Fue el 10 de septiembre de 1967. Jim ClarkJack Brabham y Bruce McLaren copaban las tres primeras posiciones de la parrilla de salida, después de que la lluvia del sábado estropeara la clasificación de HillStewart Hulme. Con pilotos de ese calibre partiendo desde la mitad del pelotón, además de un Surtees procedente de las motos, era fácil presagiar que allí no se iba a aburrir nadie. Además, la propia organización también puso su granito de arena a la hora de agitar el enjambre, pues un comisario ondeó una bandera verde antes de que ondease la bandera italiana que debía lanzar a los coches. Mientras que unos miraban incrédulos a todos los lados, otros directamente apretaron el acelerador al ver la confusión de dirección de carrera. La locura era notable, pero había una certeza: el Eagle de Dan Gurney se encontraba en cabeza. Sin embargo, tres giros más adelante Clark recuperó su posción de privilegio y, posteriormente, la rotura de una biela dejó fuera de combate al inesperado rival.

Siguiendo con esta tónica, el nuevo líder no parecía tener el ritmo deseable debido a unas vibraciones producidas por un leve pinchazo en una de sus ruedas traseras. El escocés aguantó sin pasar por el box hasta que su desesperación se desbordó cuando Hill le adelantó. De hecho, fue precisamente este quien le hizo una seña desde su cockpit para comunicarle el mal estado de su neumático, dejándole sin más remedio que el de visitar a sus mecánicos, que por aquel entonces no contaban con los medios suficientes para minimizar la pérdida de tiempo que supone un cambio de ruedas, sobre todo en una pista tan veloz. Tanto es así que Jim no solo se vio relegado al decimosexto lugar, sino que, cuando se colocó a la estela de Brabham al transcurso de la vigésima vuelta, únicamente optaba a desdoblarse.

Comenzaba en ese instante un segundo asalto. Al mismo tiempo que Clark recortaba un segundo a la cabeza por cada paso por la línea de meta, el motor de Hulme se rendía agotado en la lucha por el primer lugar y el monoplaza de Hill regó de aceite la frenada de la Parabólica. Los escasos seis kilómetros que medía el trazado en el que se corrió aquel año se esfumaron ante el ritmo endiablado de un Lotus Ford 49 que volaba en tiempos de pole y, finalmente, ni Surtees ni Brabham fueron capaces de retenerle.

Había hecho lo más complicado, había remontado gracias a una máquina que aguantó una exigencia enorme. No obstante, en la primera curva del último giro el Cosworth V8 le reclamó a su comandante un detalle que este había olvidado al estar sumergido en el fragor de la batalla: ese empuje desbocado terminó por agotar el combustible.

Sus dos inmediatos perseguidores le devolvieron la moneda enseguida y ambos se enzarzaron en una lucha trepidante. Se les pudo ver emparejados durante varios segundos, incluso llegaron así a la entrada al último viraje, donde el australiano se adueñó del interior, a pesar de que esto le enfrentaba al óleo vertido anteriormente. De esta manera, el inglés consiguió una mayor tracción al encarar la recta principal, se aprovechó del rebufo y ganó por una diferencia de solo dos centésimas de segundo, brindándole así a Honda su segunda victoria en la Fórmula 1.

El Lotus pudo completar la prueba en punto muerto y fue alabado por el público al acabar tercero, peor, por desgracia, la alegría le duró poco a aquel hombre que sacaron a hombros de la pista, ya que apenas siete meses más tarde se dejó la vida dentro de uno de sus amados coches bajo la lluvia de Hockenheim. Sea como sea, Jim Clark siempre será uno de los mejores pilotos que este mundo ha conocido.

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