Cierras los ojos y la mente se traslada a los maravillosos años 70. A aquel fútbol cercano, a los estadios con aroma a césped, a los pantalones subidos y las botas negras de antaño. A la época del Ajax de Cruyff, del fútbol total, de la maquinaria infalible del Bayern de Beckenbauer, a los recuerdos de la Copa de Europa. Cuando no se había aprobado la Ley Bosman ni se cerraban fichajes por más de cien millones de euros. Cuando el Saint-Etienne de Dominique Rocheteau jugaba la final del máximo torneo continental, mientras crecía en la sombra un joven que, siendo ya hombre, reinaría en Europa, Le Roi Michel Platini.

Los abres y estás en pleno siglo XXI, en mitad del mastodóntico Parque de los Príncipes de París. En la era de la tecnología aplicada al deporte, de las estadísticas, las ochenta cámaras en un estadio, la mediatización de todo lo que rodea al juego, las luces y el espectáculo. El show llevado a su máxima expresión. Los movimientos multimillonarios, las inyecciones de capital de magnates del petróleo, los megacontratos publicitarios. El fútbol moderno, en definitiva. Y ningún equipo encarna ésto mejor que el Paris Saint-Germain. Historia y modernidad, pasado y presente, frente a frente.

Kurzawa abre el marcador

Ir a París, para un rival de la Ligue 1, significa aceptar la inferioridad desde el primer minuto. Y si no lo haces, el propio PSG te lo recuerda. Su circulación de balón es una de las mejores de Europa, más que trabajada por Blanc. Los de azul agarran la pelota, empiezan a tocar de un lado a otro y, poco a poco, la moral del rival va decayendo. Cometen pocos fallos y dominan casi cualquier situación desde ahí. Es difícil que, en contexto liga francesa, pierdan el control de un partido. 

El gol, cómo no, fue representación de lo que exige el fútbol actual. Una magnífica combinación entre Cavani, con una magnífica dejada de tacón para Verratti, y finalmente la definición en el uno para uno de Kurzawa. Habilidad en espacios reducidos, un delantero aportando fuera del área y un lateral llegando a posiciones de ataque. Pura modernidad. 

Dominio absoluto del PSG en el primer tiempo

La superioridad de los locales era absoluta. Y eso que Ruffier evitó el segundo con una parada salvaje ante Cavani, tirando de puros reflejos, de esas que, sin exagerar, se hubiese marcado Casillas en sus mejores tiempos. Es más, Ibrahimovic se permitió fallar dos ocasiones claras, e incluso Sall le negó el doblete a Kurzawa.

El único punto negativo, Di María. En Francia el debate es si el argentino encaja en el actual PSG, pues los estilos del futbolista y el conjunto son totalmente antagónicos, y aún parece un tanto desorientado. Con los parisinos volcando el juego hacia la izquierda por la presencia de Kurzawa, Ángel huyó de la banda derecha para entrar más en contacto con el esférico. 

Ibrahimovic dominante

Ya con Bahebeck, cedido por el PSG en el Saint-Etienne, la segunda mitad empezó con una ocasión, precisamente, para Di María, generada por un fantástico movimiento y toque de Ibrahimovic. Y es que Ibrahimovic, a sus 34 años, es de esos futbolistas que hacen que merezca la pena sentarse a ver un partido solo para disfrutar su talento. Zlatan es jugador de domingo lluvioso de otoño. De los que dan color a la más gris de las tardes. Y es que esta suerte de Harvey Dent del fútbol es, en sus noches de gloria, una de las figuras más especiales que hemos visto y veremos sobre un terreno de juego. Luego llegará marzo, y el bueno de Ibra se pondrá la capa de invisibilidad en Champions, pero de momento el placer es observar cada uno de sus gestos, y más ahora que participa como nunca antes lo hizo. 

Ibrahimovic, a estas alturas de su carrera, es puro placer para el espectador

Zlatan, quién si no, aprovechó un regalo de la defensa vert para dejarle en bandeja el gol a su socio, el Matador Cavani. La obra de madurez de Ibra es de marcado carácter colectivo. Disfruta dando goles, y así lo demostró, con un fantástico pase para que el uruguayo rompiera la red una vez más. Y, como no podía ser de otra manera, cerró su actuación con un tanto fácil, a pase de Cavani tras un genial gesto técnico de Di María y una jugada vertiginosa. Se sentó con el partido resuelto. Nadie ejemplifica mejor que él lo que es el dominio del PSG en las últimas temporadas en Francia. 

Ciertamente, el Saint-Etienne no había creado demasiado peligro, más allá de los intentos de Bahebeck de agradar a quien será su público los próximos años, encarando a Van der Wiel. Verratti anotó un autogol un tanto cómico, rebotando en él un despeje de Thiago Silva, y Beric estuvo a punto de hacer revolotear a los fantasmas en el Parc des Princes con un remate que despejó Trapp, pero en general el encuentro fue cómodo para los parisinos. Con el Saint-Etienne volcado, especialmente Lucas y Di María aprovecharon los espacios. En un balón picado al área de Verratti, el brasileño consiguió rematar al fondo de las mallas de Ruffier para terminar de finiquitar el duelo. 

Victoria rutinaria del PSG. De las habituales un fin de semana tras otro en Francia, sin nada que se salga del guión. El imperio del Paris Saint-Germain funciona así. Cada vez más líder, tirano con puño de hierro en la Ligue 1.

París, Siglo XXI