La Copa del Mundo es el escenario donde los grandes escriben sus gestas y realizan las acciones que los inmortalizarán en los anales de la historia. Sin embargo, es también donde los mejores suelen tener sus peores caídas y es ese espacio que ve llorar a quienes, alguna vez, hicieron gozar a los suyos. Corea-Japón 2002 fue el espacio en que el mundo entero pudo presenciar las dos caras de toda competencia: victoria y derrota, plasmadas, de forma cuasiperfecta, en las figuras de Ronaldo y Olíver Kahn.

Por un lado, el gran ariete brasileño completó una Copa del Mundo soñada. Marcó ocho tantos, se levantó de dos serias lesiones que amenazaron su carrera futbolística y encaminó a su selección a conquistar su quinta estrella mundialista. Por el otro, el guardameta alemán era el general de su ejército. Duro, firme, competitivo y ganador, Olíver Kahn encajaba en el perfil idóneo para regresar a Alemania a su verdadero lugar: por encima de todos. Sin embargo, la victoria abrazó el sabor a samba y la esencia latina de Ronaldo y le dio la espalda a la frialdad competitiva de Kahn.

Dos ejércitos y una batalla por la Máxima Gloria

El partido se disputaba un 30 de junio de 2002 en Yokohama, Japón, ante casi 70,000 espectadores. El ambiente, propio de una auténtica batalla entre las dos potencias más grandes en las Copas del Mundo, se hacía sentir entre ambas plantillas. Rudi Völler, con Alemania, y Luiz Felipe Scolari, por Brasil, preparaban sus ejércitos, mentalizándolos en una sola misión: ganar.

En los papeles, Brasil salía como amplio favorito. El equipo verdeamarelo llegaba con su cuadro intacto y, sobre todo, con Rivaldo, Ronaldinho y Ronaldo en plena efervescencia. Por su parte, Alemania resentía la ausencia de Michael Ballack, la joven perla teutona de ese momento, por acumulación de amarillas ante Corea del Sur en semifinales. Jeremies, más sólido que brillante, era el escogido para ocupar su lugar. Scolari, ante tal movimiento, prescindió de Juninho Paulista por un Kléberson más compacto y con cuatro pulmones para atacar y defender con igual intensidad.

Alemania resentía la ausencia de Michael Ballack, la joven perla teutona de ese momento, por acumulación de amarillas ante Corea del Sur en semifinales

El partido comenzaba con una Alemania sorpresiva. Völler, sabedor de la peligrosidad de cederle el balón a los brasileños, cambió su idea de juego simple y frontal, por una donde el equipo se defendiera con la posesión, lo que propició que el equipo teutón monopolizara el esférico en los primeros compases del partido. Sin embargo, Alemania jamás renuncia a la verticalidad y, en apenas diez minutos, Klose había merodeado el área en dos ocasiones, pero Lúcio y Edmilson lograban despejar los centros de Bode y Schneider.

Thomas Linke y Ronaldinho en acciones del partido. // (Foto de sporting-heroes.net)

Por su parte, Brasil esperaba agazapado en su área, renunciando a salir a buscar a a Alemania a su mediocampo, sabedor de que un trazo largo a la cabeza de Klose podría marcar la diferencia. Pero Brasil es Brasil y la magia se comenzaría a derrochar a partir del minuto 15, cuando Gilberto Silva y Kléberson comenzaron a ganarle la partida a Diettmar Hamman y Carsten Ramelow. Rivaldo filtraba para Ronaldo en el minuto 17, pero Metzelder cortaba justo a tiempo. Luego, en el minuto 21, Kléberson ponía un balón largo para Rivaldo pero Kahn salía a tiempo.

Olíver Kahn estaba ahí para ahogar el grito de gol del equipo latino

Alemania respondía con la velocidad y verticalidad de Schneider por derecha y sus finos centros hacia Klose, quien provocó dos estiradas de primer nivel del guardameta Marcos. La movilidad de Neuville era motivo de peligro y, en una de sus incorporaciones, rompió la espalda de Roque Júnior y conectó un bajón bajado por Klose, pero su remate llegó suave a manos de Marcos.

A partir del minuto 20, el partido aumentó al ritmo latino y de toque de balón de los brasileños. Kléberson mandaba un bombazo desde fuera de área que chocaba en el larguero y Rivaldo ejecutaba una fina volea, con su zurda prodigiosa, que Kahn mandaba a córner a una mano. En la misma acción, un cabezazo de Lúcio sorprendía a Kahn, pero el "Kahndado" alemán rechazaba el balón a quemarropa. Alemania tocaba el balón y buscaba a Klose en las alturas logrando un poco de peligro, Brasil se aproximaba con más intensidad aunque aún sin poder crear algo más claro para romper la muralla teutona y Olíver Kahn estaba ahí para ahogar el grito de gol del equipo latino.

El primer tiempo acababa con un 0-0 justo para ambos cuadros. Fieles a sus innovaciones tácticas exclusivas para la final, Völler y Scolari habían leído el partido de modos distintos e interpretado de formas alternas, lo que provocaba un empate a cero bastante atractivo aunque carente de gol. La tónica del juego era clara: se definiría todo en manos de una individualidad o un error. Al final, sucederían ambas.

El conejo sacó dos goles de la chistera

El segundo tiempo iniciaba con variantes tácticas. Alemania salió al terreno de juego olvidándose del toque lateral del balón y optó por aumentar la profundidad de sus ataques, dejando de usar a Jeremies como plataforma de lanzamiento y buscando a Neuville como gestor del ataque. Por su parte, Brasil, desconcertado por el cambio teutón, apostó a la sabiduría defensiva de Lúcio para guiar a un bloque de cinco en el fondo, amenazando con la fineza de sus tres atacantes y la velocidad de sus laterales para enfilar al contragolpe.

Brasil no reaccionaba y Scolari se levantaba del banquillo para gritar a los suyos

Neuville y Jeremies ponían los primeros sustos en la meta de Marcos tras dos tiros de esquina peligrosos. Luego, un desborde de Schneider encontraría a Klose en el área, pero el cabezazo del goleador del mundial saldría directo a las manos del meta brasileño. Brasil no reaccionaba y Scolari se levantaba del banquillo para gritar a los suyos. Era necesario reordenarse, refrescar las ideas y buscar un truco bajo la manga para romper al rival.

Alemania comenzaba a adueñarse de las acciones del encuentro. Su adelantamiento de líneas lo hacía trascender de un 3-5-2 a un 4-4-2, donde Bode se anclaba a los tres centrales, desplazando a Linke a la derecha, para liberar a Schneider y frenar a Roberto Carlos. Por otra parte, Neuville se retrasaba unos metros para organizaar juego en tres cuartos de cancha, dejando que Jeremies se adelantara para jugar prácticamente al lado de Klose como receptor de balones. Völler desplazaba su rompecabezas y procuraba romper a Brasil. Jamás imaginó que el roto sería él.

Hasta ese momento, Kahn había salvado a Alemania de tres acciones claras de Brasil. El gran líder y cerrojo teutón hacía su función a la perfección y se comenzaba a percibir cierto temor sudamericano de llegar a la tanda de penales o al alargue con un arquero como Kahn frente a ellos. Sin embargo, muchas veces, cuando el héroe está en mayor plenitud es cuando el karma lo regresa a la mortalidad con dosis de extra de laceración al orgullo. Eso mismo le pasó al gran Olíver Kahn en el que debió haber sido su mayor momento de gloria.

Era el 1-0. El Conejo había salido de la chistera.

Fue sobre minuto 67. Brasil había comenzado a quitarse a Alemania de encima pero aún había cierto dominio teutón en la cancha. Gilberto Silva lograba sacarle el balón a los alemanes en la salida y tocaba para Ronaldinho, quien a su vez, cedió de primera para Rivaldo. El gran astro del Barcelona se acomodaba para sacar un zurdazo en busca del milagro, pero, por el contrario, su disparo salió mordido y flojó. Todo indicaba que Kahn controlaría sin problemas. Pero, en ese momento, todo cambió. El balón se escabulló de las manos del guardameta y quedó a merced de Ronaldo, quien se escondió entre Ramelow y Frings y, al ver el balón suelo, corrió para empujarlo a portería y romper el Kahndado alemán. Era el 1-0. El Conejo había salido de la chistera.

El gol resucitó a Brasil y hundió a Alemania. La imagen de Olíver Kahn, destrozado y derrotado luego de la anotación, quedará para la posteridad. El rostro desencajado de sus compañeros, viendo a su gran esperanza defensiva ser reducida a su mínima expresión, fue el golpe psicológico que definió el partido. Brasil tomó un aire de renovación. Ronaldinho sacó su magia y Gilberto Silva despedazó a Hamman. Völler apostó a la experiencia de Bierhoff y sacó al joven Klose. Brasil comenzaba a bailar samba en Yokohama, una especia de ritmo latino orquestado por el espíritu de una esperanza sudamericana por ascender a la gloria.

Alemania intentaba reaccionar con más corazón que ideas. Asamoah llegaba por un desdibujado Jeremies para apostarle a la velocidad pero Cafú era un auténtico avión por su banda y Schneider lucía cansado de su duelo particular con Roberto Carlos. Ronaldinho pudo firmar el segundo, pero su disparo se fue totalmente desviado tras una gran acción de Ronaldo. Ese sería el anunció de la catástrofe total que estaba por vernile encima a la escuadra germana.

El partido se ponía 2 por 0. Olíver Khan había sido roto por completo.

Sobre el minuto 77, Alemania se había desbocado completamente sobre campo brasileño. En ese intento desesperado por el empate, Brasil encontró el espacio para asestar el útlimo golpe. Una gran jugada de Kléberson por derecha, le permitió acomodarse hasta el final de la banda para centrar al área. Rivaldo, fino como un baletista en pista de baile, abrió las piernas y dejó pasar el balón paraa Ronaldo, quien acomodó, aguantó la llegada tardía de Asamoah, disparó de derecha y la clavó en la base del poste izquierdo de Kahn. El partido se ponía 2-0. Olíver Khan había sido roto por completo.

El golpe fue contundente. Alemania ya no reaccionó ni provocó peligro sobre la puerta de Marcos. Brasil, por su parte, dio paso a Juninho Paulista y Denilson para armar un auténtico festín con el balón en los pies para consumir el reloj. El pentacampeonato tenía matices de júbilo y celebración, todo por la magia salida de las botas de un conejo que supo romper un kahndado que parecía indestructible. Juninho le montaba un auténtico baile a Hamman y Ramelow. Luego, Rivaldo comendaba una serie de toques en zona de Alemania sin que los volantes germanos pudieran impedirlo. Colina pitaba el final. Brasil alcanzaba el tan ansiado pentacampeonato, uno que se le había negado cuatro años atrás entre controversias y sorpresas.

Los grandes escenario son para las máximas gestas o las más terribles caídas. Yokohama acogió ambas. Ronaldo escribió con letras doradas en el salón de los héroes brasileños en los mundiales, mientras Oliver Kahn probó las duras mieles de la derrota cuando su camino parecía apuntar hacia la excelencia. Los mundiales son anécdotas para la posteridad. Corea-Japón 2002 escribió el único encuentro entre los dos mejores equipos de los mundiales y todo se definió por la picardía de un irreverente brasileño que le faltó el respeto al comendante bávaro. Así de grande es la fiesta del mundial.