Todo investigador, que se precie debería saber discernir la distinción entre “indicio” y “prueba”. El indicio señala una posible línea de investigación, apunta a un posible autor o descarta la participación de alguien, mientras que la prueba es diáfana, señala sin duda al autor, cómplice, o un aspecto absolutamente relevante del crimen. En investigación criminológica ambos son términos esenciales para el esclarecimiento de un suceso criminal, el problema comienza cuando la ocultación de las pruebas hace imposible el proceso de investigación, mucho más cuando la cortina de hierro procede de las más altas esferas políticas del poder.

En ese caso el esclarecimiento del acto delictivo es inviable y tan solo se puede trabajar con hipótesis basadas en indicios y elucubraciones imposibles de demostrar. Pues existen casos en los que la sombría, la maquiavélica mano armada de los Gobiernos, utilizan todo su poder, sus servicios secretos, para atentar impunemente contra los derechos humanos fundamentales. Punto de partida desde el que florecen las más oscuras y diversas teorías conspiradoras, que apuntan a que en el transcurso de la historia humana, fueron muchos más los seres humanos lisiados, torturados y asesinados por gobiernos, que por ningún otro tipo de organización criminal.

La oscura historia de Florin Piturca

Y hablando de conspiración en el ámbito del deporte, muy concretamente en el fútbol del Este, estas líneas emprenden un pequeño viaje a través del tiempo, el espacio y la historia hacia los años sesenta, cuando Nicolae Ceacescu comenzó un reinado de gobierno, con mano de hierro y represión, que se prolongó por espacio de 24 años. Periodo en el que Rumanía estuvo sometida a un régimen tan preocupado por sus éxitos políticos como deportivos, en el que no dudó en urdir todo tipo de maldades en busca de la mejora del rendimiento de sus deportistas de élite. Llegando al punto de utilizar sin su conocimiento ni su consentimiento como ‘conejillos de indias’ a atletas de segunda fila y menos relevantes, con la oscura intención de probar drogas destinadas a la citada mejora. Como suele suceder no hay una sola prueba física que lo demuestre, tan solo un inquietante indicio, el olvidado perfil de un futbolista erigido en bronce en un desconocido mausoleo del cementerio de Dorobantia, -a las afueras de Craiova- que desafió al régimen durante más de una década.

El citado perfil perteneciente a Florin Piturca, primo del legendario Victor Piturca, mito de aquel Steaua que brilló en el concierto futbolístico continental a mediados de los años ochenta. Un futbolista que llegó a firmar casi tantos goles, 165, como partidos oficiales disputó, 175. En el caso de Florin no tan buen jugador como Víctor, pero un delantero muy respetado de la segunda división rumana. Delantero que entre otros clubes hizo carrera en las filas del FCM Drobeta Tumu Severin, conjunto de la Segunda división en el que encontró el fin de sus días.

Una historia que se remonta al 10 de diciembre de 1978, cuando el Drobeta se enfrentó y venció 2-1 en partido de liga al Metalul Bucarest. Florin fue autor de uno de aquellos dos goles, pero el suceso que marcó su destino y abrió un oscuro pasillo hacia la conspiración tuvo lugar en el entretiempo del partido. Pues cuentan que durante el citado periodo de descanso el médico del club proporcionó a los futbolistas un misterioso té, que según fuentes cercanas a la familia de Florin podría haber provocado su fallecimiento. La conspiración estaba en marcha y la experimentación con sustancias dopantes sobrevoló para siempre sobre el extraño fallecimiento de Florin Piturca. Sobre todo porque a su regreso a casa a la finalización del partido, Florin comentó a su esposa que se encontraba mal y fue al baño. Diez minutos más tarde, su mujer lo encontraba desplomado en el suelo, muerto con tan sólo 27 años.

Su padre, Maximiliano, invirtió todos sus ahorros en erigir una estatua a su hijo y el mausoleo que se encuentra adyacente a ella. Con esta iniciativa intentaba evitar que la muerte de su hijo cayera en el olvido, honrando su nombre y a su vez convirtiéndolo en indicio de un crimen. Un desafío en toda regla al régimen, al que consideraba culpable de su prematuro fallecimiento. Y es que sus padres, tanto Maximiliano como Vasilica no dudaron en ningún momento de la veracidad de aquella historia de ‘conejillos de indias’ y sustancias dopantes, por lo que desde el mismo día de su fallecimiento iniciaron una cruzada en recuerdo de su amado hijo. Cuentan que la noche que Florin fue enterrado, su padre Maximiliano se quedó allí y lo hizo todas las noches hasta su fallecimiento en 1994. Nada pudo con el amor y el tesón de un padre que trabajaba todos los días y todas las noches iba al cementerio a dormir junto a su hijo en el mausoleo.

¿Teoría conspiratoria o realidad?

Teoría conspiranoia o realidad, en la truculenta historia de este suceso lo realmente cierto es que, Zoia Ceausescu, hija del dictador Nicolae, en una visita efectuada en marzo de 1989 a Drobantia, se molestó bastante por el mausoleo y decidió su derribo, enviando las excavadoras para acabar con una conmovedora historia de lucha y unión familiar. El vigilante del cementerio recordaba a la perfección aquella noche: -“Maximiliano salió cubierto de polvo y agitando el puño pensando en Nicolae Ceacescu, exclamó: “Una maldición caerá sobre usted y su familia”. “En un año estaré de vuelta y usted estará muerto.'”

Efectivamente, nueve meses más tarde llegó la revolución, y aunque Zoia pudo escapar, sus padres fueron fusilados, en el patio trasero de la cárcel de Targoviste. En marzo del año siguiente, la tumba de Florin ya había sido reconstruida, y Maximiliano estaba de vuelta, como cada noche durmiendo junto a su hijo muerto. Ni siquiera la enfermedad -un problema cardíaco- que le diagnosticaron en 1994, evitó el onírico viaje nocturno que emprendía cada día a los pies de la tumba de Florin. Pese a saber que se estaba muriendo, se quedó con su hijo hasta el final de sus días. En aquel año 1994, y poco antes de morir exclamó: -“He esperado este día durante mucho tiempo”.” Estoy muy feliz de que pronto voy a ver a mi hijo otra vez.” Hoy día aquel enigmático perfil de bronce destaca en la puerta nº20 -mismo número del apartamento en el que falleció- del cementerio de Dorobantia. El único indicio, el único cabo suelto que dejó el régimen de Ceacescu, el perfil de un joven atleta de pelo largo, bigote, brazo izquierdo en la cintura y pierna derecha cargada para efectuar un último disparo a la justicia divina.