Brasil - Argentina representa la cúspide de la emoción en cuanto  a partidos internacionales. No es un simple clásico, va más allá de eso, el sentimiento de dos países sedientos de gloria. Brasil, porque quiere redimirse ante su gente después de lo sucedido en 2014; y si se retrocede 69 años atrás; generaciones anteriores, por el Maracanazo en aquella final del mundo en 1950. Del otro lado, una Albiceleste necesitada de títulos. Son 26 años sin un título en la Selección mayor, una eternidad. Una Argentina que además de conquistas, tiene la impetuosa necesidad de encontrar sustentabilidad en este proceso con Lionel Scaloni. 

Situaciones distintas, aspiraciones similares

El Brasil de Tité puede gustar menos o más, pero es muy efectivo. Sólo cayó dos veces en 40 encuentros, recibiendo apenas diez goles. Pese a eso, las críticas en Brasil no cesan, siendo un país que encuentra alegrías y tristezas -de forma mucho más radical que en cualquier otra parte, en el terreno del deporte, específicamente en el fútbol.

Basta con echar un vistazo a Brasil 2014. Los jugadores sufrían. Neymar, Thiago Silva, Júlio César, el cuerpo técnico, Scolari lloraban, y se debilitaban en cada fase. La presión era inmensa y al final, todo terminó de la peor forma; con el 7-1 ante Alemania. 

David Luiz y Thiago Silva desconsolados / Foto: Getty Images
David Luiz y Thiago Silva desconsolados / Foto: Getty Images


Pero el fútbol da revancha casi siempre, y la de Brasil llegó en 2016, en Río de Janeiro; con aquel penal de Neymar ante Alemania que significó el primer oro olímpico de la pentacampeona del mundo. Otra vez lágrimas, en aquella ocasión, de desahogo más que de felicidad. 

Ahora, frente a su clásico rival, después de un mundial en tierras rusas que acabó más rápido de lo esperado; la Canarinha busca sepultar fantasmas que acompañan a generaciones y generaciones de forma injusta. Muchos no estuvieron en aquellas derrotas, ¿Por qué deben cargar con ese peso que no se ganaron? Es frustrante desde afuera, imagínense adentro del terreno



No podía haber otro protagonista


Y cómo no podía ser de otra manera, la guinda de la torta, la pone Argentina. Siendo el otro protagonista ideal para darle el mejor contexto a este hilo de sucesos que serán noticia en todo el mundo fútbol. 

Una Albiceleste renovada si se quiere. Teniendo de la “vieja guardia” a Agüero, Messi y Otamendi y a un Di María con un rol secundario; partiendo desde atrás en la carrera por la titularidad – aunque existen rumores que podrían ser de la partida esta noche –. 

La renovación llega desde la defensa, de derecha a izquierda; iniciando con Foyth y Pezzella, pasando por Tagliafico – ya protagonista en Rusia – llegando a la medular donde Paredes ejerce de ‘jefe’ en la zona media; acompañado de De Paul y Acuña o Lo Celso a sus costados; y culminando con Lautaro Martínez en ataque. 

Una Selección que después de la derrota ante Colombia y el empate contra Paraguay, quedó prácticamente sin nadie que le apostara un peso – una frase que toma fuerza viendo la situación actual del peso Argentino, devaluado con respecto al dólar, sólo superado por el Bolívar de Venezuela; que ya es caso perdido –.

Pero, que después de la victoria frente a la Vinotinto de Rafael Dudamel; muchos volvieron a creer en este equipo. Pasaron de la destrucción absoluta a la ilusión del momentum en días. Es la muestra de la contradicción de muchos argentinos y la contradictoria que es la sociedad latinoamericana; lo llevamos en la sangre. 

Una Argentina que viene de menos a más y parece haber encontrado una formación idónea hasta el final de este torneo (a menos que Scaloni lo vea diferente). 4-3-1-2, una línea de cuatro que parece afianzada dentro de todos los problemas de la defensa; un eje dónde Paredes es el equilibrio entre el fondo y la primera línea de volantes (Acuña y De Paul) y un tridente adelante: Messi, Agüero y Lautaro. 

Una mejoría que se entiende desde el colectivo, armándose desde arriba para atrás, siendo la excepción a la regla. Aprovechando sus virtudes y reduciendo falencias. Otorgándole al fin, algo de espalda a Messi, que de igual forma tiene que esforzarse cumpliendo tareas que no nos tiene muy acostumbrados: Pressing, abarcando más terreno de lo normal, sin pisar mucho el área.

Un Lionel que no ha conseguido su mejor versión. Se nota la fatiga que produce la larga temporada en sus piernas, los medios poblados de los rivales lo detectan y desactivan, el mal estado de los terrenos no ayuda y su bajo rendimiento individual han provocado este ‘floja’ copa América de Messi. Que ahora, tiene una oportunidad única, de esas que todo jugador de su calibre quieren tener una vez en su carrera; la de vencer a tu máximo rival en su casa. Argentina lo necesita hoy más que nunca. 
 

Messi después de caer en la final en el Maracaná, hoy, busca una revancha / Foto: Getty Images
Messi después de caer en la final en el Maracaná, hoy, busca una revancha / Foto: Getty Images



La hora de la verdad


Previo a un duelo tan importante, los análisis hacen entender el contexto y además, buscan intuir lo que puede llegar a pasar. Pero la verdad es que, tanto el fútbol como la vida, son indescifrables. Lo mejor es disfrutar del momento, de estos encuentros que se dan cada tanto y que son más apasionantes que el 99% del resto. 

Lo lindo de los torneos cortos es que pasan muchas situaciones out of context, como el gran partido que le hizo Paraguay al anfitrión; llevándolo al límite; o la eliminación uruguaya el otro día ante Perú. O te puede pasar como el último par de finalistas, Argentina y Chile, que antes del torneo se veían por detrás de muchos y terminan entre los cuatro mejores mínimamente. 

Se viene un duelo histórico. Una pugna por terminar con los fantasmas de la trágica historia de los anfitriones en su tierra, y una  búsqueda por acabar la sequía de 21 años sin títulos. Mucho que perder para ambos – más para Brasil – y un enorme premio por ganar. Hoy es el día, Superclásico de las Américas, Brasil – Argentina.