Hoy, 25 de mayo del 2015, se cumplen diez años de la que muchos consideran la mejor final que ha habido en la Champions League. Diez años desde aquella vibrante noche en la que el Liverpool consiguió realizar una de las mayores heroicidades que serán recordadas a lo largo de la historia del fútbol pese a que su rival, el Milan, era el claro favorito para llevarse ‘la orejona’ de vuelta a casa por séptima vez.

El ambiente en el Estadio Olímpico de Atatürk, destinado a albergar finales de tal envergadura como ésta, era inmejorable. El júbilo en ambos bandos era inevitable, tanto los reds como los italianos habían sufrido sudor y lágrimas para llegar hasta la final después de haber pasado dos semifinales de infarto en las que se reflejó lo más bello de esta competición europea. El Liverpool derrocó al Chelsea de Mourinho con un único golazo de Luis García en el partido de vuelta a los cuatro minutos de que el balón comenzara a rodar sobre el verde; mientras que en el Milan era Ambrosini quien evitaba la sorpresa de ser eliminados al macar un gol en el minuto 91 ante el PSV, que se quedaba a solo un tanto de pasar de ronda.

Aunque a priori las apuestas dejaban al conjunto de Ancelotti como vencedor de la Champions League debido a la enorme calidad individual que poseía el equipo -con jugadores como el recién nombrado balón de oro Shevchenko, Crespo, Kaká, Maldini, Pirlo o Seedorf-, la buena ‘piña’ que había formado la plantilla inglesa, junto a la maestría táctica de Rafael Benítez, anticipaban un enfrentamiento reñido y apasionante que acabaría cumpliéndose pasados los 45 minutos de la primera parte.

El ‘shock’ inicial

Tal y como avisaban los expertos que daban al Milan como favoritos, estos fueron los que primero dieron el golpe sobre la mesa, provocando una debacle red que acabaría con un 3-0 al descanso. Ni un minuto había pasado cuando Manuel Mejuto González, colegiado español del partido, señaló una falta cercana al área de Dudek perfecta para que Pirlo realizara uno de sus centros tan medidos. Y así lo hizo, el esférico se dirigió hacia Maldini, que se había quedado un poco más rezagado respecto a los demás jugadores, y enganchando de volea con la derecha, conseguía el gol más rápido en la historia de las finales de Champions League a los 50 segundos de juego.

Los minutos transcurrían y los rossoneri eran dueños y señores sobre el terreno de juego, protagonizando jugadas tan cercanas al gol como un remate de Crespo que sacaría Luis García en la misma línea. Pirlo y Kaka organizaban el centro del campo a sus anchas, Nesta y Stam se hacían gigantes en cada balón aéreo que los rivales intentaban realizar como única forma de crear un peligro prácticamente inexistente. La situación de los pupilos de Benítez fue empeorando por momentos; en el minuto 23, Harry Kewell se veía obligado a retirarse del terreno de juego dando la entrada Smicer quien posteriormente se convertiría en uno de los héroes de Estambul, y en los instantes previos al descanso, el Milan parecía conseguir sentenciar la final.

Foto: historiasdelfutbolsoccer
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El segundo gol llegaría mediante una bonita combinación que iniciaría el centrocampista brasileño, realizando un pase picado entre líneas hacia Shevchenko para que este entregara el cuero a Crespo sin que Carragher pudiera lograr cortarlo; el argentino definía a la perfección ante Dudek, desatando la locura entre los hinchas milaneses que cada vez veían más cerca la ansiada copa europea. La cuenta particular del delantero blanco se ampliaría justo antes de que el árbitro señalara el camino hacia los vestuarios gracias a otro magnífico pase al hueco de Kaka que dejaría en un mano a mano a Crespo, picando la pelota por encima del guardameta red.

Llegaba el descanso y el electrónico reflejaba la apabullante ventaja de 3-0. Ancelotti había conseguido forjar un equipo impenetrable, inquebrantable, bien engranado y organizado, nada ni nadie -ni mucho menos el Liverpool, que se había convertido en mero juguete para el Milan- parecía poder acabar con tanta calidad combinada en un mismo once titular. Aun así, ocurrió algo que conmovió al mundo del fútbol, un hecho del que los más supersticiosos dirán que fue un talismán que ayudó a que se efectuara la remontada. Pese a la enorme superioridad del contrario, pese a ser el descanso, pese a que su equipo no había dado la talla que tal competición merecía, la afición del Liverpool, con los brazos arriba mostrando sus bufandas rojas, comenzó a cantar el You’ll never walk alone a capella, resonando por todo el Estadio Olímpico de Atatürk, siendo mostrados por cada cadena de televisión de cada parte del mundo que estaba retransmitiendo el encuentro. Era digno de admiración.

¿Imposible? Déjame que lo cuestione

La segunda parte dio inicio con la novedad de que el entrenador español apostaba por un planteamiento más arriesgado con defensa de tres con la salida de Finnan y la entrada de Hamman, el equipo comenzó a mostrar su lado más valiente y activo con un juego mucho más fluido y con cabeza. De esta manera no tardaría en llegar el primer tanto de los ingleses, puesto que en el minuto 54 Riise realizaría un centro que acabaría siendo rematado por Steven Gerrard, imposible de evitar para Dida. El capitán invitaba a su afición a que gritara y animase todo lo que pudiera ya que sus pulmones llevarían al equipo hasta el empate.

Foto: martiperarnau
Foto: martiperarnau

Rafa Benítez debía haber realizado unas palabras que habían interiorizado de forma muy eficiente en cada uno de sus jugadores, pues se encontraban a un nivel excepcional, sin tener nada que ver con el Liverpool de la primera parte. Cuando apenas habían pasado dos minutos respecto al sorprendente gol del '8' red, llegaría una nueva sorpresa, el 3-2. Caprichos del destino, Smicer, que había sustituido a un lesionado Kewell, aprovechó un leve espacio que le dejó la defensa italiana para que ejecutara un potente disparo al palo izquierdo que Dida no consiguió detener. The Travelling Kop rugía y se emocionaba, era posible, la remontada podía conseguirse.

La concentración era máxima, el Liverpool debía aprovechar su gran estado de forma pero manteniendo la sangre fría necesaria para dar con el punto débil de una hipotética máquina perfecta que parecía estar derrumbándose por momentos. Y así, en el minuto 60, se efectuó la heroica. Con una rápida contra en la que Baros cedió de tacón a Gerrard, este fue derribado por Gattuso y Mejuto González señaló penalti; Xabi Alonso fue el encargado de transformarlo y lo hizo, aunque a la segunda, puesto que Dida había conseguido previamente detener el penalti. El tolosarra se tumbaba junto al banderín de córner ante la locura de la afición red, mientras cada uno de los miembros de su equipo, que todavía no podían creer lo que estaban logrando, se abalanzaba sobre él.

Los italianos, aturdidos por la inesperada remontada, tardaron en reaccionar, aunque poco a poco lo lograron. En el minuto 69, Traeré despejaba otro balón en la línea de gol y, a falta de dos minutos para la prórroga, era Stam quien desperdiciaba un claro remate de cabeza, enviando el balón por encima del travesaño.

El final de una noche mágica

Con el empate a tres se cumplió el tiempo reglamentario, dando paso a una prórroga en la que la primera parte destacó por el fuerte cansancio que sufrían ambos bandos. En el segundo periodo tuvo lugar una de las paradas más milagrosas que ha tenido una final de la Champions League: Dudek se puso en el papel del hombre del partido -que consagraría posteriormente en la tanda de penaltis- al salvar una doble ocasión de Shevchenko que parecía imposible. Sin embargo, como bien se había demostrado a lo largo del partido, lo inesperado ocurría y lo imposible era palabrería sin fundamento.

De esta forma se llegó a la tanda de penaltis, una “lotería” (como la llaman muchos) en la que el guardameta polaco demostró la gran importancia que posee su cargo especialmente en esos momentos, parando hasta en dos ocasiones y siendo la última -al mismísimo Shevchenko nuevamente- la definitiva.

Foto: bestparissportifs
Foto: bestparissportifs

La pesadilla del Liverpool se había vuelto contra los milaneses; era una noche real, destinada a coronar el retorno de un equipo que volvía a ganar “la orejona” 21 años después de su cuarta. Steven Gerrard la elevaba con rabia cual guerrero que acababa de derrotar a toda una potencia internacional. No había palabras, el Liverpool había ganado la quizá mejor final de la Champions League que ha habido hasta el momento, transformando el júbilo italiano en los cánticos triunfales de aquellos valientes que cantaron a pleno pulmón su himno cuando todo parecía perdido.

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Sobre el autor
Víctor Rapún
Amante del fútbol. Fiel seguidor del Huesca y de la Premier destacando el Liverpool