Un partido emocionante, de los que no deberían de acabar con un vencedor, incluso de los que simplemente, no deberían de acabar. Los chicos de Mazzarri y Pulga deleitaron a los aficionados al deporte del Calcio con un partido repleto de coraje, calidad y giros inesperados.

El Nápoles está fuerte, y recibía, en casa, a su máximo rival desde una posición privilegiada que no tiene intención de dejar. Pero los cagliaritanos llegaban a tierra hostil también en forma, con la confianza de una gran racha de resultados y de juego, y con la tranquilidad de jugar sin el vértigo de caminar sobre el alambre del descenso. El duelo era entre dos equipos en forma y con ganas de alegrar a sus aficionados batiendo al rival por excelencia. Ya antes del silbido inicial el encuentro prometía.

Y no defraudó. Pulga, que tuvo que jugar sin Pinilla ni su capitán, Conti, repitió la fórmula que le está dando mejores resultados. Su equipo se hizo solido en defensa y desde el minuto uno buscó la estrategia y las contras, apoyado en la velocidad de sus puntas. Y como en los últimos partidos el método Pulga funcionó. Corría tan sólo el minuto dieciocho cuando Ibarbo agarró un balón en la frontal del área, fruto del despeje de un córner, y lo lanzó, fuerte y colocado, inalcanzable para Rosati. Los sardos se asentaron en un juego en el que se sentían cómodos y se las prometían, ya, muy felices.

Pero el Nápoles es un equipo aguerrido y acostumbrado a ganar, y su confianza no se ve mermada por encajar un golpe. Se sacudió la camiseta y continuó atacando en la búsqueda de la remontada. Uno de estos ataques trajo de la mano la primera polémica del día. Cavani encaró la portería de Agazzi con una determinación imparable, pero con muchos obstáculos con camisetas rojas por delante. Sorteó defensas, uno tras otro, hasta que “tropezó” con una de las múltiples piernas que le salían al paso. Quizás la dificultad de la jugada que intentó el uruguayo, que trataba de entrar, solo contra el mundo, por centro de la defensa, y la velocidad de su ejecución, confundieron al colegiado. Pero, sin duda, un derribo claro dentro del área que debió ser castigado como penalti.

El gol del empate napolitano vino también envuelto en polémica, una polémica creada y cerrada (correctamente) por el propio árbitro. Panev tocó en corto un saque de falta para Hamsik, este golpeó a puerta y Astor en su intento por blocar el disparo lo introdujo dentro de su propia portería. Inexplicablemente, en un principio Andrea de Marco anuló el gol, con las consecuentes y comprensibles protestas locales. El colegiado consultó con sus compañeros y decidió dar por valido el tanto. Como es comprensible esta decisión desató las iras sardas, que no estaban, en absoluto, contentos con este cambio de decisión.

El gol no cambió el estilo del encuentro. El Nápoles continuó atacando y el Cagliari firme y sereno en las respuestas. Ambos gozaron de ocasiones, pero fueron los de casa los que acertaron con un nuevo golpe. Después de un centro desde la izquierda, nuevamente repelido por la defensa sarda, Cannavaro encontró un rechace y el hueco por el que meter un gran disparo. El gran disparo de Cannavaro encontró, en replica, una gran parada de Agazzi, pero el caprichoso rechace fue a parar a los pies de Cavani, que introdujo cómodamente el esférico en la red de Agazzi, haciendo inútil su gran intervención. Los jugadores del Cagliari pidieron fuera de juego con vehemencia, pero este ni existía, ni fue concedido.

El partido estaba caliente, vivo, y se jugaba con total intensidad. Cada balón era una conquista y las amarillas, las tanganas y las entradas al límite se sucedían con una frecuencia tal que el equipo arbitral no tenía un momento de relax. Y los jugadores de ambos equipos luchaban sin dar nada por perdido. Entre tantas idas y venidas, Sau, apenas recién entrado, encontró un momento de lucidez y se fabricó, prácticamente solo, un grandísimo gol. Controló dentro del área, busco un hueco donde nadie lo veía y con un zapatazo milimétrico puso la pelotita besando el palo. Muy lejos de la zona de acción de Rosati, que recibió dos goles completamente inalcanzables.

Los de Pulga, convencidos de su camino, habían encontrado el gol y quedaba muy poca arena en el reloj. Pero la lucha por cada metro continuaba siendo encarnizada y los napolitanos no se daban por vencidos, por escasas que fueran, o parecieran, las esperanzas. Cuando un partido está así de vivo nunca se puede dar por acabado hasta que el de negro te manda a la ducha. Y en el larguísimo minuto noventa y tres, Insigne sorprendió a propios y extraños con un cañonazo que mató a Agazzi, al Cagliari y, ahora sí, al propio partido.

El Nápoles se queda con los tres puntos en un partido en el que ambas escuadras pelearon por su camiseta hasta el límite de sus propias fuerzas, en un esfuerzo y un partido digno de elogio tanto para sardos como para napolitanos.


Napoli 3-2 Cagliari