El Cagliari dejó escapar dos puntos de un partido que, en teoría, era en casa. La Sampdoria necesitaba algo de confianza para olvidar la dolorosa derrota sufrida en el derbi de jornada anterior y empezó con ganas, teniendo ya alguna ocasión apenas el árbitro había dado comienzo al encuentro. Pero la recuperación de los de Rossi no fue más que el empujón inicial de una mala botella de champán. Enseguida el Cagliari se hizo con el control del partido en todas sus vertientes; tanto futbolística como anímicamente, el equipo local era claramente superior. El terreno de juego y el balón eran propiedad exclusiva de Conti y Nainggolan, que manejaron el encuentro a placer durante los noventa minutos.

El claro dominio sardo cristalizó en el minuto veintiséis gracias a un inspirado Ekedal. En una jugada de gran mérito, y con el apoyo de una perfecta pared de Pinilla, Ekedal se coló hasta lo más profundo de las espaldas de los centrales de Da Costa. En el mano a mano con el portero, al jugador suizo no se le hizo de noche pensando una solución: optó por la vía rápida con un tremendo disparo a bote pronto al que Da Costa no podría llegar nunca, ni siquiera robándole los súper poderes al más dotado de los personajes que desde hace décadas pueblan las viñetas. Un gran gol del Cagliari.

Pinilla y Sau buscaban las cosquillas a la defensa rival y el juego era unidireccional. Pero un despiste de la defensa cagliaritana propició el gol del empate de la Sampdoria. Un pase horizontal de Gavazzi atravesó el centro del área de Agazzi sin que a los centrales sardos pareciera importunar lo más mínimo. Wszolec no tuvo más que empujar el balón y agradecer el regalo a Gavazzi, y a la defensa rival por igual. Pero el gol del empate de la Sampdoria no subió al marcador. Para saber el porqué habría que preguntárselo al asistente Manganelli, que 'mangó' un gol completamente legal a los genoveses (perdón por el juego fácil de palabras).

Salvo por el paréntesis del gol de Wszolek, sin consecuencias por obra y gracia de trío arbitral, el duelo no cambió en lo más mínimo su dinámica hasta los últimos cinco minutos. Nainggolan y Ekedal gobernaban con puño de hierro todo el terreno de juego bajo las órdenes de su capitán, Conti. Las ocasiones sardas no eran claras, pero eran continuas y el balón solo corría por campo rival. El partido estaba completamente bajo control... o no. Innumerables son las veces que el fútbol ha dado lecciones de humildad demostrando cómo el partido no se termina hasta que el de negro sopla el silbato, incluso hasta que no se está bajo la ducha, para más seguridad. E innumerables son las que le quedan por dar. Tres goles en cinco minutos, nada menos faltaba por acontecer.

A falta de escasos segundos para que el minutero alcanzara el noventa, Agazzi se comió todas las lecciones de infancia del manual del portero, y con ellas un balón que ya se acurrucaba en sus brazos. Un gol con el que quizás el destino quiso compensar la torpeza arbitral con la de Agazzi.

El equipo de Rossi festejaba el regalo mientras Agazzi negociaba con el diablo su alma a cambio de un agujero donde esconderse. El Cagliari había trabajado mucho y bien este partido, y su capitán no quiso que tanto sudor se fuera por el sumidero. Hubo una falta en la frontal de la que todos, propios y extraños, esperaban un balón llovido a la montaña de brazos, piernas y de gente que se forman en las áreas en los momentos desesperados. Pero, contra todo pronóstico, Conti consideró mucho más conveniente situar la pelotita en la base del palo de Da Costa. Un gran gol de libre directo, donde más duele a los porteros.

A pesar de correr ya el cronómetro por el tiempo de descuento, a pesar de los dos goles en escasos minutos, a pesar de disfrutar el Cagliari del dominio del encuentro y a pesar de toda lógica ,el partido aún guardaba un último giro. Agazzi debió de negociar más duro con el demonio por ese agujero. Y es que mucho más pudo hacer cuando De Silvestri cerró, esta vez sí, el encuentro con el gol del empate.