El revirado trazado japonés de Suzuka es único. Su peculiar forma de número ocho, unida a sus numerosas enlazadas y curvas de máxima velocidad hacen que los pilotos y las mecánicas se enfrenten, de manera simultánea, a sus mayores temores.

Por un lado, los pilotos afinan su puntería, mientras intentan meter en coche en la única trazada que existe en las eses del primer sector. Puntean, con precisión quirúrgica, los bordes de la cuchara posterior. Pisan a fondo el acelerador encarando la temida 130 R, esperando que el coche salga airoso de la batalla con las brutales fuerzas G que se ejercen en esa rapidísima curva. Por otro lado, los monoplazas se retuercen en la sinuosa subida del inicio de la vuelta, con una presión extraordinaria empujando el coche hacia el suelo, aplastándolo cada vez más. Las duras frenadas, seguidas de brutales rectas imponen a motores y frenos un stop&go agónico en cada vuelta, mientras las cajas de cambios chirrían, revolviéndose a altísimas revoluciones. 

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Una vuelta al Ocho nipón pone a prueba, año a año, a todos y cada uno de los pilotos y los equipos de la parrilla. El ocho de Suzuka es como un algodón: no permite engaño alguno. Un buen motor no es nada en este trazado sin un chasis que aguante las embestidas de las rápidas curvas. Al contrario, un buen chasis sin un buen motor enseñará sus vergüenzas en las rectas -cortas, pero imponentes-, mientras intenta alcanzar un número de kilómetros por hora que no sonroje a su piloto. 

Pero, más importante que todo eso, es lo que hace Suzuka a los pilotos. Se enfrentan a ella con reverencia. Sabiendo que cada uno de sus movimientos está siendo detenidamente observado un una masa enfervorecida de aficionados japoneses. Pero sabiendo, y esto es lo fundamental, que el circuito japonés también les observa: impone sus normas, marca su territorio, ejerce su dominio. ¿Crees que puedes hacer una trazada un poco más ancha? Los muros te recordarán dónde estás. ¿Tú te piensas que puedes frenar tan tarde en la última chicane? Una buena salida de pista te indica, con irónica suavidad, que estás en Suzuka.

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Sin embargo, a lo largo de la historia, muchos pilotos se han enfrentado al circuito nipón, decididos a no dejarse vencer por las numerosas trampas que depara su asfalto. Y, en 2005, una exhibición sin parangón de dos pilotos dejó huella permanente en el trazado japonés. Dos pilotos rivales, dos equipos peleando por el Mundial, dos remontadas históricas, dos carreras prácticamente impecables. Pero, lo que es más: dos leyendas del volante, superando todas las pruebas impuestas por Japón, para dejar una rubrica no solo en el Ocho, sino en la historia de la F1.

La temporada casi llegaba a su fin, y, con el campeonato de pilotos ya decidido -pues Fernando Alonso se proclamó campeón en el anterior GP, en Brasil-, parecía que tan solo quedaba el título de constructores por disputarse. ¿Tan solo? En absoluto. Tras perder el campeonato a manos de su adversario español, Kimi Raikkonen llegó a Japón con la intención de dar un puñetazo en la mesa. Averías mecánicas habían lastrado su año, año en el que había contado con un coche que era una auténtica bala. Pero esa bala no había llegado a la meta en primera posición, y Kimi quería saciar su ansia de victoria. Había perdido el título, pero no iba a perder esa carrera. 

Sin embargo, frente a él tenía a Fernando Alonso. Flamante campeón del mundo a sus 24 años, el asturiano no solo quería demostrar que era el mejor, y que había pilotado media temporada sin arriesgar, con la calculadora en la mano. En Renault, el título de constructores era un asunto de capital importancia para firmar la mejor temporada de la historia para la marca del rombo. Así pues, cada uno empujado por sus propios motivos, campeón y subcampeón no podían quitar de su mente la imagen del primer cajón del podio en cuanto llegaron al paddock japonés. 

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Pero como si el circuito nipón, que tantos mundiales había decidido, quisiese demostrar frente a aquellos dos jóvenes e impetuosos pilotos quién era el que mandaba allí, el sábado de la clasificación, el Ocho mágico decidió conjurarse con su vieja amiga, la lluvia, para lanzar un temporal que dejaba fuera de juego y a las primeras de cambio al primero y segundo en la clasificación general del mundial. Una tormenta que cruzó, de manera casi fugaz, como si solo quisiese estar allí un rato, el trazado japonés hizo que tanto Raikkonen como Alonso cayesen hasta la cola de la parrilla de salida. Tras las complicadas vueltas en mojado, el sol que brillaba con fuerza después, el día de la carrera, parecía esbozar una sonrisilla cómplice, mientras Suzuka se desperezaba y el finlandés y el español maldecían su suerte.

En cualquiera de los casos, la carrera se anticipaba movida: con los dos primeros espadas del campeonato atrás, y una parte alta de la parrilla repleta de nombres no habituales -Ralf Schumacher, Button, Coulthard o Webber-, todo parecía presagiar acción épica. Y Suzuka, de nuevo, no decepcionó. Bien es cierto que los primeros compases de la carrera, en la parte delantera, fueron lentos, con un Ralf Schumacher liderándola en su Toyota ligerísimo de combustible, mientras Giancarlo Fisichella, con algunas vueltas más de carburante se mostraba incapaz de seguir el ritmo del alemán. 

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Sin embargo, la verdadera acción estaba teniendo lugar unos cuantos puestos más atrás: Fernando Alonso, desde la decimosexta posición encadenaba un primer stint genial y velocísimo. Tras una salida fulgurante, en la que llegó a ganar siete plazas, el asturiano navegaba con fluidez entre el pelotón: pasando al Red Bull de Klien por todos los rincones posibles, apretando al Ferrari de Michael Schumacher para finalmente pasarlo en un movimiento épico en la 130R, la curva más rápida del circuito y, después, machacando el crono antes de su primera parada. Con la victoria en mente, el asturiano dio muestras de talento divino en este puñado de vueltas, y, aunque finalmente se tuvo que conformar con la tercera plaza, el piloto de Renault demostró que podía ser agresivo, rápido y consistente, todo en uno, y que el título no había llegado a sus manos de casualidad. 

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Pero la verdadera tormenta, la que quedaría para siempre en los libros de historia, se estaba desatando un poco más atrás: en el McLaren de Kimi Raikkonen. El finés no había tenido un inicio  de carrera tan explosivo como Alonso, y pareció que le costaba unas vueltas más encontrar su ritmo. Quizás los problemas de fiabilidad, que no le abandonaron ese fin de semana en Japón y le forzaron a dar tan solo ocho vueltas previas a la carrera, hicieron que el de McLaren tardase un poco más en coger confianza y encontrar los límites de su MP4-20. Sin embargo, cuando lo hizo, ya nadie pudo pararlo. Mientras Fisichella avanzaba con pasos tranquilos hacia una victoria que parecía tener asegurado, Raikkonen destapó el tarro de las esencias tras su paso por boxes, y fue adelantando rivales con una facilidad pasmosa y una determinación asesina: iba a por la victoria. Primero con un relevo voraz, matemático, se coló por delante de Alonso y Webber, situándose a unos pocos segundos de Fisichella. Después, llegaba el mordisco a la yugular.

El italiano de Reanult, quizás ensimismado con la posibilidad de lograr una victoria que le redimiese de un año con muchos problemas, lideraba con un ritmo lento, defensivo. En Renault, tal vez más pendientes de que Alonso adelantase a Webber para lograr un doble podio del equipo no se dieron cuenta del ritmo atronador de Raikkonen. Sea como fuere, el finlandés, de repente, y casi sin que nadie se hubiese dado cuenta de cómo lo había hecho, estaba a la cola del del rombo.

Fisichella, incapaz de subir su ritmo, vio cómo la mancha plateada en sus retrovisores se hacía más y más grande, hasta que ya casi pudo ver, bajo la visera del finlandés, sus ojos de francotirador, buscando un hueco en la trazada para colarse. 

Faltaban dos vueltas. Primero fue un intento. Leve, débil, sin ganas. Raikkonen, a final de recta de meta, colocó el coche a la izquierda del de Fisichella, como saludándole. Pero levantó en seguida el pie, mientras el italiano mantenía la primera posición. Sin embargo, el de McLaren ya había metido el miedo en el cuerpo de Fisichella. Ese miedo que había ido gestando, cocinando mientras se acercaba vuelta tras vuelta, explotó en ese momento en la cabeza del italiano. 

El MP4-20 se pegó con pegamento al R25. Subieron juntos las enlazadas. Bajaron juntos la 130R.  Pasaron la última chicane a un milímetro de distancia. Y cuando cruzaron la meta para iniciar la vuelta final, sucedió: Raikkonen salió del rebufo del Renault, propulsado por una fuerza invisible, se colocó, de nuevo, a su izquierda, pero esta vez apretando los dientes. No levantó el pie. No dejó de acelerar. Solo podía pasar uno por la primera curva. Los intentos de defensa de Fisichella no sirvieron ni para atemorizar al finlandés, que ya solo vio al Renault en sus retrovisores,  cediendo metros en la primera curva, en las eses, mientras volaba hacia la victoria.

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

Aquella tarde, Kimi venció, en la que, a día de hoy, sigue siendo su mejor victoria. También triunfó, aunque de otra manera, Alonso, que recordó al mundo porqué era el Campeón. Aquella tarde, dos pilotos hicieron vibrar al mundo, mientras el resto del paddock contenía un suspiro de admiración.

Aquella tarde en Japón, el Ocho mágico se convirtió en una corona doble, para nombrar Reyes de la F1 a los dos pilotos que pudieron vencer al circuito de Suzuka y sus inagotables trampas: los dos mejores pilotos de su generación, Kimi Raikkonen y Fernando Alonso. 

Fuente: Sutton Images
Fuente: Sutton Images

 

VAVEL Logo