A un lado del palo, la derrota. Al otro, la felicidad. En los doce centímetros que separan a estas hermanas irreconciliables, una madera capaz de silenciar un estadio, de desesperar a un delantero y de provocar bendiciones y maldiciones a partes iguales. Es esta la última meta de los delanteros, perforar ese espacio que guarda celosamente un tipo con guantes, cuya vida es perpendicularmente opuesta a la de los atacantes. Cuando uno silba por la avenida del gol, el otro se lamenta bajo su altar violado. Ahora bien, basta una yema del meñique y un balón que se planta al lado de un banderín, para que la alegría cambie de barrio, se dibuje en los guantes una sonrisa y en el depredador una mueca de incredulidad. Supervivientes de una adrenalina constante, presionados por la necesidad, comen goles para llegar a fin de mes. Son los alquimistas de elixir.

A pesar de ser una raza indómita, hasta siete tigres conviven en una jaula emplazada entre las avenidas Perito Moreno y Varela, en un estadio conocido por Nuevo Gasómetro, en deferencia del templo que pervive en la memoria del Ciclón. Los alquimistas de San Lorenzo llevan a su espalda un número, un nombre y la responsabilidad de plantar semillas de felicidad en Boedo. Los nombres que adornan sus zamarras son Blandi, Cauteruccio, Contreras, Esparza, Matos, Verón y Villalba.

Martín Cauteruccio, fiel goleador

El de siempre. El ariete de confianza de Bauza. Para muestra, un botón: en los tres últimos partidos en los que no fue de la partida, el equipo no dio señales de vida arriba, dejando su marcador a cero. ¿De dónde surge este afán por el gol de Caute? Nacido en Uruguay, la pasión por el fútbol venía adherida a su carnet de identidad. Máximo goleador de las categorías inferiores de Nacional, puesto que creció marcando goles y diferencias para el club de su ciudad, Montevideo. Sin embargo, mal supieron pagarle los servicios, puesto que fue cedido hasta en tres ocasiones consecutivas, pasando entre medias épocas de sequía y banquillo en el club al que siempre fue fiel. Exhausto de sufrir el desamor, demostró su fidelidad cruzando la frontera y defendiendo los colores de Quilmes en la Nacional B, conjunto al que no quiso abandonar a pesar de ser tentado por serpientes de Primera División. No mordió la manzana y, en gran parte gracias a él, el equipo cervecero ascendía al Olimpo. Una vez estabilizado en la máxima categoría, Cauteruccio se despidió de Quilmes para defender a San Lorenzo de Almagro. En sus primeros partidos, anotó cinco veces en ocho ocasiones. En la actualidad es el delantero titular sin discusión, aunque su promedio ha descendido hasta los tres goles en catorce apariciones. Se sospecha que podría estar guardando el frasco de las esencias para el Mundialito.

Gonzalo Verón, honrar un apellido

Sin ser hijo del histórico Juan Sebastián Brujita Verón, el apellido obliga al rendimiento a quien adoptó el mote del que no es su padre. Gonzalo, también llamado Brujita, es todavía muy joven y le queda mucho camino por recorrer. De momento, camina por la senda izquierda de San Lorenzo, y lo hace con pie firme, pero a velocidad sobrehumana. Aunque es la zurda su posición natural, acude a la llamada del gol sea donde sea la cita, siendo su polivalencia ofensiva un valor al que apostar. San Lorenzo es su hogar desde 2012, año en que abandonó la disciplina del Sportivo Italiano. Su quema de etapas fue especialmente rápida, ya que saltó desde Cuarta División a Primera, donde convenció a sucesivos técnicos para contar con él. Suele acompañar a Caute, atrayendo rivales hacia sus fintas y quiebros para liberar al verdadero protagonista del gol.

Mauro Matos, la competencia

Aprendió a competir a los pies del que se llamó, sin justificación de las cifras, “el manzanar más grande del mundo”. Ese afán por la rivalidad, por la competición sana y sin engaño, llevó a Mauro Matos al mundo del fútbol profesional. Un trotamundos que, hatillo en mano, pasó del neonato Lezama al Justo José de Urquiza, un modesto club de la Primera C. De allí a la Primera B por medio de Deportivo Armenio y directamente a la cumbre del fútbol argentino cruzado con la franja del Arsenal de Sarandí. Volvió de visita al pozo de la Nacional B, pero solamente para ascender a All Boys, donde regresaría tras un fugaz turismo al San Luis mexicano. Finalmente su persecución de sí mismo llegó al presente, encontrándose en Boedo. Después de conseguir goles para seis equipos distintos, en su séptimo cielo encontró un reto con nombre propio: Martín Cauteruccio. A día de hoy es su suplente, pero lejos de estar bajo su sombra, espolea con su sola presencia desde el banquillo al titular, porque sabe que juega ante los ojos de otro depredador. Como se venía diciendo, son tigres que comparten jaula. Amigos o hermanos, hasta que disciernen el olor de una presa.

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Héctor Daniel Villalba, regates a la miseria

Un descontrol en la banda derecha, un revuelo entre defensas, acusándose con la mirada entre ellos. Por allí ha pasado Villalba, hay quien dice que montado sobre algún vehículo motorizado, otros juran que iba a pie. De una manera u otra, una ilusión desmesurada corre por las venas de este joven nacido en el Bajo Flores, literalmente enfrente del Estadio Pedro Bidegain, hogar de San Lorenzo. Con el referente en el horizonte y la miseria mordiéndole los talones de unas botas cien veces remendadas, el niño de diez años que un día fue, se presentó a unas pruebas del que ya era equipo de su corta vida. Después de la hora u hora y media que duró la prueba, Villalba dispuso, aparte del color azulgrana que desde tiempo atrás llevaba junto a su corazón, de una camiseta con el escudo bordado. Hace dos años, el canterano convirtió la utopía en realidad, tocó el horizonte con los dedos. Debutó con San Lorenzo.

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Nicolás Blandi, desde la otra orilla

Un salteador de caminos, conoce cada atajo al gol y su labor es siempre efímera y puntual. Apenas llega al encuentro de su víctima, toca el balón una sola vez y rompe la red rival. Aprendió casi todas sus tretas en uno de los máximos rivales del que ahora le acoge, portando la insignia xeneize. Después de un breve paso por Argentinos Juniors, regresó a la que fue su escuela y se asentó durante tres años, con una participación relativamente activa. Sin embargo, rayando el calendario el año 2014, cambia radicalmente de orilla y se enfunda la camiseta cuerva. En la media temporada que disputa alcanza cuatro goles, en un promedio de uno cada tres partidos. En la presente campaña, todavía debe estrenar su casillero, logro que no ha desbloqueado en ocho partidos. ¿También se estará reservando para el Mundialito?

ole.com.ar

Rodrigo Contreras y Gabriel Esparza, la nueva hornada

Partiendo desde la banda izquierda, Gabriel Esparza no conoce otra casa que no sea San Lorenzo. Con 16 años entró en la disciplina del Ciclón para no abandonarla jamás, aunque sea esta su temporada iniciática con el primer equipo. A pesar de ser extremo, no destaca tanto su regate explosivo como su capacidad combinatoria para salir de jugadas enfangadas. Por su parte, Rodrigo Tucu Contreras, cumple con el estereotipo de delantero killer, con un físico potente y remates explosivos con ambas piernas. Sin embargo, a pesar de su emergente calidad, ambos están aún vírgenes en su marcador personal, aunque los dos tienen sendas excusas: Contreras ha jugado en solo cuatro ocasiones y El Tucu sufrió una lesión el agosto pasado que le mantuvo alejado del césped tres meses.