En la F1 existen ocasiones en la que, aunque lo hagas todo bien, los resultados que esperabas no se dan. Puedes realizar un fin de semana perfecto, desde la primera sesión del viernes hasta la última vuelta del domingo. Sin embargo, hay veces en las que el destino que rige las carreras depara una sorpresa inesperada e inevitable. Puede ser un doblado que se te cruza en la pista, sin que tú puedas hacer nada para evitarlo; puede ser un chaparrón repentino que te coge lo más lejos posible de boxeo; puede ser una tuerca defectuosa, un pinchazo provocado por una pieza perdida, o, incluso, un animal salvaje que ha saltado las protecciones del circuito, ha entrado en pista y se interpone en tu camino. Son circunstancias imprevistas e imprevisibles. ¿Quién le podía decir a Bruno Senna, allá por 2008, que, en una carrera de GP2 acabaría atropellando a un pobre perro extraviado?

Por otro lado, también hay veces en las que un fin de semana se trunca por motivos mayores, pero que entran dentro de la categoría de posibles. Entran aquí los fallos mecánicos, los fallos en la estrategia, los fallos del piloto… Fallos que en ocasiones son diminutos, casi imperceptibles a simple vista, pero dramáticos y devastadores en sus efectos. Se han visto mangueras de gasolina incendiar un monoplaza, ingenieros desbordados ante una carrera caótica, pilotos que entran a boxes sin ser llamados y circunstancias similares. 

Hay quien considera el GP de Mónaco 2016 como una de estas carreras. Carreras en las que el piloto lo hace todo bien, pero una pequeña parte -en este caso, del equipo, falla-. Sin embargo, esa carrera va más allá. Daniel Ricciardo lideraba con solvencia una carrera complicada. Tras un inicio en mojado, y con la pista secándose cada vez más,  el equipo le llamó a boxes, para pasar de los neumáticos intermedios a los slicks. Ricciardo entró por la calle de boxes y llegó hasta su garaje. Sin embargo, ahí no le esperaban los slicks. No le esperaban ningunas ruedas, de hecho. Durante unos interminables segundos, el australiano aguardó a sus mecánicos, que llegaron después con las ruedas, y él pudo salir. Pero daba igual: era demasiado tarde. Lewis Hamilton le había adelantado en esos preciosos segundos que el de Red Bull había estado esperando, y Ricciardo perdió la carrera, tras hacer un fin de semana perfecto.

Fuente: Sutton Images
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Hay quién considera el GP de Mónaco 2016 como una carrera en la que Red Bull falló. Todo correcto, dentro de los límites: “la F1 es un deporte de equipo, y en este caso, falló el equipo”, afirman con convicción. Sin embargo, que el piloto entre a boxes y no tenga las ruedas preparadas es una circunstancia que parece más sacada de un sketch cómico que de una carrera de F1. Es más concebible, hoy en día, en la ultra preparada F1, que un piloto atropelle a un perro  en pista que el hecho de que sus mecánicos tengan que correr al garaje en busca de unos neumáticos. A esa escena solo le faltaría le música de Benny Hill de fondo para acompañar. 

Pero, le pese a quién le pese, eso fue lo que pasó en el GP de Mónaco 2016. Sin embargo, no sería justo centrar ese fin de semana de mayo únicamente en el fallo que tuvo lugar en boxes, porque lo que lo antecedió fue digno de relatar. 

Los antecedentes era nada halagüeños para Red Bull y compañía antes de llegar a Montecarlo. Mercedes venía dominando con fiereza el campeonato. No había dejado escapar ninguna pole, ninguna victoria, y prácticamente había dominado todas las sesiones libres. Parecía que 2016 iba a tener un color aún más plateado que 2015. Tan solo El GP de España había traído la victoria de Max Verstappen, en su nuevo Red Bull, para darle a otro color al primer cajón del podio. Sin embargo, todos temían en el paddock que esa victoria fuese solo flor de un día. En condiciones normales -esto es, sin que los dos Mercedes hubiesen chocado en el inicio del GP de España-, la marca de la estrella hubiese sumado un doblete más en el circuito de Montmeló. 

Fuente: Sutton Images
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Sin embargo, ya desde el viernes se intuía que algo podía pasar. Los Red Bull tenían un gran ritmo, y aunque no destacaban en la tabla de tiempos, un rumor cada vez más fuerte se fue instaurando en el circo. Y ese rumor se confirmó en la Q3 de la clasificación, cuando un imperial Ricciardo reventó el récord del circuito, marcando una vuelta en 1 minuto, 13 segundos y seis décimas. La pole era suya. La primera pole de su carrera deportiva. Tras una racha de dominio plateado, y tras la victoria de su jovencísimo compañero de equipo la pasada carrera, esto era un soplo de aire fresco para Ricciardo.

Fuente: Sutton Images
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Después, el domingo, el australiano se mantenía, y parecía que nada podía pararle, en su rumbo hacia la victoria. Vuelta rápida tras vuelta rápida, el de Red Bull esquivaba los peligros de un Mónaco empapado, y, mientras se secaba la pista, no dejaba de ir rápido, realizando una carrera perfecta. En unas pocas vueltas, dejó atrás a un Rosberg con problemas mecánicos, que rodaba lentísimo, y a un Hamilton que estaba atrapado tras el alemán. Con una soltura pasmosa, el australiano pilotaba entre tracioneros charcos a una velocidad de vértigo, sin importarle la posterior remontada de Hamilton. 

Sin embargo, el resultado ya se sabe: Ricciardo entró en boxes, y las ruedas no estaban preparadas. El australiano vio como un mucho más lento Hamilton le adelantaba a la salida de boxes, y no pudo más que ver su alerón trasero para el resto de la carrera. Su cara de decepción en el podio era un mapa, mientras Hamilton descorchaba el champán de la victoria, grabando de nuevo su nombre en la lista de ganadores del GP más prestigioso del campeonato mundial de F1. El de Red Bull no pudo adelantar al de Mercedes en las vueltas que quedaban, condenado a ver su mejor carrera hasta la fecha saldarse con un segundo puesto que le sabía a poco.

Fuente: Sutton Images
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A toro pasado, parece fácil narrar lo que hizo Ricciardo en esa carrera. Un ritmo endiablado, una pericia asombrosa.  Pero su carrera esa fin de semana va mucho más allá. Viendo las imágenes del domingo, se podía apreciar a los Mercedes -y al resto del pelotón- tomando precauciones, levantando el pie de la tabla en algunos lugares, para que el coche no derrapase. Sin embargo, no Ricciardo. El de Red Bull gestionaba el circuito, en aquel momento una cuerda floja, como si fuese su propia casa. Dosificando la presión sobre el pedal del acelerador, el australiano fluía entre los muros con una precisión, una soltura y una relajación impropia de alguien que se juega una carrera. Voluntariamente ignorante de lo que hacían los demás, Ricciardo  hizo que coche y circuito se fundiesen en uno solo. 

Fuente: Sutton Images
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Pese a que, finalmente, Hamilton se llevase el GP, esta, y no otra, fue la carrera que definió a Ricciardo como el, para muchos, piloto del año 2016. No venció en Mónaco, pero hizo algo más: demostró que tiene un don, y que, en 2017, dará guerra.

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