La estrategia de caza de la loba común, Canis lupus, no es particularmente distinta a la de otras fieras carnívoras. Básicamente se lanza a dentelladas contra su presa, a la que persigue a la carrera e hinca los colmillos en su retaguardia cuando la consigue alcanzar. Las manadas enteras suelen cooperar en la captura de las víctimas, aunque también es habitual el individualismo, sobre todo si las presas son pequeñas y basta una sola acción para convertirlas en la merienda del día.

El éxito de las lobas en su caza, como el de cualquier otro ser vivo, se basa en mantenerse fiel a su naturaleza. Lo suyo es cobrarse piezas pequeñas, asequibles, a las que se sabe superior, dejando los grandes festines para ocasiones muy puntuales. Si intenta abatir a rivales grandes y fuertes, como por ejemplo una cebra, tiene altas posibilidades de fracasar. Además, qué diabos, el hábitat de lobas y cebras ni siquiera coincide en el mapa.

Por eso, por muy capitolina que sea, la Roma no puede pretender salvar una temporada que empezó bien pero está cayendo a pasos agigantados en la mediocridad jugándoselo todo a una carta ni más ni menos que contra la todopoderosa Juventus. La autoridad de los turineses es tan grande este año que, sin hacer un juego particularmente brillante, ya saca nueve puntos al segundo, que son precisamente los giallorossi. Con el empate de hoy sólo se ha conseguido retrasar lo inevitable: el cuarto scudetto consecutivo en blanco y negro. Algo que, por otra parte, no ocurre desde que el cine se proyectaba en esos mismos dos no-colores, allá por los años '30 del siglo pasado.

El que no pierde y el que no gana

La Vecchia Signora, invicta desde octubre, visitaba la Ciudad Eterna con la tranquilidad de su ventaja holgada en la tabla y con la confianza de saber que enfrente había un oponente difícil de batir, pero que se ha olvidado de cómo se hace para vencer. De hecho, contando éste, los hombres de Monsieur García llevan ocho partidos jugados en liga en lo que va de 2015, en los que acumulan dos victorias... y seis empates. Allegri se podía permitir el lujo de dejarse en casa a Pirlo y relegar al banquillo a Pogba, ambos renqueantes de sendas lesiones.

Es raro decirlo en un equipo que, sobre el papel, tiene tanto poderío ofensivo como los locales, pero la baja del lateral derecho Maicon, también por problemas físicos, acababa con una de sus principales bazas en ataque. El entrenador francoandaluz optó, además, por confiar en la vieja guardia, a la que cada vez le pesan más los años, y en darles las enésimas oportunidades a Gervinho y Ljajic, de quienes poco queda ya por decir. La consecuencia fue un primer tiempo soporífero por ambos bandos, en el que literalmente no se disparó a portería. Lo más parecido que hubo a ocasiones de gol fue algún contraataque esporádico de los visitantes que resolvió sin mayores apuros la zaga, hoy más griega que romana.

La segunda mitad iba por el mismo camino hasta que, con media hora por delante, el árbitro Orsato se inventó una falta sobre Vidal, que cayó fulminado por una fuerza misteriosa cuando se dirigía en carrera hacia la portería. Como el que estaba más cerca era Torosidis, le tocó a él llevarse la amarilla, que se transformó en roja por tener otra del primer tiempo, aun sin haber tocado al centrocampista chileno. Tan grave error fue la guinda a una actuación muy floja del juez, que se mostró durante todo el partido muy nervioso, con un afán de protagonismo inusitado, excesivamente tarjetero y despistado en conceptos básicos como la colocación sobre el césped: no fueron pocas las veces en que los futbolistas hubieron de pedirle que se apartara de en medio porque les interrumpía el juego.

En todo caso, la falta se había pitado, lo que le daba a Tévez una oportunidad única para demostrar que estaba vivo. Y lo hizo a lo grande, superando la barrera y clavando la pelota apenas un palmo por debajo de la escuadra derecha de un De Sanctis que no pudo más que admirar el lanzamiento y aplaudir. El vídeo del gol se usará en las academias de fútbol para enseñar a los chavales cómo se dispara a balón parado, una de esas cosas que se aprenden mucho mejor en los potreros del Fuerte Apache.

Se le ponía todo de cara a la Juventus, pero por fin la Roma se acordó de que tenía entrenador y sacó unos cuantos revulsivos del banquillo. El primero fue casi obligado: la expulsión forzó la entrada de Florenzi para el lateral derecho, lo que tenía como beneficio colateral la salida de Ljajic. Algo más tarde, Totti y De Rossi, ya mayores para estos trotes, dejaron sitio a Iturbe y, sobre todo, a Radja Nainggolan. El belga, un derroche de intensidad y de criterio a la hora de desplazar el balón, tendría sitio en el once de cualquier equipo de Europa; en la capital italiana no se termina de afianzar, entre otras cosas por el dilema que le supone a García y su innegociable 4-3-3 no saber a quién quitar para hacerle hueco.

Nainggolan conquistó el centro del campo y logró que los suyos, aun en inferioridad numérica, se adueñaran del partido. Iturbe tiró desmarque tras desmarque para provocar ataques de ansiedad en la defensa juventina. En uno de ellos, Chiellini no se pudo controlar y le soltó un viaje que le hizo arrastrarse por el suelo del dolor. La falta, esta sí indudable, la sacó Florenzi al segundo palo. Allí estaba Keita, perro viejo, que había burlado el marcaje de Cáceres y consiguió cabecear hacia la portería. El esfuerzo de Marchisio por despejar sólo sirvió para que la pelota acabara antes en el fondo de la red.

Quedaba un cuarto de hora de partido, en el que la Roma, envalentonada, intentó dar la gran sorpresa. Pero fue Gervinho el que tomó la responsabilidad, y ocurrió lo de costumbre: los esfuerzos se dispersaron en galopadas sin sentido que acababan cuando el marfileño intentaba el quinto regate en lugar de pasarle el balón a un compañero mejor colocado. La Juve, por su parte, consideraba más que suficiente el punto, así que sus esfuerzos se centraban en conservarlo, sin mayor ambición, y en mover un poco el banquillo para perder tiempo.

El pitido final no tardó en clausurar el encuentro dejándolo todo como estaba al principio, pero con una oportunidad menos para que la Roma intente la misión casi imposible de asaltar el liderato. La Juventus, aún viva en todas las competiciones, desaprovecha la ocasión de dejar resuelto uno de los frentes. Aunque es un problema menor: la escasísima efectividad de su gran rival en los últimos tiempos da a entender que es sólo cuestión de tiempo que caiga el 31º título de campeón de Italia. Los carretes de hilo para coser el escudo tricolor ya están preparados, se pueden permitir esa arrogancia, porque Totti y compañía necesitarían un milagro para revertir la situación. Pero claro, si algo saben en Roma es, precisamente, de milagros...

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