Comenzó la andadura de la Bélgica de Roberto Martínez en el Mundial 2018. Y no fue tan bien como se esperaba de una posible ganadora del Campeonato del Mundo. Pese a vencer por 3-0 de manera contundente, cosa extraña en lo que va de Mundial, Bélgica no ha sido lo que en realidad es, o al menos lo que todos creen que es. Y parte de culpa ha tenido Panamá, aunque la mayoría de la culpa ha sido de los belgas.

Poco generadora

La Bélgica del estreno fue poco creadora. Pese a la aparente debilidad de Panamá, los belgas no supieron desbordar ni por fuera ni por dentro en la primera mitad, y tampoco se vio excesivo juego bonito de los habilidosos de la plantilla. De Bruyne y Witsel no conseguían conectar con los hombres de arriba, y Bélgica en general no conseguía conectar con sí misma. 

Panamá fue subiéndose a las barbas pero cedió

El fútbol de los belgas era tan plano que los panameños dejaron de estar incómodos y se empezaron a animar hacia arriba sin complejos. Los americanos vieron que podían hacer má ofensivamente, una vez bloqueado el ataque belga, y salieron hacia delante atacando el lado más débil de Bélgica: las transiciones defensivas por las bandas. Meunier y, sobre todo, Carrasco empezaron a sufrir las acometidas, bastante inofensivas generalmente, de Panamá hasta que llegó el descanso.

Roberto Martínez pareció reactivar a los suyos en el descanso, porque Bélgica salió con otra mentalidad, y sobre todo, con otro plan. La idea era marcar cuanto antes y matar a Panamá a base de zarpazos a la contra y así ocurrió. Bélgica comenzó a hilar fútbol a la par que Panamá fue bajando el ritmo, y el partido se fue decantando. Hasta Lukaku se puso en modo contraataque para el último gol. Bélgica es una maquina de matar a la contra, ahora le falta serlo también con la posesión.