Plantar un árbol ha de ser un ejercicio de paciencia absoluta. Sobre todo, si lo haces con la ilusión de recibir los frutos de la cosecha a las primeras de cambio. Cavar un agujero en el suelo, introducir la semilla, regar cada día ese montón de tierra del que se supone debe salir una frondosa y productiva planta para que, con una simple granizada, todo se vaya al garete a las primeras de cambio. No obstante, siempre se dice aquello de que en la vida hay que realizar tres cosas: tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol; por lo que, teniendo en cuenta la satisfacción que debe entregar la consecución de las otras dos, el observar los frutos generados por una semilla plantada por ti mismo ha de ser curioso.

Frank Lampard llegó hace unos pocos meses al Chelsea y se dispuso a sembrar el tapiz de Stamford Bridge. El comienzo fue un tanto duro pero, poco a poco, se empezaron a divisar los primeros brotes verdes: Mason Mount y Tammy Abraham tiraron la puerta abajo y la afición del Chelsea se identificó con los suyos. Y es que no hay mejor manera de hacer partícipes a los hinchas locales de las victorias de su equipo que organizar un proyecto con frutos de la casa como líderes del mismo. Más tarde llegaría la aparición de Tomori, acompañado con pocas semanas de diferencia por la vuelta de un Hudson-Odoi que se cansó del barbecho en el que una lesión de rodilla le había obligado a introducirse.

Y, al fin, llegó la primera victoria en Stamford Bridge. Casi mes y medio después de que la temporada diese su pistoletazo de salida y tras tres encuentros en los que el granizo estropeó el buen hacer de los pupilos de Frank Lampard. En un encuentro dominado por un conjunto blue plagado de dinamismo, movilidad, verticalidad y, sobre todo, de juventud. Además, fue también notoria la diferencia de calidad individual que había con respecto a un Brighton que propone un fútbol realmente atractivo pero que, sobre todo hoy ante la baja de Trossart, no disponía de las piezas suficientes para llevar el plan a cabo.

Vistosidad futbolística en Stamford Bridge

Stamford Bridge estaba ansioso por poder disfrutar de un fútbol divertido. Parecía que el año pasado lo iban a hacer con la llegada de Sarri pero, nada más lejos de la realidad, el Chelsea se convirtió en un equipo excesivamente plano y previsible bajo los mandos del técnico italiano. Un equipo sin dinamismo, sin mordiente y sin factor sorpresa para el aficionado. Sin embargo, la llegada de Lampard ha dotado al conjunto londinense de una facilidad para entretener de la que pocos combinados pueden presumir en el fútbol mundial y parece que a partir de esa idea los blues pueden empezar a crecer.

Además, hoy se veían las caras frente a un equipo que ha sufrido una metamorfosis todavía más evidente. El Brighton de Graham Potter es la antítesis de lo que fue con Chris Hughton. El discurso es completamente distinto; ahora se apuesta por la combinación como respuesta a cualquier pregunta que pueda ocasionar un encuentro. Ante todo contexto y situación, las gaviotas están siendo capaces de realizar su fútbol sin importar las consecuencias negativas que un fallo puede acarrearles.

Con estos ingredientes, cómo no íbamos a ver un partido entretenido en Stamford Bridge. Además, ambos entrenadores fueron realmente ofensivos en sus onces. El Chelsea saltó al campo con un 4-1-4-1 en el que Pedro, Willian, Barkley y Mount formaban una línea de cuatro medias puntas con total libertad para mezclar alturas, aparecer de espaldas, entre líneas, pegados a la línea de cal o en el interior del área.

Por su parte, Graham Potter dispuso a sus futbolistas en un 5-2-2-1 que realmente se convertía en un 4-3-3 en salida de balón, siendo el central zurdo -Burn- el que se abría hasta la posición de lateral para, desde ahí, comenzar los ataques de las gaviotas. Además, Aaron Mooy -teórico enganche zurdo- retrasaba su posición hasta el centro del campo para dejar el extremo en las botas de -en un principio- Alzate.

El fútbol combinativo tiene sus problemas

Se puede afirmar con total seguridad que el Brighton de la temporada pasada no habría encajado este tipo de goles. El conjunto de Graham Potter asume el riesgo al fallo, a la pifia que sale en los resúmenes el día después. Son conscientes de que todo su fútbol pende de un hilo. Un hilo finísimo que hoy se desmembró pero que otros días aguantó como si de una cuerda de grafeno se tratase. 

El Chelsea se adelantó a través de un penalti ejecutado por Jorginho y originado por la presión intensa de, parece, un especialista en esas labores como Mason Mount. El joven inglés aprovechó un mal control en el área de Webster para meter el pie y provocar la infracción. Y esta no fue la única ocasión en la que el Chelsea consiguió robar en campo contrario. Frank Lampard planteó un bloque muy alto en el que, sobre todo, se intentaba achicar la salida de un Stephens que sufrió mucho durante el encuentro.

Además, al Brighton le resultaba especialmente difícil asentarse en campo contrario ante la falta de Trossart y con un Maupay que se mostró realmente impaciente en todos y cada uno de sus desmarques. Nadie estiraba y nadie controlaba a excepción de un Pascal Gross que se encontró demasiado solo en el partido.

Callum Hudson-Odoi, el más preciado de los frutos

Volvió de su lesión la supuesta gran perla de la cantera del Chelsea y lo hizo, cómo no, de la mejor manera posible. El extremo inglés revolucionó el partido con su salida, encaró, desbordó y expuso una muestra de sus cualidades sobre el verde de Stamford Bridge. No en vano, asistió a Willian para cerrar el marcador tras una diagonal llena de potencia y habilidad.