La noche de Champions League que regalaron Roma y Liverpool fue deliciosa. Para el espectador neutral, claro está. Tanto la ida como la vuelta siguió un guion de película. Indescriptible e impredecible a la par. Un global (7-6) digno de otras épocas futbolísticas. Con un 5-2 en la ida quien era capaz de imaginarse que en la vuelta la loba se quedaría a un solo gol de forzar la prórroga. Sería prácticamente de locos.

No obstante, uno de los datos estuvo en los dos tantos que lograron anotar los Reds. El equipo inglés fue el primero capaz de abrir el cerrojo romanista en el Olímpico. Es decir, los giallorossi, hasta entonces, no habían encajado ni un solo gol en su templo desde que comenzase dicha edición de Champions. Una auténtica barbaridad. Y es que por allí han pasado Chelsea, Atlético de MadridShakhtar DonetskQarabağ. Equipos a los que no les hacen falta muchas ocasiones para ver puerta.

Gran parte de la culpa la tienen los escuderos de Eusebio Di Francesco. Roma no se construyó en un día. Y la defensa de la loba tampoco. Pero el trabajo del técnico de Pescara ha sido exquisito desde su llegada, teniendo claro que para cimentar una escuadra potente tiene que hacerlo por abajo y no por el tejado (la delantera). De ese modo ha fortificado una de las mejores zagas de la Serie A, con tan solo 28 goles encajados en 35 jornadas. Sin embargo, esa fortaleza mostrada en casa se flagela lejos del Olímpico. Muestra de ello fueron los cinco tantos que les endosó el Liverpool en Anfield.

Unos errores defensivos que, por vez primera, se vieron en el hogar de los giallorossi y terminaron pasando factura. Precisamente esos dos tantos recibidos fueron precedidos por dos fallos. Primero uno de Nainggolan en un envío en horizontal que aprovechó Mané para hacer el 0-1. Y, después, Džeko despejó mal de cabeza, dejándosela en bandeja a Wijnaldum quien ponía el 1-2 en el luminoso. A pesar de ello, el nivel mostrado por los Alisson, Manolas, Fazio, Florenzi y Kolarov a lo largo del curso ha sido más que satisfactorio.