No existen palabras suficientes para describir lo sucedido en Anfield entre Liverpool y Manchester City. La tarde en Merseyside terminó siendo, al mismo tiempo, gélida y asfixiante. Gélida por el propio contexto térmico y porque, al fin y al cabo, el tener la piel de gallina durante los 90 minutos que dura el encuentro acaba provocando esa sensación. Asfixiante por la barbaridad de acciones que acontecieron en cualquier zona del campo; es imposible encontrar un partido con más historias, cambios de contexto o de disposición y ocasiones de gol.

El que enfrentaba al Liverpool contra el Manchester City prometía ser el partido del año en Inglaterra y, aun teniendo unas expectativas tan altas, acabó siendo incluso mejor de lo que se esperaba. Ambos conjuntos desplegaron un fútbol brillante, a la par que vibrante, sobre el verde de Anfield. La cantidad de ocasiones de las que disfrutaron resulta insultante y, ahí, el Liverpool supo acertar donde el City no hizo más que quedarse corto. Quizás por suerte, quizás por el nivel competitivo extraordinario de cada uno de sus futbolistas, quizás por el aliento de Anfield o, también quizás, por propia convicción; pero el caso es que los reds asestaron un golpe importantísimo y se acercan, de esta manera, a su primera Premier League.

Klopp alineó a sus futbolistas en un 4-3-3 que por momentos pasó a convertirse en un 4-4-2, dejando a Salah descolgado junto con Firmino y cerrando con Mané y Henderson como interiores para, de esta manera, defender mejor el juego por banda del conjunto cityzen. Por su parte, Guardiola sorprendió con su esquema, dibujando prácticamente un 4-2-3-1 en el que Kevin De Bruyne hacía las labores de media punta y Gündogan y Rodri conformaban el doble pivote. Además, Fernandinho continuó siendo el central titular y Angeliño ocupó el lateral izquierdo debido a las bajas de Mendy y Zinchenko.

Una primera mitad para el recuerdo

Puede que pase mucho tiempo hasta que se vuelvan a ver unos 45 minutos de semejante magnitud. Sin embargo, todo quedó marcado por lo ocurrido en los primeros 15. El Manchester City había salido con mucha personalidad al encuentro, intentando robar arriba con De Bruyne y Agüero presionando la salida de los centrales reds y, sin embargo, en un error de Gündogan en el despeje, Fabinho se sacó un auténtico obús desde prácticamente 30 metros y adelantó al Liverpool en el marcador. Además, unos minutos más tarde, Salah culminaría un contragolpe excepcional rematando de cabeza un centro de Robertson.

Todo tan sencillo y, a la vez, todo tan difícil. Klopp planteó una primera mitad sobresaliente en la que consiguió dañar constantemente la defensa cityzen. Lo cierto es que los visitantes presionaban arriba, pero el Liverpool conseguía salir una y otra vez de esa presión con una facilidad asombrosa. Para realizarlo, quizás lo más importante fue la creación de espacios. Henderson estiraba constantemente en derecha y Wijnaldum hacía lo propio cuando la pelota circulaba por el sector zurdo, dejando a Salah y Mané casi como una doble punta y bajando a Firmino unos metros más atrás. Y todo ello, con Alexander-Arnold y sus cambios de orientación como pieza angular de la salida de balón.

No obstante, el Manchester City tampoco se quedó atrás y, realmente, ostentó la misma capacidad dañina en ofensiva que el Liverpool, solo que no acertó. Los de Guardiola no se empequeñecieron, pero cayeron en la trampa del Liverpool y se adentraron en su rock and roll. Ahí, en un partido disputado a un ritmo trepidante, los de Klopp son prácticamente invencibles. Tanto por la calidad para lanzar que poseen  Alexander-Arnold, Wijnaldum y Firmino -principalmente-; como por la capacidad para correr de Salah, Mané y Robertson.

La competitividad como seña de identidad en la segunda parte

La segunda mitad comenzó con un cambio táctico en el Liverpool. Salah pasó a actuar definitivamente como punta en el esquema red y, por otra parte, Mané bajó unos metros su posición para cerrar en el centro del campo -minutos más tarde, con la entrada de Milner, también cambiaría de banda y actuaría como interior derecho-. En lo relativo al Manchester City, parecía que, por minutos, se jugaba a lo que quería, con un ritmo algo más lento y con una permanencia mayor en el campo del Liverpool.

Sin embargo, Henderson puso un balón que firmaría el propio de David Beckham  desde la banda derecha y Mané hizo el tercero cabeceando en el segundo palo. El senegalés fue, sin duda alguna, el hombre del partido y, además, representó a la perfección lo que fue el Liverpool en los segundos 45 minutos: sacrificio, competitividad y la consciencia de saberse vencedores. Y es que se pudo ver al bueno de Sadio defender casi como un lateral las famosas zonas indefendibles de Guardiola y, al mismo tiempo, generar constantemente ventajas en los ataques reds cada vez que la pelota pasaba por sus pies.

El Manchester City, mientras tanto, continuó errando en las áreas, al mismo tiempo que se quejaba por alguna jugada dudosa en la que el VAR decidió a favor del Liverpool. Sin embargo, cuando más desesperados estaban, una jugada de Angeliño desde la izquierda acabó en las botas de un Bernardo Silva que recortó distancias y avivó un partido que parecía, no tenía nada más que contar. Fue entonces cuando los cityzens, liderados por un Kevin De Bruyne que se hinchó a dar pases de gol a sus compañeros durante los 90 minutos, apretaron y estuvieron cerca de meterse de lleno en el encuentro.