El desván del fútbol y la memoria abre nuevamente sus desvencijadas puertas para rescatar del tiempo huido a un jugador de zancada eterna, con un diseño biológico concebido para correr la banda, ser luz paralela y verdiblanca a la raya de cal, en la que edificó su leyenda. Porque la historia de Rafael Gordillo Vázquez, la del futbolista de las desvencijadas piernas de goma y las vértebras de serpiente verdiblanca, es una historia para recordar, para volver a vivir y a contemplar. Para rescatar de la crónica blanca al defensa lateral zurdo, al extremo y zaguero de medias caídas, al ‘canijo’ del guante en su pierna siniestra. Para identificar en la ilusión y la garra del rayo verde que no cesa, al niño de barrio, al alegre dorsal nº3 de la jugada sempiterna que a todos nos cautivó.

El Rayo Verde

“El rayo verde" es una novela del escritor francés Julio Verne publicada en 1882, pero desde no hace demasiado tiempos es también un libro biográfico escrito por Francisco Correal sobre la legendaria figura del jugador bético. Y tras la estela de aquel rayo verde emprenden camino estas líneas en busca del niño nacido circunstancialmente en Almendralejo un 24 de febrero de 1957. Gordillo era hijo de un futbolista trotamundos que se batió el cobre por las categorías y campos más duros del fútbol español. El Gorri, su padre, era un picapedrero del fútbol, jornalero y emigrante del balón que en el momento de alumbrar al fenómeno defendía los colores del Extremadura de Almendralejo. Gordillo era por tanto componente de una humilde familia que posteriormente regresó a sus orígenes, a la Sevilla del Cristo de los Gitanos, a la de Puerta Osario para residir en la calle Artemisa, esquina con Verónica, casa declarada en ruina y por la que fueron refugiados en la cochera de los tranvías, destino del que fueron realojados cuarenta y ocho días después a una modesta vivienda en el barrio del Polígono, en el que el chaval creció con el rumor del viento huracanado de sus pies.

La Sevilla de Eolo

Son los recuerdos de una Sevilla que se fue con Eolo, de un barrio en el que Gordillo convirtió sus zancadas en sueños por cumplir a golpe de galopadas que eran como tornados. Fue allí donde el fútbol vio alumbrar a Gordillo en el equipo del barrio, el CD San Pablo, donde Pedro Buenaventura le descubrió y se lo llevó al Betis. Y por las puertas de las inferiores del Betis entró un vendaval de catorce años que se convertiría en el mejor jugador de la historia del club. En el añejo Heliópolis Rafael Gordillo quiso atrapar estrellas en el aire en las tardes de domingo, mil momentos, mil inviernos, e internadas que fueron primaveras mil para el sentir verdiblanco que en otro tiempo se desgarró por la banda.

Los corazones béticos galopan

Su debut con el primer equipo del Betis se produjo el 30 de enero de 1977 a los 19, con Rafael Iriondo en el banquillo, en un partido frente al Burgos. Todo cambió aquel día, porque la historia del Betis sin Gordillo no sería la misma por la sencilla razón de que desde que hizo su aparición con la camiseta verdiblanca, el vendaval y la garra son conceptos indisolublemente ligados a su leyenda, pues desde aquel día los corazones béticos no laten sino que galopan.

El Vendaval del Polígono

exjugadoresdelrealbetis.es
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Setenta y cinco partidos portando la casaca de la selección española, con tres Eurocopas y dos Mundiales disputados. Dos décadas siendo dueño y señor del ala izquierda, uno de los deportistas andaluces más importantes de la historia, veinte años de profesional, veinte años de míticas subidas por banda, en los que los kilométricos alambres de sus piernas, hicieron arte de la internada y del alegre posicionamiento del lateral zurdo de largo recorrido. Un jugador además tremendamente limpio y deportivo, que solo fue expulsado en una ocasión durante toda su carrera. Rafa, recuperó el artesanal oficio del equilibrista, puesto que no se puede definir de otra forma lo que hacía el Vendaval del polígono, pegado a la raya de cal. Descoyuntados huesos que galopan, más que huesos cartílagos, porque Gordillo era pura flexibilidad, capaz de correr a velocidad de crucero y frenar para sacar un centro perfecto a dos milímetros del banderín. Siempre con esa desgarbada figura con la que enmarcaba su naturalidad pasmosa para subir y bajar sin descanso.

Por eso a nadie extrañó en su tiempo, que el mejor Ruud Gullit al ser preguntado sobre qué futbolista le hubiera gustado ser, respondiera con la siguiente afirmación: "Yo, Gordillo". Decía el periodista Julio César Iglesias refiriéndose a Rafael Gordillo, que el bético era la mayor demostración de que el fútbol no lo inventó Arquímedes, sino Píndaro. Y no le faltó razón al maestro puesto que Rafa, su físico rompía con la ciencia, con todos los principios de Arquímedes, Gordillo era mucho más identificable con la poesía lírica de Píndaro, la victoria de lo bello y lo bueno sobre la mediocridad. Y Gordillo merece sin duda uno de esos himnos pindáricos al atleta que el jugador extremeño llegó a ser.  

Maravilloso paréntesis blanco

Por ello esas primeras nueve temporadas (1977 a 1985) con la casaca del Betis, forman parte del viejo papiro de la memoria de nuestros mayores. Y por esa razón el Real Madrid le eligió para inundar de azahar la banda izquierda del Bernabéu, que vio en el desgarbado jugador de las medias caídas, la bella metáfora de la alegría, una alegría que completó a un gran equipo, a una Quinta alada que le permitió vivir un maravilloso paréntesis blanco consiguiendo cinco títulos de Liga y, dando lecciones de humildad, garra, calidad y humanidad, a futbolistas de máxima élite. Gordillo son sus 38 goles en Primera División, repartidos entre su Betis y el Real Madrid, son sus 182 partidos de liga con la camiseta merengue, son sus diez títulos y el gol que le dio al Madrid el título de Copa del Rey en 1989, pero es por encima de todo, el que le puso nombre al aire de la banda izquierda del Bernabéu, ese que solo sabía atrapar Paco Gento y que luego supo reconocer Roberto Carlos. Porque sí, Madrid conoció a Gordillo, en aquellos años el Vendaval de Majadahonda.

www.defensacentral.com
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Regreso a Heliópolis

Y como no podía ser de otra manera, en 1992 regresó a casa, la Heliópolis sevillana le aguardaba ansiosa, la Ciudad del Sol que penaba sueños en Segunda División volvió a brillar y el viento volvió a rugir con sones verdiblancos. Gordillo regresó para clasificar al equipo para la Copa UEFA y marcharse en 1995 con el huracanado nombre de la despedida. Rafael, el “canijo” colgó sus botas en el Écija en 1996, cuentan que la cal de la banda lloró su ausencia y que el fútbol perdió a uno de los últimos defensas con alma de extremos puros. Pues en el vendaval de la memoria, que al despeñarse por el reloj de arena del olvido lo arrasa todo, Rafael Gordillo, un buen hombre, un grandioso número tres, un atleta mediofondista que con sus internadas hizo a la gente feliz.