Bielsa fue algo así como bajar el Sol al nivel de Le Vélodrome a oscuras. La llegada del argentino, de repente, iluminó con el fulgor de su personalidad todas las estancias del club marsellés. El Olympique, antaño poderoso y brillante cual grande de Europa, vivía en una escala de colores que iba del gris al negro, dependiendo del desacierto de su directiva y de los goles que pudieran convertir sus delanteros en la rutina del fin de semana en Francia, pero no aspiraba a más. Los títulos, ese discutible medidor del éxito en esto del fútbol, se habían ido con la crisis económica, y se habían llevado la ilusión. Solo una figura irradiante de seguridad como la del Loco podía devolver a la afición más caliente de tierras galas la sensación de volver a aspirar a los objetivos de siempre. Porque el OM no solo es grande, sino que se siente grande. No en vano, su estatus de único ganador francés de la Copa de Europa aún le permite considerarse el número 1 en importancia, pese al dominio de su eterno rival, la pérdida de prestigio en el mercado o los malos resultados. 

Bielsa y su fuerte personalidad hicieron olvidar sus problemas al OM

Desde el banquillo se convirtió en el faro de una ciudad entera. El Olympique recuperó su lugar, la impronta de Bielsa era reconocible en el juego del equipo, llegaron a liderar la Ligue 1, y lo más importante, la afición lo amaba. Bielsa caló tanto en Marsella que, tras solo un año, sale transformado en icono del club. Su carácter, fuerte, directo y honesto, creó un vínculo fortísimo con una afición conocida por sus tifos, sus bengalas y su intensidad. La Virage Sud le dedicó enormes pancartas, su nombre se coreó, se le rogó que se quedara al finalizar la pasada campaña. Su presencia hacía olvidar los problemas crónicos de la institución, que, por supuesto, seguían latentes. La directiva seguía siendo la misma, tan criticada antes de la llegada del argentino, económicamente desde Marsella no se podía competir con PSG o Mónaco, y finalmente en el campo el equipo se derrumbó a final de temporada y no entraron en Champions, pero daba igual. Bielsa continuaba, y junto a él, el camino parecía más fácil y firme para una afición que poco a poco recuperaba la felicidad tras años a la deriva.

La marcha de Bielsa deja al OM huérfano de un referente para su reconstrucción

Pero si hay algo innegociable para Bielsa es la honestidad. Como para Calamaro, no es una virtud, sino una obligación. El Loco permitió que le desmantelaran la plantilla debido a las necesidades financieras de la entidad, aceptó las salidas de André Ayew, Gignac, Fanni, Morel, Imbula y Payet, es decir, de la columna vertebral del once de la temporada pasada, revalorizada por el año a las órdenes del rosarino, y enfrentó con ilusión el reto para empezar prácticamente desde cero pese al nefasto verano. Lo que no consintió fue otra de las cuestionables decisiones de la planta noble, intentar renegociar el contrato ya acordado. Y, tan franco y real como la ilusión que se dibujaba en su rostro el día de su llegada, hizo las maletas y se marchó, dejando a Marsella sin guía. Solo una gran figura podrá llenar el vacío que deja Marcelo.