A finales del siglo XIX y en los albores del XX, el fútbol aún era un deporte en experimentación y plena evolución de juego. El patada y corre -kick and rush- inglés fue cediendo paulatinamente terreno al passing game escocés. Gracias a los chicos que se reunían en Queen’s Park en Glasgow, el balón fue cobrando un protagonismo colectivo, el juego comenzó por tanto a estructurarse de forma más organizada. Aun siendo un deporte de once futbolistas, las pequeñas sociedades ofensivas y defensivas, fueron abriendo paso a un estilo que logró equilibrar el sentido colectivo del juego con la individualidad.

Fruto de ello un juego tradicionalmente brusco, competitivo e individual, comenzó a cobrar un sentido estético que atrajo a los espectadores. Fueron muchos –en mayoría escoceses-  los que contribuyeron a esta evolución, el Queen’s Park fue sucedido en transcendencia por los Lilywhites del Preston North End, que conquistó lo que se conoce como “The Double”, Liga y Copa de Inglaterra, en la 1888/89. Y en el citado conjunto John Goodall, delantero inglés fundador del balompié científico, estructuró la base de su conjunto con una columna vertebral configurada por maestros escoceses como Ross, Drummond, Russell, Gordon y Thomson, que ofrecieron un fenomenal rendimiento y aportaron un sello asociativo, un estilo propio al equipo de North End. En los suburbios de Lancashire, cerca del puerto de Liverpool, con la inestimable colaboración de Johnny “Allgood” y, el citado grupo de escoceses, ejercieron tal influencia en el juego y las instituciones deportivas de la época, que esos días de gloria del Preston North End, marcaron un punto de inflexión en la evolución del fútbol en Inglaterra. No en vano, en el mítico estadio de Deepdale se sigue respirando la revolución y el sello personal de un fútbol de otro tiempo. La lluvia que percute crónicas impregnadas de ocre sobre la hierba de Deepdale, es incapaz de borrar las huellas de una historia protagonizada por un equipo acusado de profesionalismo y excluido por ello durante dos años de la FA Cup.

El fútbol y sus pequeñas sociedades se abrió de par en par, estableciendo binomios, micro relaciones y conexiones ofensivas, defensivas de apoyo, que dieron sentido tanto a la colectividad como a la individualidad, dotando de una personalidad propia a su gran protagonista: el balón. De entre esas pequeñas sociedades una de las primeras que comenzó a brillar fue la protagonizada por Steve Bloomer Ángel Destructor y mito del Derby County, junto a Johnny Goodall, su gran mentor, aquel que le enseñó todos los secretos de este deporte.

“Allgood” formó junto al delantero de Cradley, una dupla, que maravilló a los aficionados carneros. Bloomer, el a juicio de todos, primera gran estrella del fútbol inglés, demostró poseer un entendimiento casi telepático con Goodall , juntos llevaron al Derby County al subcampeonato en 1896. Los grandes binomios del fútbol se iniciaron con Goodall y Bloomer, este último formaría otra recordada dupla junto a Alf Common en las filas del Middlesbrough.

En el recuerdo Sky Blue permanece otra de las primeras grandes parejas del fútbol inglés, la que constituyeron en el Manchester City entre Billy Gillespie y Billy Meredith, la prolífica sociedad goleadora entre un musculoso delantero centro escocés y Billy Meredith, el primer ‘Mago galés’ que dignificó la posición de winger derecho. Un tipo que atraía a los aficionados a los estadios, pues allá por donde se dejaba ver el bigote volador de Billy, eran centenares los que acudían en masa a verle jugar. Hyde Road se rindió a los pies de la pareja, muy especialmente a Meredith, que contribuyó a que el City de finales del siglo XIX y comienzos del XX diera un salto de calidad.

Abrimos por tanto el grimorio de los secretos del juego a un fútbol de par en par que se extendió por todo el planeta. También en España, que en aquellos principios de siglo comenzó a establecer sus propios binomios. Sobrino del escritor Miguel de Unamuno, al hablar de este futbolista se nos anudan las palabras a los recuerdos. La típica estampa de un futbolista de los años diez y veinte del siglo pasado en la que destaca especialmente el pañuelo blanco anudado a la cabeza, foto en blanco y negro que nos ubica en el escenario histórico. Es Rafael Moreno Aranzadi, Pichichi, el Rey del Shoot, nos trasladamos mentalmente a San Mamés, Catedral en la que por banda izquierda Txomin Acedo, se convirtió en el surtidor de balones del gran goleador vasco, íntimo amigo con el que estableció una de las primeras grandes sociedades del fútbol español. 

Década de los veinte

Un pañuelo blanco sujetado por una punta en la parte delantera del pantalón, identifica al goleador hispano filipino Paulino Alcántara el Romperredes, que aunque por poco tiempo, compartió equipo con un mago llamado Samitier, Hombre langosta y caballero del fútbol que dejó mil recuerdos por doquier. De aquella década de los años veinte nos aborda la primera gran dupla defensiva de la historia del fútbol español. Fueron los Rómulo y Remo de la historia defensiva del fútbol español que militando en la Segunda División en las filas del Glorioso, era ya considerada como el mejor bloque defensivo de España. El tándem defensivo más efectivo de la historia del fútbol español durante años, formado en 1925, cuando Ciriaco cruzó su camino en la ciudad vitoriana con su alter ego defensivo. Pues si Quincoces era la sobriedad, Ciriaco era la contundencia, Quincoces unos metros por delante y Ciriaco unos metros más atrás, donde su valentía, empuje y contundencia, neutralizaba cualquier filtración producida en la zona de acción de Jacinto primero (en el Alavés) y Zamora después (en el Madrid). Decían los coetáneos a René Petit de Ory, que de poco servía haber visto cualquier futbolista si no habías tenido la oportunidad de contemplar las evoluciones del considerado como Di Stéfano de principios del siglo XX. No en vano este ingeniero del football  fue maestro e ídolo de Luis Regueiro, el mejor interior izquierdo del fútbol español de la década de los veinte, con el que formó una dupla inolvidable en las filas del mítico Real Unión de Irún. Ambos jugaron en el Madrid, René Petit, fino y potente jugador que en la década de los diez, veinte e inicios de los treinta, insufló su juego moderno a este deporte en España. Petit le dio el primer salto cualitativo al Real Madrid y Luis Regueiro fue referencia en el club, llegando a ser bautizado como “El corzo blanco” por su elegantísimo regate en carrera.

Fuera de los terrenos de juego, José Leandro AndradeLa maravilla negra”, llegó a bailar con Joséphine Baker, pero en el campo su pareja de baile era Héctor Scarone, “el Mago”, con el que deslumbró en la Ciudad de la Luz en los JJOO de 1924. Andrade tenía todas las virtudes físicas y la habilidad de un jugador de color formado junto  a la costa Noreste del Río de la Plata, mientras que Scarone fue un adelantado a su época, un genio creador. No en vano aquellas mágicas paredes que se atribuyen a la también fascinante dupla compuesta por Coutinho y Pelé, fueron inventadas cuarenta años antes por la legendaria dupla Cea-Scarone. De esta forma Uruguay, la ráfaga olímpica que pasó por Colombes y los campos de Coya, nos mostró su fútbol y sus primeras grandes sociedades. 

De los remanentes históricos del fútbol argentino en cuyo contenido residen los elementos primordiales que propiciaron el posterior brillo de las generaciones de futbolistas del potrero, nos llega el recuerdo de Manuel Seoane, “el Maradona del amateurismo” y la sensacional pareja atacante que formó en Independiente de Avellaneda junto a Mumo Orsi.  Apodado “La Chancha” por su físico obeso, extraordinario en el juego alto y guapeador en los entreveros, fue el primer gran forward del fútbol de su país y su entendimiento con Orsi, el wing izquierdo del Rojo, hizo las delicias de los aficionados. De aquel tiempo fue Pedro Ochoa, delantero que en los primeros años de fútbol, junto a Perinetti, constituyó una excelente dupla para la “Academia” del Racing Club. Una sociedad tan prolífica que llegó a merecer un tango de Carlos Gardel, quien calificó a Ochoíta como “el crack de la afición”. Con la camiseta del Globo inició su leyenda Guillermo Stábile, “El Filtrador”, son las primeras historias quemeras ineludibles recuerdos y crónicas de cómo un joven de menuda estatura que empezó de winger derecho hizo historia goleando como delantero en Parque Patricios. La velocidad y precisión de Stábile se asoció de inmediato a la calidad de Cesáreo Onzari, puntero izquierdo de Huracán, autor del legendario “Gol Olímpico”, una de esas zurdas argentinas que enamoran y dos futbolistas de puro tango y lunfardo.

Década de los treinta

Con Tommy Lawton jugando de interior derecho y el mítico Dixie Dean de delantero centro, los Toffes disfrutaron de una de las duplas más maravillosas de la historia del fútbol inglés y la segunda mitad de la década de los años treinta. Su entendimiento fue sobrenatural, pero absolutamente terrenal y fruto de la dedicación y el entrenamiento. Solían practicar con un balón relleno de papel mojado, tan pesado como una piedra que les permitía adquirir toque y una dureza muy beneficiosa para los pétreos balones de la época.

La primera mitad de la década de los años treinta en el fútbol brasileño, arranca con el recuerdo de la dupla que formaron en el Glorioso (Botafogo), Leónidas da Silva, el Diamante negro, pura magia negra y Carvalho Leite, una pareja como dicen en Brasil inesquecível (inolvidable). "El Hombre de goma" se marchó a Flamengo y la sociedad creativa que formó con Fausto, un genial medio armador de naturaleza bohemia que llegó a jugar en el Barcelona, rivalizó con la poderosa y legendaria dupla de ataque de Fluminense, compuesta por Romeu Pelliciari y Elba de Padua Tim. Pelliciari era un delantero con una pronunciada calvicie, hombros robustos y pecho ancho, que se salió del prototipo de tanque para convertirse en el mago de la boina y Tim, también conocido como El Peón, otra leyenda de Flu que llegó a asegurar que acompañó durante años a Romeu sin verle errar un solo pase.  

En Argentina, en las filas de Racing Club, Vicente “La bordadora” Zito, conformó una recordada dupla con el "Chueco" García, hábil, gambeteador, original, pícaro, veloz, de esos jugadores que generaban espectáculo por sí solos. Mucha gente iba a la cancha tan sólo para verlo jugar a él, y vibrar con esta sociedad de compadres y genios del fútbol. El Gran Parque Central de Montevideo fue privilegiado testigo de la conexión existente entre dos de los mejores defensores de la historia, “El MariscalNasazzi y Domingos da Guia, el “Divino Maestro” un finísimo defensa brasileño que cambió para siempre el concepto de defensa, abriendo camino a los zagueros con vocación ofensiva y personalidad para salir con la pelota jugada.

En el Mundial italiano de 1934 la selección austriaca dejó una impronta inolvidable. El ‘Wunderteam’ de Hugo Meisl, producto de la Escuela del Danubio y dotado de una distinción única, esbozó los primeros trazos del fútbol total. Pressing ofensivo y una maravillosa fluidez de juego escenificada en la grandiosa sociedad formada por el asteroide nº 10634 y un Hombre de Papel. Entre Pepi Bican, delantero rapidísimo con detalles de pureza, de instantes, que con un movimiento inesperado era capaz de cambiar el curso de los acontecimientos y Matthias Sindelar, der Papierene (“el bailarín de papel”) apodado así a causa de su aspecto delgado y frágil. El legendario  “Mozart del balón” pues sus composiciones esféricas siguen siendo eternas. Parecía un equipo imbatible y su juego de otro planeta, pero el fútbol nos demuestra cíclicamente que toda propuesta táctica revolucionaria no tarda en encontrar una respuesta estratégica de neutralización. Y la respuesta estratégica llegó por parte de Vittorio Pozzo, y sus grandes armas: Benito Mussolini, Luis Monti (el antídoto de Sindelar) y Giuseppe Meazza, genio del fútbol ilustrado, interior díscolo que fumaba y bebía, pero que era un fuoriclasse, mago del palleggio e della finta. Meazza formó una maravillosa dupla en el Mundial junto a Mumo Orsi, por entonces futbolista de la Juventus, argentino naturalizado italiano de gran velocidad y escasa fortaleza física, pero con un sentido refinadísimo del juego. Orsi era un wing izquierdo virtuoso que fintaba con el cuerpo y trazaba diagonales letales que volvieron locas a las defensas de medio mundo. Su fútbol conectó de inmediato con el de Meazza, e Italia se proclamó campeona en su Mundial, derrotando en la final a una Checoslovaquia en la que militaba el mítico Nejedly, que formó una famosa dupla en el Sparta de Praga con el belga Raymond Braine.

Cuatro años más tarde, la letal sociedad que conformaron “Piernas Largas”, Silvio Piola, junto al legendario Meazza, es una de las más recordadas de la historia del fútbol, muy especialmente por lo que hicieron en el Mundial de Francia de 1938. La mortífera conexión entre “Piernas Largas” y “Peppino”  Meazza, entre un goleador incontestable y uno de los ‘calciatoris’ más queridos de antes de la Segunda Guerra Mundial, le dieron a la Italia de Pozzo su segundo campeonato, derrotando en la final a una Hungría en la que brillaba la pareja delantera formada por Gyorgy Sarosi y Szengeller. El Schalke 04 es un equipo histórico que guarda entre sus archivos temporales de la leyenda futbolística, historias que merecen mucho la pena transmitir y contar. Una de ellas,  es la que repasa y perfila el brillante tránsito vital y futbolístico de un crack llamado Ernst “Clemens” Kuzorra, corazón y capitán del  Schalke, futbolista zurdo poderoso, brillante, inteligente y letal. Un goleador de leyenda que formó una sociedad maravillosa junto a su cuñado Fritz Szepan, –considerado el Beckenbauer de los años veinte y treinta- ambos artífices de los éxitos del Schalke en las décadas de 1920 y 1930. La gran calidad e inteligencia que tenían ambos, unida a su extraordinaria compenetración, hicieron posible que los aficionados del Schalke disfrutaran con el fútbol conocido como la “Peonza del Schalke”.   

De la segunda década de los años treinta nos llega también otra sociedad de sociedades, la compuesta por el Saltarín Rojo, Arsenio Erico, junto a Vicente de la Mata. Fueron muchos los que por placer acudieron al estadio Libertadores de América para ver jugar a aquel Independiente de binomios eternos como aquel o el que protagonizó junto a Sastre. Volviendo al desván donde el polvo viejo congrega las estatuas del recuerdo, nos reencontramos con Leónidas da Silva, que llegó a ser el Pelé de su época y coincidió en 1940 en Gavea con el que la historia considera su sucesor: Zizinho.  Precisamente las duplas y asociaciones que se formaron entorno a Mestre Ziza son las responsables de la creación del futebol arte, muy especialmente la formada por Zizinho y Jair, pero fueron arte y parte de todo aquello Heleno de Freitas, Ademir y Tesourinha, con los que estableció binomios directos a la samba y el espectáculo.

Década de los cuarenta

En la década de los cuarenta surgió una Máquina riverplatense que formaba incesantes y geniales sociedades sobre la hierba. Imparables inter relaciones esféricas, duplas de encarnación infernal para sus rivales, que no podían frenar el telepático entendimiento entre el Charro Moreno y Pedernera, o el dueto magistral de Angelito Labruna con el indescifrable y Chaplin argentino Félix Loustau. Hiroshima y Nagasaki acababan de ser devastadas por una infernal invención humana, la bomba atómica, y en el fútbol argentino surgieron también atómicas parejas, como la formada en la azul y oro de Boca entre el “AtómicoMario Boyé y el Lucho Sosa. ¡Y ya lo ve, y ya lo ve, centro de Sosa, gol de Boyé…! La dupla que alegró los corazones, y destruyó las gargantas de los xeneizes. Rinaldo Martino tenía carnet de ídolo sanlorencista, el que se asociara a su estilo encarador y desenfadado de "Mamucho", se aseguraba una sociedad ilimitada con el gol, la que formó junto a Isidro Lángara, irrepetible goleador que llegó de la guerra civil española y que en España dejó el recuerdo de otra gran sociedad junto a HerreritaEl Bravo” en las filas del Real Oviedo. También junto a Farro y Pontoni que hicieron historia en el campeonato de 1946.

En los inicios de aquella década San Mamés disfrutó con la delantera de “Los Mosqueteros” y “Los Catedráticos”, integrada por: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, y Gaínza. Muy especialmente con las micro sociedades que formaron; de entre ellas la que establecieron Zarra y Panizo destacó por encima de las demás, sin desmerecer las conexiones entre Piru Gaínza y Zarra o los centros medidos de Iriondo para la mejor cabeza de Europa después de Churchil. Mientras Pruden y Barinaga acrecentaban la leyenda sobre su sociedad con la camiseta del Real Madrid, una Delantera eléctrica establecía sus legendarias sociedades, muy especialmente la que conformaron Mundo y Gorostiza en el Valencia. Una época dorada en la que también brilló la conexión par en la medular entre Antonio Puchades y Pasieguito. Una dupla irrepetible, con Puchades desplegando su derroche físico y su coraje, y el vasco canalizando el juego subido en la espiral de su regate, su visión y su magnífico toque de balón. Goles de seda y cristal se arremolinan en los aledaños históricos del Estadio Metropolitano, en un fútbol de posguerra la Delantera de seda abre pasó a una Delantera de cristal en la que el flacucho y espigado Adrián Escudero conformó una gran pareja junto a Larbi Ben Barek, pura filigrana, la perla negra, un prodigio técnico de gran zancada con el ángel de los grandes toreros. Toreros que en Sevilla son Belmonte o Joselito, Betis o Sevilla, la eterna dualidad, que en aquella década fue sevillista, pues una dupla de leyenda le dio al conjunto hispalense su única Liga, la formada por dos ‘juanitos’, Arza la filigrana del “Niño de oro” y la potencia del “Pato” tren Araujo.

El recuerdo  de Jackie Milburn queda impregnado por momentos protagonizados junto a otro ídolo de la época llamado Bobby “Dazzler” Mitchel. Momentos y conexiones mágicas de los ‘Magic Magpies’, de un número nueve demoledor conocido como “Wor Jackie”, con un número once, un wing izquierdo mágico, junto al que formó una sociedad letal. Conocido como “The Move”, porque ejecutaba de forma repetida una acción técnica con la que dejaba sentado a sus rivales, poseía un amplio repertorio de recursos ofensivos con los que dinamitó cinturas por doquier. Desde la posición de winger derecho demostró que el fútbol en Inglaterra podría contarse en los libros de caballería, pues en su caso nos topamos con el primer gran caballero del fútbol británico: Sir Stanley Matthews. Un genio que encontró en dos clubes el vehículo idóneo para forjar la leyenda del Lancelot del balón: Stoke City y Blackpool, y que formó una legendaria sociedad con su compañero Stan Mortensen, socio idóneo en la mítica final de la FA Cup de 1953, que pasó a la historia como La Final de Matthews.

Es la historia del “Grande Torino”, una de las más intensas y dolorosas del fútbol por la tragedia, por ese abismo de Superga en el que quedó atrapada una generación, pero los aficionados siempre les recordará por lo que les hicieron disfrutar antes de la fatídica fecha, con duplas de leyenda como la que formaron Valentino Mazzola y Gabetto el primero con una pierna izquierda extraordinaria y cualidades tanto de fondista como velocista, y el segundo, un delantero engominado muy eficaz, de goles nunca vistos, que estableció una sobresaliente sincronización con Mazzola. Similar a la que se pudo contemplar entre este y Ezio Loik, El Elefante la otra mitad del capitán, mezzala (interior) diestro de gran movilidad, fortaleza y talento.  

Década de los cincuenta

En la década de los cincuenta en La Academia de Racing recuerdan con mucho cariño la mítica dupla que formaron Raúl Belén y el “Marqués” Sosa, pero nada habría sido igual sin la firma de un genio surgido de la utopía de un potrero, pues sin su paradójica contradicción, sin la individualidad asociativa del "Houdini del balón", sin el Loco Corbatta, jamás se habrían producido esas maravillosas sociedades.  “La hinchada se estremece, Corbatta… Pío XIII” le cantaba la afición al Garrincha argentino, que pudo vibrar con las diabluras asociativas de Corbatta y Sívori en aquellos “Carasucias de Lima” con la selección argentina.

Los cincuenta fue la década de la selección húngara de los “Mágicos magyares”, extensión del Honved de Budapest. En ambos equipos brilló sobremanera la dupla que conformaron Sandor KocsisCabeza de oro” y Pancho Puskasel Mayor Galopante”.  En 1950 el militarizado Kispest ya rebautizado como Honved, ganó su primer título con 25 goles de Puskas y 24 de Kocsis, una dupla de leyenda que puso su sello a más del 70% de los goles del equipo. Esta tremenda sociedad la llevaron a la selección, que hizo magia por los estadios de la vieja Europa y ridiculizó a Inglaterra en Wembley. Estuvieron invictos durante cuatro años, hasta que en el Mundial de Suiza de 1954, en la final recordada como “El Milagro de Berna”, cayeron ante la Alemania de la mítica dupla de los hermanos Walter, Ottmar y Fritz, sociedad tan talentosa como familiar. No menos mítica que la que formó Fritz Walter, el primer Kaiser del fútbol alemán, con Helmut Rahn, conocido por su liderazgo en el terreno de juego como Der Boss “El Jefe”, que a su vez estableció otra gran pareja de ataque con Max Morlock. Todos en aquella Alemania del Milagro…

Con viejos ojos de 1955 contemplamos al Real Madrid de Alfredo Di Stéfano, que hizo su irrupción para alumbrar la segunda década de los cincuenta. Una “Saeta Rubia”, un jugador de todo el campo que portaba en su cabeza un incunable, el grimorio con todos los secretos del buen fútbol. Don Alfredo estableció junto a Puskas una de las más grandes sociedades de la historia del fútbol. La Saeta con las tablas de la ley en sus pies y Puskas como lontananza histórica de la bohemia y la fantasía, como preámbulo del relámpago y oronda metáfora del gol. En aquel legendario equipo las conexiones eran constantes, pero en el inicio de la jugada solían coincidir dos excelsos futbolistas, Hector Rial y Paco GentoLa Galerna del Cantábrico”. El medio argentino, finísimo, con gran visión, técnica y pase, levantaba la cabeza, veía el desmarque y lanzaba en profundidad a Gento, que a diferencia de lo que muchos piensan, lo mejor que tenía no era la velocidad, sino cómo frenaba en seco al final de la carrera y centraba de manera magistral para que Puskas, Kopa o Di Stéfano, acabaran el trabajo. Un punto acápite ubicado en la primera línea dinástica de los grandes de la historia del fútbol. Con Cinco Copas respondió el Barcelona al abrumador dominio del Real Madrid. Cinco Copas y el otro gran genio de la época: Ladislao Kubala, un malabarista del balón con un tren inferior moldeado por Nikola Tesla, el Némesis de Di Stéfano, que formó una gran sociedad junto a César, posiblemente el mejor cabeceador de su generación y un goleador irrepetible. La década de los cincuenta fue sin duda un decenio de luz para la historia del fútbol y aunque comenzó con el silencio más absoluto de Maracaná, ejecutado por la dupla Gigghia/ Schiaffino, se abrió a la leyenda de par en par en 1958, con la estelar irrupción de la que posiblemente haya sido mejor dupla de la historia. La compuesta por Orei Pelé y Mané Garrincha en el Mundial de Suecia.

Mientras Mané dibujaba su paradoja sobre los terrenos de juego, mientras firmaba con los renglones torcidos de Dios, que de la sombra de la polio y la magia de Pau Grande, puede surgir un ángel de piernas torcidas, otro niño de dieciséis años presentaba su candidatura a mejor jugador del planeta. Garrincha convertía la banda derecha en una escalera de caracol por la que se precipitaban sus desconcertados rivales con la cintura quebrada, y en lo alto de aquella escalera esperaba Pelé para hacer su genial interpretación del fútbol. Los suecos sufrieron su baile de sombreros en el área, y ni la dupla formada por Liedholm, “il Barone” (alma del “Gre-No-Li” del Milan) y Gunnar Gren, pudo con semejante exhibición de talento. La luz de aquel mundial sueco, la luminosa aparición de Pelé alumbró el final de la década, un mundial en el que un profeta del gol llamado Fontaine, estableció un record eterno y una sociedad con Kopa, “Napolén del fútbol” que hizo de la elegancia su modo de expresión futbolística. Y en el epílogo de la década el brillo de una dupla azulgrana imposible de igualar, la compuesta por Kubala, ídolo azulgrana por el que se quedaban pequeños los estadios, y Luis Suárez, arquitecto gallego del fútbol que tenía en su pierna derecha la elegancia de una catenaria de Gaudí.

No sería concebible esta década sin los “Bubsy Babes”, mucho menos sin hacer mención a la pareja Duncan Edwards, Bobby Charlton, el primero para muchos el mayor talento de la historia del fútbol inglés, como Alí, el más grande. Una inmensa estrella, que debido a la tragedia de Múnich se apagó prematuramente. Como dijo su compañero Wilf McGuinness, Duncan era Roy Keane y Bryan Robson combinados en un cuerpo más grande. Tremendo en el tackle y fantástico tanto en el pase como en el regate. Con respecto a Charlton, como jugador elegante e inteligente, de clase mundial, no tardó en establecer una inolvidable sintonía con Edwards. La delantera de la Juve de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta fue conocida como “El Trío Mágico”, pero la dupla que formaron Sívori y Charles, es una de las más grandiosas conexiones que se vieron en el Calcio. La inagotable fuente de regates y el fútbol creativo de un jugador pequeño de estatura, un entreala izquierdo mágico que corría con la cabeza baja y la pelota pegada al pie. De un diabólico y polémico mago del potrero, junto al tremendo corpachón galés de un “Gentil Gigante” que poseía un remate de cabeza extraordinario y que pese a sus 1,90 de estatura, tenía movilidad y gran técnica.

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.