que tiene planificado hacer de momento, un género del que parece querer airearse un poco últimamente. Con un peso importante en la producción de la película, The Conjuring 2 se lanza a doblar el presupuesto que tuvo su predecesora (de 20 a 40 millones de dólares). Tras llevar 4 días en cartelera española, lleva recaudados casi 189 millones por todo el mundo. Entre tanto, Wan va preparándose para dirigir Aquaman (2018), el cual será su segundo gran blockbuster, después de su aclamado trabajo en Fast & Furious 7 (2015).

Otra nueva etapa del matrimonio Warren, basándose en la historia real de los mismos, se nos despliega durante casi 135 minutos de metraje. Es poco habitual encontrar trabajos de terror que superen los 90-100 minutos de duración, dado que el terror (más "puro", por así decirlo) que se nos muestra desde los últimos 15 años suele estar formado por características que pretenden intensificar la experiencia del espectador, con resortes narrativos básicos en su estructura, dependientes de giros que logren ser impredecibles el mayor tiempo posible (y que, a poder ser, se antojen tan impactantes como mal nos lo hayan hecho pasar a lo largo de la película). Normalmente, extender esta duración suele estar relacionado con la unión del terror con otros géneros (como el drama judicial, en el caso de El exorcismo de Emily Rose (2005) o el thriller, como en la mayoría de los casos). En este caso, esta extensión se debe también a un intento de acercamiento emocional tanto a la familia afectada en Enfield, como a los Warren, algo que quedó un poco pendiente en The Conjuring, pero que tampoco era motivo de reproche.

La primera hora de película, hasta que los Warren se mueven a Inglaterra, constituye la mejor parte de la película, la que más deleitará a los seguidores de Wan, y a quienes hayan disfrutado con la anterior entrega del matrimonio de exorcistas. La artillería de sustos, mal rollo y presencias pesadillescas funciona como un tiro. Wan desafía la predicibilidad de los sustos con inteligencia y cierta comicidad, pero sin provocar una risa floja del espectador que trate de ir por delante de su trabajo. Especial renombre merece la actriz que interpreta a la niña poseída, o el ya por todos conocido personaje de la monja, que a más de uno le hará levantar la cabeza de la almohada en plena noche para asegurarse de que no se encuentra observándole. Precisamente, este personaje que ha levantado tanto interés, y más después de confirmarse la extensión del universo Conjuring a un spin-off para ella, James Wan lo muestra en su justa medida. No lo sabe que es mejor insinuar y dejar espacio a la imaginación, sino que lo aplica. También pasa esto con el monstruo que interpreta Javier Botet.

Pero cuando Ed y Lorraine Warren se mueven a Inglaterra, parece haber una extensa dilatación de los hechos y diálogos que, lejos de aportarnos datos interesantes para la relación Warren-caso Enfield, o de preparar al espectador para un in crescendo que estalle de forma tan magnánima como en The Conjuring, parece suspender a los personajes en unas situaciones americanamente edulcoradas.
No obstante, la posesión como eje principal de la película se desarrolla con cierta dignidad, a veces más deprisa y otras no tanto.

Lo que no parece dejar lugar a dudas es el buen pulso que James Wan va perfeccionando para ofrecer un divertimento cubierto por sólidas capas de atmósfera, unidad, coherencia y seriedad, más todavía en un género en el que estirar o explotar más de la cuenta es motivo de truncamiento para muchas historias. Ojalá este joven maestro de los demonios, los muñecos y el malrollismo vuelva a ofrecernos estas dosis de angustia, sobrecogimiento y sorpresa (tan agradable como desagradable). Eso sí, a su aire. Se tiene ganado hacer lo que le dé la gana.

Entre tanto, los admiradores de su trabajo nos tocará asomarnos a aquellos trabajos en los que va a participar de productor. El próximo que veremos en cines será Nunca apages la luz, la versión cinematográfica del sencillo y eficaz cortometraje sueco Lights Out (2013).

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