Crítica de 'Tarde para la ira'
Foto (sin efecto): europapress.es

Raúl Arévalo ha trabajado con lo mejor de este país. Ha tocado prácticamente todos los registros posibles, y en la gran mayoría de formatos. Ha estado dentro de proyectos que han supuesto el ascenso de los directores que estaban detrás (como Alberto Rodríguez o Daniel Sánchez Arévalo). Y, aunque han pasado ocho años de esfuerzo para levantar esta película desde que escribió el guion junto a David Pulido, parece que no ha podido escoger mejor momento para lanzarnos un derechazo como Tarde para la ira, su ópera prima.

Rodada en 16 mm, la película nos arrincona en las zonas turbias y sucias de Madrid para contarnos una historia de venganza, con un modo de presentar espacios y personajes que huelen al Enrique Urbizu más oscuro, a Grupo 7, y al Daniel Calparsoro de Salto al vacío. Antonio de la Torre encabeza el reparto interpretando a Jose, definiéndose hasta por sus acciones más mínimas, mientras se mueve con un carácter hermético y calculador, a cual Alain Delon en El silencio de un hombre. La pieza que articula la historia la completa Curro (Luis Callejo), un hombre lleno de rabia cuya profundidad se permite conocer gracias a su dificultad para ocultar las emociones, y lo poco que sabe sostener las mentiras. Callejo está que quita el aliento, y nos regala pequeñas dosis de su personaje muy bien repartidas a lo largo del metraje.

El personaje de Ana, que interpreta Ruth Díaz, supone el punto de partida para que la venganza de Jose se lleve a cabo. Especial mención merece el delicado tratamiento del machismo que tiene Tarde para la ira en la relación Ana-Curro. En tan solo una escena de discusión, Arévalo es capaz de condensar la violenta situación que España vive con la violencia machista, pero también es capaz de no caer en el cliché, y amortizar cada frase de tensión entre esta pareja para darnos más datos de los personajes. Con este detalle, la película da argumentos para mostrarse tan comprometida con la situación social que retrata, como con los mismos personajes que se ponen en juego. Y lo cierto es que a la primera película de este conocido actor no le falta ni ojo ni oído hacia las calles que acogen a sus personajes. 

Pero el plato fuerte de la película está a mitad de camino, pues Manolo Solo aparece en un pequeño papel, a modo de llamada de atención hacia lo que queda de película. Desvelar detalles de por qué Solo se come la pantalla los minutos que aparece sería casi un delito. Cuesta creer que el Juez Ruz que acompañó al Bárcenas de David Ilundain hace apenas un año pegue un vuelco tan grande. Y una vez te lo crees, no queda más remedio que atesorar la magia que tiene el actor para hacer brillar a un personaje secundario, y conseguir que no te olvides de él.

En definitiva, Raúl Arévalo ha conseguido una primera película madura, con pulso y con nervio. Ha conseguido algo fundamental en la primera entrega de su mirada como director; se ha ido pronto y nos ha dejado con ganas de más. 

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