Lo exótico del fútbol y las coincidencias con una gran cita produce cruces de balones entre dos países que tienen tanto en común como un grano de arena y una piedra. Bosnia & Herzegovina y Costa de Marfil mantienen como único vínculo la pelota. Ni siquiera el escenario, el estadio Edward Jones Dome de St. Louis de Missouri (Estados Unidos) –destinado al fútbol americano-, pertenecía a uno de los dos combatientes y hasta el césped era artificial para así confirmar el pastiche que fue el encuentro. A los bosnios les valieron dos momentos de lucidez de Dzeko y la inercia ganadora para sentenciar a unos africanos que se empeñaron en potenciar sus fallos y que sólo mejoraron cuando Drogba entró en el campo, que fue demasiado tarde. Lo demás, bengalas y griterío yankee.

Se llega a la conclusión cuando da comienzo un partido en el que participa un equipo africano que las camisetas ajustadas bien pueden pasar como un mecanismo de intimidación. Desde el túnel de vestuario ya se avecinan esos pezones marcados y la musculatura que define al africano: todo músculo y todo fibra. Y frente a Bosnia no fue una excepción. Aunque cuando rueda la pelota, no hay camiseta que disimule el déficit técnico. Costa de Marfil presentaba un once titular sin estrellas: los hermanos Touré están lesionados, Drogba, Gervinho o Kalou reposaban en el banquillo y muchísima juventud desparramada por el césped como si hubieran soltado una manada colibríes al cielo. No había orden ni táctica en el conjunto africano, cuyo mayor logro fue no perder un balón en la transición defensa-mediocampo, algo que no cumplieron, aproximadamente, en una veintena de ocasiones.

En cambio, Bosnia, mucho más entera en la confección de una estructura atacante, dominaba un centro del campo que, desprovisto de los Touré, manejaban Pjanic, Besic y Misimovic con la actitud clásica de los países del este: técnica y tranquilidad, pues no sufrían en exceso por el ímpetu marfileño. Los equipos africanos, se sabe, tienen esa genialidad imprudente que los convierte en azote y exquisitez repentina, todo en un espacio temporal minúsculo, unos 30 segundos. Lograban los africanos, en pocos toques y normalmente volcando el balón a la banda izquierda de Djakpa, colgarlos a la meta Bosnia. Por colgar balones se entiende que la pelota rebote de la forma más extraña y consiga entrar en el área rival, que se celebraba con la vehemencia que uno siente si hace pleno a la primera tirada. Lo cierto es que Costa de Marfil era la responsable de atacar a Bosnia (de hecho, sus ocasiones fueron más claras) y de que Bosnia les atacase (los centrales africanos y los pivotes defensivos eran responsables de unos ejercicios de fluidez bastante cercanos al despropósito). Sio consiguió, sin embargo, incordiar un par de veces a Begovic, que en un escorzo sufrió de lumbares y se despidió de sacar de puerta para el resto del partido. No había juego, pero sí ocasiones.

Y en este paradigma del no saber por qué el que domina no concreta y el que no entiende de tácticas dispara, se llegó al culmen de lo místico: en un balón aéreo que tenía de peligro lo mismo que de cuadrado, Akpa Akrpo cedió la pelota con el pecho de manera fallida (esto ya no era misterio), a lo que Visca se lanzó tras él y Gbohouo fue a taponarlo con el infortunio (o mala colocación o por no poder atrapar la bola) de que el rechace le cayó a Dzeko, que tiene cara de tolerar bien los regalos, y marcó a puerta vacía. Y esa fue la única alegría del encuentro, un gol que llegó tras fallo. Después llegaría algún detalle de Tioté y tres acciones consecutivas de Dzeko –otra vez- en colaboración con Hajrovic que no le hicieron honor, pues marró todas sin que estas precisaran un despliegue técnico alto. Y se pitó el descanso con victoria momentánea de Bosnia.

A la vuelta se vio reacción marfileña. Sio, el mejor de los suyos durante todo el encuentro, tomó las riendas en la gestión del ataque, lo cual se dirimía a base de intención o suerte, pero que normalmente desembocaba en el mismo resultado: imprecisión en el último golpeo. Así, se contabilizaron hasta unas cuatro ocasiones entre las que Gradel y él crearon algo de peligro a Begovic, que ya no sabía si le dolía la espalda del esfuerzo o del casi esfuerzo, antes de que Dzeko se encontrara un balón servido por Harjrovic (sí, sí, de nuevo) y con la fuerza de dos ciempiés rematara a portería de volea. Pese a la lentitud, Gbohouo se estiró cuando la bola ya acariciaba su red, lo que confirmó que los arqueros africanos son más saltarines que eficaces. En esta ocasión, además, no fue ni uno ni lo otro. Bosnia ganaba por dos goles y se sentía como en la Noche de Reyes con tanto presente. Este, por otro lado, sería el 35º servicio con final feliz que Dzeko le haría a su nación en 61 partidos, más que nadie representando esos colores.

Costa de Marfil no modificó el plan establecido y prosiguió creando ocasiones sin demasiado acierto. Parecía que remataran sin querer como, por ejemplo, cuando Sio realizó un giro de 180 grados en el área pequeña después de un corner y remató de coronilla con esa expresión en el rostro que uno pone cuando cree estar en peligro, es decir, con miedo. La entrada de Drogba mediada la parte sirvió para tranquilizar las cosas. El delantero tiene una capacidad de atracción y de liderazgo que con su sola presencia modifica radicalmente a un conjunto. Afortunadamente, no se conformó con su presencia, sino que demostró a sus 36 años que conserva el instinto mordaz del atacante y los movimientos corporales exquisitos. Fue protagonista de dos controles orientados y otros tantos caños que lo alzan a la categoría de divinidad. En uno de esos escorzos provocó una falta en la frontal, la lanzó mal (al centro), pero pareció que el balón entró porque a Begovic no le apeteció estropear el momento, así que se hizo pasar por todo menos por portero. Entró la bola, obviamente y se redujeron las distancias, aunque ya no marcaban más de dos minutos para la conclusión. Dio tiempo a que Didier retirara una bengala del campo y a que Spahic se retirara del mismo con problemas físicos, lo que sumado a las molestias de Kolasinac y Begovic permitió a los bosnios sumar una victoria bastante cara.

De esta forma, Bosnia se apuntó la victoria antes de participar en su primer Campeonato del Mundo de selecciones y evidenció que Costa de Marfil sufre sin que haya un referente de nombre en el campo. Sin estrellas, los africanos son un equipo plano que juega por la ley del libre albedrío. Por su parte, Bosnia no ofreció un nivel excelso pero le bastó para superar a su adversario.