En el mundo actual, se generan constantemente escepticismos sobre aquellas cosas que escapan a nuestro control; poca gente parece creer en circunstancias o situaciones sobrenaturales, que no sean explicables mediante la lógica. Sin embargo, el caso de Béla Guttmann es tan inverosímil, que a muy poca gente le resulta absurdo creer que existe algo más allá de lo físico en torno a él; muy pocas personas de las que conocen su curiosa relación con el Benfica creen que la situación y desempeño del club desde que él se fue es mera casualidad.

Guttmann nació en el seno de una familia judía, en 1899, en Budapest, ciudad que por aquel entonces pertenecía al imperio de Austria-Hungría. Comenzó su carrera futbolística en el MTK Hungaría FC, modesto equipo de su tierra natal, desde 1919 hasta 1921. Entonces fue fichado por otro conjunto que pertenecía a su país, el Hakoah Vienna, club al que prestó sus servicios durante cuatro temporadas. Desde 1926 hasta su retirada profesional, en 1932, Béla defendió la camiseta de varios clubes estadounidenses: el Brooklyn Wanderers, el Gigantes NY, el Hakoak NY, el Soccer NY y el Hakoak All-Stars. La carrera del enigmático hombre como jugador nunca tuvo nada demasiado destacable.

Guttmann y su desempeño en los banquillos hasta 1960

Sin embargo, el aquincense si que pasó a la historia por sus logros en diversos banquillos. Siempe fue amante del inusual 4-2-4, ya que pensaba que no hacían falta más delanteros (cosa realmente habitual en esa época), sino cuatro zagueros y dos centrocampistas para lograr el mejor equilibrio, función que él desempeñaba sobre el verde. Caracterizado por una férrea organización, comenzó su andadura en el Hakoah Vienna, club al que conocía bien tras haber militado en él cuatro cursos. Dirigió a los austriacos durante dos temporadas: no comenzó nada bien, puesto que perdió la categoría en la 1934-35, aunque el descenso administrativo del First Vienna le dio una segunda oportunidad. En su segundo curso al frente del club, los resultados, siendo muy mejorables, ya superaron la anterior campaña; finalizó la liga noveno sobre doce equipos, cuando bajaban los dos últimos.

Tras estos dos años con no demasiados logros, el judío decidió probar suerte en tierras holandesas, el Sportclub Enschede se hizo con sus servicios. En su primer año, el bagaje resultó satisfactorio; su equipo se encontraba encuadrado en el grupo Este de cara al posterior Play-Off que se disputaba en su liga. Los suyos finalizaron primeros de grupo, y terceros en el campeonato general tras jugar el Play-Off contra los otros cuatro líderes de grupo. No tuvo la misma suerte en su segunda y última temporada, finalizó cuarto de grupo y fue despedido.

Tras estas dos etapas como entrenador, entrenó al Dózsa húngaro en hasta 1939, estuvo sin entrenar hasta 1945 y pasó los siguientes 21 años embarcado en diversos periplos a lo largo de Europa: Hungría, Rumanía, Chipre e Italia vieron cómo este peculiar hombre pasó por ellos sin pena ni gloria por algunos de ellos. En otros conjuntos tuvo mayores logros y trofeos, como el Milan, con quien logró dos terceros puestos entre 1953 y 1955, y el Ujpest Dozsa húngaro, con quien se alzó campeón en 1939 y tercero en 1947, en sus dos únicas temporadas en el club. También viajó a tierras argentinas, donde llevó al Quilmes a recuperar la categoría de oro, en 1952. El otro equipo con el que triunfó en Sudamérica fue el Sao Paulo brasileño, con el que se alzó con el título liguero en su primera temporada, en el año 1958.

Su éxito en tierras brasileñas llamó la atención del Oporto, equipo que le contrató en verano de 1958 y con el que repitió éxito doméstico, pues conquistó el título de liga. Tras aquel maravilloso curso, un rival por excelencia del Oporto como es el Benfica decidió lanzarse a por el entrenador trotamundos, sin ser aun consciente de que sería una decisión que cambiaría su vida.

El Benfica y Béla (1959-1962)

Tanta fe tenían la directiva y la afición lusa en el nuevo técnico, que el estadio fue remodelado y aumentó su capacidad hasta las 80.000 personas, y lo cierto es que bien hizo valer esa confianza tan grande en sus aptitudes. Sus inicios en el equipo fueron algo polémicos, ya que no le tembló el pulso a la hora de despachar jugadores, hasta 20 se vieron despedidos del club. Decidió apostar por jugadores africanos procedentes de colonias portuguesas; entre ellos, su mayor acierto fue contratar a Eusebio, joven mozambiqueño que destacó estelarmente en el Benfica y en la selección portuguesa.

Su primera temporada en el club de las águilas ya fue satisfactoria, se proclamó campeón de la liga portuguesa, hito que ya por sí solo se antojaba satisfactorio para la entidad. Pero el punto álgido de su magnífica trayectoria en el equipo de la capital lusa se produjo después, cuando se alzó con la Copa de Europa durante dos temporadas consecutivas. Hasta la edición de 1960-61, la corona continental llevaba cinco ediciones disputadas, todas ganadas por el Real Madrid. No obstante, el cuadro blanco no fue capaz ni de llegar a la final en la edición de 1961. Se vieron apeados en octavos de final por el Barcelona, equipo que llegó a la final después de eliminar al propio Real Madrid, el Králove y el Hamburgo. El Benfica, por su parte, había dejado en la cuneta a Újpest (exequipo del entrenador), Arhus y Rapid de Viena.

Viendo la diferencia existente de calidad entre ambas plantillas, el Barcelona se posulaba claramente como favorito a recoger el testigo del Real Madrid como rey europeo. Pero la historia iba a ser bien distinta: un gran planteamiento defensivo por parte del Benfica, la aciaga noche de Ramallets, (portero blaugrana, que pudo hacer más en los goles rivales y se marcó uno en propia), y una tremenda tromba de agua que dificultaba el juego barcelonés llevaron al Benfica al cetro del deporte rey, se impuso por 3-2. Cabe destacar que en aquella época los postes tenían forma cuadrada, y por ello el balón rara vez entraba tras rebotar en ellos. El cuadro español protestó amargamente después del duelo, pues había enviado hasta cuatro balones a la madera. Se decidió cambiar la forma de los postes y el larguero a cilíndrica. El cúlmen de aquel curso, ya magnífico con este trofeo, fue la revalidación del título portugués. Béla Guttmann comenzaba a demostrar por qué habían confiado tanto en él.

El cuadro portugués disputó la por entonces denominada Copa Intercontinental, enfrentándose al campeón de Sudamérica: el uruguayo Peñarol. Se cumplieron los pronósticos en el partido de ida, los europeos se impusieron por 1-0, viajando así a tierras americanas sabiendo que, en el peor de los casos, contarían con otra oportunidad, ya que en aquella época, no importaban los goles anotados si no solamente los partidos ganados. En el choque de vuelta, que se disputó en Argentina, los locales les endosaron un contundente 5-0 que, sin embargo, no les hacía campeones. Dos días después se celebró el desempate en aquel mismo escenario, y los americanos sorprendieron al mundo venciendo 2-1, alzándose así con el prestigioso trofeo. Su primera actuación irrisoria de en el banquillo luso.

En la temporada 1961-62, el glorioso centró todas sus fuerzas en el cameonato europeo, descentrándose en exceso del campeonato doméstico, en el que quedó tercero. Finalmente, el esfuerzo recibió su recompensa; Guttmann y los suyos consiguieron llegar nuevamente a la final de la Copa de Europa, en la que doblegaron al Real Madrid, equipo que tenía la intención de demostrar que lo sucedido en 1961 había sido un desliz. Las cosas comenzaron increíblemente bien para los intereses madridistas en el último duelo, el talentoso Puskas marcó dos goles que ponían tierra de por medio. Sin embargo, un espectacular Eusebio y un gran trabajo colectivo culminaron la remontada. Consiguieron el empate a dos, pero Puskas dio de nuevo ventaja a los madrileños. Ya en el segundo tiempo, Coluna y Eusebio, este por partida doble, establecieron el 5-3 definitivo. Béla Guttmann tenía magia en los banquillos, como acabaría comprobando su club.

El fulminante despido

Después de tres años en los que ganó dos ligas portuguesas y dos copas de Europa, podía resultar evidente que el austro-húngaro tenía perfecto derecho a reclamar un aumento de sueldo, petición que efectuó aquel mismo verano. Pero la directiva lisboeta no concordaba con este pensamiento, lo consideraron inadmisible y le comunicaron que podían prescindir de él. Ésto provocó la indignación y marcha de Béla Guttmann, que al irse pronunció la frase, seguramente con sentido anecdótico, que ha pasado a la historia negra del Benfica: "Este club no ganara sin mí en 100 años ninguna copa europea". Por suerte, casualidad o destino, según las creencias de cada uno, lo innegable es que jamás se pronunció frase alguna en el mundo del fútbol que surtiese un efecto similar.

Posteriormente, el entrenador judío prestó sus servicios a Peñarol, selección austriaca, Benfica de nuevo, Servette, Panatinaikhos, Austria de Vienna y Oporto, donde se retiró en el año 1974, falleciendo en 1981. Volvió al club con que mayores éxitos había tenido en la temporada 1965-66, pero ya no sufrió la misma suerte: quedó subcampeón en liga y cuartofinalista en Copa de Europa, donde se vio apabullado por el Manchester United. Ahí acabó la fructífera aventura de Béla en los banquillos, que a pocos dejó indiferente.

La trayectoria del Benfica desde 1962 hasta la actualidad en Europa

Si en aquel periodo estival de 1962 en que decidieron no renovar el contrato al ingenioso húngaro, el presidente del club, Antonio Carlos Cabral, hubiese percibido un mínimo atisbo de las consecuencias que iba a desencadenar dicha negación en el equipo al que presidía, seguramente no habría dudado ni un instante en acceder a cualquier petición que realizase Guttmann, por extraña que fuese. Tan solo unos meses después de despedir al entrenador, debían medirse en una nueva final entre continentes al campeón de la Copa Libertadores, que en esa ocasión había sido el Santos brasileño. La doble derrota de los lisboetas (3-2 y 2-5), pese a ser sorprendente y ultrajante, se antojaba una simple casualidad. Nadie le daba demasiada importancia a ese torneo, que ni siquiera poseía carácter europeo.

El nuevo dirigente de la escuadra roja, el chileno Riera Bauza, comenzó también con muy buen pie en el equipo. Ganó holgadamente en la liga nacional y, progresivamente, eliminó al Nörrkoping sueco, al Pribram checo y al Feyenoord, plantándose en su tercera final consecutiva de la Copa de Europa, esta vez ante el AC Milán. Era la oportunidad perfecta, tan solo un curso después, para demostrar que las declaraciones de Guttmann eran poco más que una fantochada por despecho, pero no sucedió así.

El mozambiqueño Eusebio volvió a dar muestras en aquella final de la calidad futbolística de la que disponía, que explotaría aun más en los años siguientes. Por desgracia para los suyos, su tempranero gol se vio contrarrestado por un doblete de Altafini en el segundo tiempo. Dolorosa derrota en el campeonato más prestigioso, pero tampoco parecía que existiese nada fuera de lo normal en ella. Los rivales en esas alturas de competición resultaban muy exigentes.

Sólo dos años después, en 1965, el Benfica se hallaba ante otra oportunidad de recuperar el cetro europeo, esta vez ante el vecino de su anterior verdugo; el Inter de Milán. Ya no se encontraba Riera bajo las órdenes del club, sino el rumano Schwartz. Una plantilla compuesta por entero de futbolistas portugueses fue capaz de llegar a la final. Hubo de dejar en el camino a Bonnevoie, La-Chaux-De-Fonds, Real Madrid y Vasas. Un solitario tanto de Jair da Rocha daba el segundo campeonato al cuadro nerazzurri, comandado por Helenio Herrera, al que se considera el inventor de las tácticas extremadamente defensivas. Otra ocasión para refrendarse que volaba.

Diez años después del terrible accidente de avión que supuso la muerte de la mayoría de sus integrantes, el Manchester United consiguió recomponerse deportiva y económicamente hasta tal punto que alcanzó su primera final de una Copa de Europa. Lo hizo en 1968, frente al equipo al que tímidamente se empezaba a conocer como la víctima de Guttmann. Lo abultado del 4-1 final quizá haga pensar que fue un paseo para los ingleses, pero necesitaron de la prórroga y de unos excelsos George Best y Bobby Charlton para desequilibrar la contienda a su favor.

La siguiente batalla perdida por los desgraciados portugueses tuvo lugar en otra competición: en la extinta Copa de la UEFA, actual Europa League, en 1983. 15 años después volvían a hacerse oír en el continente, aunque fuese en una competición con menos renombre. El Anderletch fue el otro sorprendente contendiente de una final que se disputó a doble partido hasta 1997. En la ida, los belgas se impusieron por 1-0, por lo que el 1-1 de la vuelta no sirvió para remontar el embate ni, principalmente, para desmontar la leyenda de Béla Guttmann, el entrenador húngaro al que quizá no debieron tratar así.

El 25 de mayo de 1988 era una fecha grabada a fuego en la mente de todos los aficionados de las águilas: 20 años después consiguieron llegar a una final de la Copa de Europa. Su adversario, el PSV, era debutante en aquellas lides y había pasado los cuartos de final y las semifinales por el valor de los goles fuera de casa sin ganar ni un partido (tras sendos 1-1 y 0-0). No obstante, el buen hacer de los lisboetas en las rondas previas no bastó para romper el empate inicial sin goles del choque, que se llevarían los holandeses en la tanda de penaltis; Antonio Veloso falló el lanzamiento decisivo. El equipo de la capital portuguesa se iba por sexta vez con la miel en los labios de una final europea, y la creencia en algún tipo de maleficio sobre ellos se cernía cada vez con mayor fuerza.

La última edición de una final de la Copa de Europa que han disputado hasta la fecha los lusos aconteció en 1990, ante el potente Milan de Sacchi. Tal era el miedo y respeto que se sentía en la ciudad por el ya fallecido Guttmann, que una expedición de exjugadores del Benfica fueron artífices de una de las anécdotas más curiosas e inverosímiles de la historia del balompié. Comandados por Eusebio y, aprovechando que la final se disputaba en Viena, ciudad en que descansaba el cadáver de Guttmann, un grupo de hombres llevó unas flores a su tumba, confiando en que éste se apiadase y pudiesen de nuevo verse en lo más alto. Pero no fue suficiente con ello, ya que un solitario tanto de Frank Rijkaard provocó por séptima ocasión los amargos lloros de los lisbonenses. Viendo lo sucedido en los últimos 28 años, se antojaba demasiado frío creer que siete casualidades fatales se hubiesen producido en contra del Benfica.

La decepción sufrida en la temporada 2012-13, cuando se vieron incapaces de avanzar en la fase de grupos de la Champions League, tornó en una mezcla de ilusión y miedo cuando llegaron a la final de la Europa League, ante el Chelsea de Rafa Benítez. Era su segunda oportunidad de obtener ese trofeo, y la segunda que desaprovecharon. Un tanto de Fernando Torres mediada la segunda parte se vio enseguida paliado por Óscar Cardozo; cuando parecía que en el tiempo reglamentario nadie se lograría imponer, Ivanovic logró rematar a portería un córner en la última jugada, estableciendo el definitivo 1-2. De nuevo la mala suerte se alió contra los ibéricos.

Sólo un año después, en 2014, el Benfica corría la misma suerte en el viejo continente; mala fase de grupos en el máximo torneo y una nueva final en el segundo escalón, ¿a la novena iría la vencida? Hubieron de verse con el Sevilla, equipo bicampeón del torneo en 2006 y 2007. Afrontaron la final con la baja de ocho titulares, pero aun así sólo la falta de puntería les impidió adelantarse en el marcador. Finalmente, el mayor acierto de los andaluces en la tanda de penalties agrandaba, aun más si cabe, la desdicha del conjunto portugués

Después de estas nueve finales sin suerte, no parece una quimera pensar que, de algún modo, las palabras de Béla Guttmann influyeron nefastamente en el devenir del club. Club que, si el vaticinio de su más emblemático entrenador resulta acertado, no se coronará en Europa hasta 2062. Por lo menos, ya han cumplido más de la mitad de la condena".