El fútbol como todas las actividades humanas esta sujeta a la función docente, a las escuelas iniciáticas, al aprendizaje de la historia escrita, oral y audiovisual. Hay conocimientos que se adquieren haciendo y otros observando un modelo, un arquetipo. Todo ser humano en su niñez, busca un modelo a imitar y por ello elige a quienes tienen más cerca, para cual espejo, copiar todos sus movimientos, forma de actuar y pensar. Y como disciplina humana el corolario del fútbol no se libró de ello, pues todo futbolista que se precie tuvo en su infancia un modelo idealizado al que imitar.

Posteriormente con el crecimiento y la madurez, el futbolista deja de fingir ser otro y comienza a adquirir su propia personalidad, única e irrepetible, con sus virtudes y defectos, aciertos y errores, creciendo no sólo físicamente sino también mentalmente, bajo pautas propias. Es entonces cuando el buen jugador, que jamás olvidará aquel paradigmático modelo que inspiró su pasión por la pelota, crea y se expresa genuinamente en su peculiaridad y propia idiosincrasia, dejando de ser una burda copia.

Y hablando de modelos y paradigmas del fútbol, quisiera en estas líneas resumir brevemente lo que representó la irrupción en este pasional deporte de uno de los mayores genios de su historia: Franz Beckenbauer.

Nacido un 11 de septiembre en la localidad alemana de Giseing, Franz dignificó un nuevo modelo de defensa europeo, puesto que si en Sudamérica y en especial en Brasil, los defensores llevaban años sacando el balón jugado de forma primorosa, en Europa jamás se había visto un defensor cumplir con tanta elegancia y perfección aquella labor. Aquella maravillosa capacidad para armar el juego desde atrás, cubriendo la posición defensiva sin dar jamás una sola patada, y saliendo con semejante e insultante superioridad con la pelota jugada. Beckenabuer vistió la elegancia de fútbol y el fútbol de libertad desde la defensa, allá desde donde surgía ataviado de distinción con su cabeza levantada, oteando el horizonte con guantes, sombrero y bastón para dejar entrever su alma de delantero e implantar definitivamente la posición de hombre libre.

Decía Schwarzenbeck, «Katsche», compañero suyo de equipo y selección: «Franz Beckenbauer no miraba el balón, sino que lo percibía con el pie». Lo cual era un problema para el resto del equipo, que también quería jugar. «Esos pases, sacados sin aviso desde la articulación del pie eran difíciles de reconocer y bastante difíciles de tomar».

Y algo similar debió pensar la pelota cuando comprobó que aquel chaval de Giseing, que jugaba como delantero en las filas del SC Munich’06, la trataba con semejante delicadeza. Fiel seguidor del TSV 1860 Munich, soñó vivamente con formar parte algún día de aquel equipo, pero los incidentes vividos por un incipiente adolescente tras un enfrentamiento entre el 1860 y el Munich'06, le hicieron cambiar de opinión. Fue entonces cuando un modesto conjunto llamado Bayern Munich se cruzó en su camino para cambiar definitivamente su propia historia y la del fútbol alemán.

Un 6 de junio de 1964 y en Liga Regional, debutó con la camiseta del Bayern ante el Stuttgarter Kickers, lo hizo en la posición de ala izquierda, demarcación circunstancial, puesto que pese a que Franz siempre tuvo mentalidad y alma de atacante, estaba predestinado a constituir un nuevo modelo de defensor. A medida que su imponente presencia retrocedió posiciones en el terreno de juego, fue gestando e iluminando su elegante concepción del juego. La luz de su elegancia se fue abriendo paso en la historia de una era post Pelé, que tuvo a sus dos más insignes monarcas en las figuras de un holandés volador y un alemán con un inigualable toque de distinción.

Y digo monarcas porque si Johan Cruyff sucedió a un Rey como profeta del nuevo fútbol, Franz mayor reminiscencia conocida de los Habsburgo, soberanos en Alemania como reyes de romanos y emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, pasó a la historia del fútbol alemán con el sobrenombre de “el Kaiser”. Un sobrenombre para el que aquellos que gozaron el privilegio de verle etiquetando de elegancia el fútbol con el báculo de su calidad y su arrolladora presencia, jamás necesitaron explicación alguna, pues como dije bastaba con verle jugar. Por ello y aunque para el archivo de documentación sea un dato relevante, quizás el hecho de que surgiera tras una foto que se hizo antes de un partido en Viena junto al busto del Emperador Franz Joseph I, o tras someter en un histórico enfrentamiento al mítico futbolista del Schalke, Reinhard Libuda, conocido como el Rey de Westfalen, dejó de tener relevancia ante semejante grandeza.

En mi caso y aunque suelo hacer esfuerzos por rescatar del desván de la memoria de un niño de tres años, flashes de su mítico duelo con Johan, no quedan en mis recuerdos vestigios algunos de aquellas imágenes de blanco sobre negro. En cambio la siempre valiosa e incalculable tradición oral y el archivo documental, le citan como el mejor defensa jamás visto hasta su generación, la visión de un futbolista inteligente, amplio y profundo. Inteligente porque siempre sabía elegir la mejor opción táctica y la mejor acción técnica para su equipo. Amplio porque dominaba todo el abanico táctico y técnico de un defensor que estableció un vínculo magistral entre ese espacio de terreno que divide la zona defensiva de la zona media, la creación de la destrucción. Y profundo porque con su alma de delantero le dio la mejor salida jamás vista a la pelota, armando el juego de su equipo desde la defensa y, estableciendo las conexiones necesarias para que su equipo jugara al golpe que marcaba su cadente elegancia.

Desde el histórico año 65 en el que el Bayern hizo su primera aparición en la máxima categoría del fútbol alemán y, sobre todo desde aquella temporada 68/69 en la que fue nombrado capitán, comenzó a escribir las primeras páginas de su leyenda. Pronto el conjunto muniqués fue construyendo en derredor suyo un poderoso equipo que marcaría una época. Junto a Sepp Maier y Gerd Mülller como mejores socios conformó la que sería conocida en su país como “La Santísima Trinidad del Bayern”. Con ellos el Bayern vivió sus días de gloria con la conquista de 3 Copas de Europa en 1974, 75 y 76; 1 Copa Intercontinental en 1976; 1 Recopa de Europa en 1967; 4 Bundesligas conquistadas en 1969, 72, 73 y 74 y 4 Copas alemanas logradas en 1966, 67, 69 y 71.

Muchos le conoceréis como aquel hombre trajeado que preside el palco de honor del Allianz Arena, pero me gustaría que a partir de este momento, cuando le veáis penséis que estáis viendo al Bayern Munich en persona, al más insigne sinónimo de la elegancia. También a aquel futbolista que jugó un papel similar en la por entonces Alemania Federal, pues desde que con veinte años y en el Mundial de 1966 mostró su tarjeta de visita al mundo, Franz no hizo otra cosa que dignificar y convertirse en paradigma del fútbol y una posición: la de hombre libre.

Son innumerables los instantes que adornan de virtud y elegancia su leyenda, en el 66 su entendimiento telepático con Helmut Haller, su gol a Yashin en semifinales y, en la final ante Inglaterra, su marcaje a  Sir Bobby Charlton, tomado históricamente como ejemplo de eficacia y juego limpio. Y es que cuenta la crónica histórica que el alemán le hizo tal seguimiento al caballero del fútbol inglés, que fue el partido en el que Charlton tocó menos balones de su carrera. Pero como sesudamente dijo el propio Franz, Inglaterra fue campeón porque Charlton fue tan solo un poco mejor que él.

Este excelso jugador de motor alemán, que tomó la elegancia como filosofía de juego y vida, cada cuatro años nos reservaba instantes de leyenda. En México 1970 la Alemania de Franz se tomó cumplida revancha en cuartos ante Inglaterra. Cumplidos cincuenta minutos y encajando una dolorosa derrota 2-0, tres de los grandes de la historia del fútbol alemán le dieron la vuelta al partido. Primero Beckenbauer abrió el camino de la esperanza con el 2 a 1, Uwe Seeler puso el empate en el marcador y Gerd Müller rubricó la proeza con el 3 a 2 definitivo. La memoria histórica del fútbol jamás podrá olvidar aquella semifinal ante Italia, pues la épica vistió de leyenda aquel inigualable choque. Los asistentes al Estadio Azteca contemplaron la prórroga más legendaria de la historia de los mundiales. La imagen de Franz jugando buena parte del partido con el brazo en cabestrillo, pegado al cuerpo, soportando el dolor de una clavícula maltrecha permanece imborrable en la retina. Corriendo con idéntica elegancia, una imagen que no ha perdido un solo ápice de su fuerza y transmite la poderosa omnipresencia de uno de los más grandes de la historia de este deporte. Italia acabó imponiéndose en una prolongación a tumba abierta. Aquel fue el segundo traspiés para un genio predestinado al éxito, puesto que dos años más tarde saboreó el éxito con la casaca de su selección, conquistando la Eurocopa de Naciones de Bélgica 1972, en la que Alemania venció en la final a la URSS 3 a 0.

Dicen de aquella selección que presentó Alemania en Bélgica, que posiblemente haya sido la mejor de la historia. Beckenbauer, líbero y Netzer, conductor del juego dirigieron la sinfonía de un equipo que bailaba al son de estos dos enormes jugadores. Beckenbauer se movía por todo el terreno de juego y Netzer ejercía de mariscal de campo en la zona central. Ambos jugaban liberados gracias a "Katsche" Swarzenbeck y "Hacki" Wimmer, que les cubrían las espaldas cuando Franz subía al ataque. Incluso Netzer cubría al Kaiser, unos movimientos tácticos que dieron lugar a que la prensa alemana acuñara el término "Ramba Zamba" para bautizar el brillante intercambio de posiciones de un equipo compuesto por dos grandes bloques de futbolistas del Bayern Münich y el Borussia MG. Aquel que brilló con Franz como emperador y Gerd Müller torpedeando la portería con cuatro goles en dos partidos.

Aquel, el maravilloso prólogo a lo acontecido dos años después, en el Mundial disputado en su país: Alemania 1974. El duelo de dos estilos futbolísticos, el fútbol total de Holanda ante el fútbol pragmático y poderoso de Alemania. También el duelo entre los dos reyes de su época, Cruyff ante Franz. Dos modelos, dos paradigmas en los que varias generaciones de niños encontraron su espejo futbolístico. Para algunos ganó Alemania y perdió el fútbol, pero para mí, el mundo ganó a dos próceres del balón, Cruyff que lideró un nuevo modelo de fútbol que a día de hoy nos sigue haciendo disfrutar y, Franz, un nuevo modelo de jugador que dignificó una de las posiciones más complejas de la historia del fútbol.

Por ello esta historia que concluye con su paso por el Hamburgo y el Cosmos de Nueva York, (en el que coincidió con Pelé) del que sí que preservo algún que otro vago recuerdo, tuvo un comienzo alusivo a la función docente, a las escuelas iniciáticas, al aprendizaje de la historia escrita, oral y audiovisual. Y es que Franz “Der Kaiser”, aquel alemán impecablemente trajeado y rictus imperturbable, para mí será por y para siempre icono de una era, una generación. Un jugador sutil, armonioso, cuyo porte reveló la valiosa personalidad de un arquetipo que mostró al mundo un nuevo modelo de defensa europeo y, un paradigma futbolístico imitado hasta la saciedad.