Es una jodida mentira que el tiempo cura todas las heridas, lo saben todos aquellos que han perdido a alguien. Como mucho puede llegar a convertirse en una línea temporal, una cicatriz que atraviesa, recorre nuestro cuerpo y nos hace recordar que aquella herida abierta se cerró, pero sigue ahí. Y la noticia del fallecimiento de Bradley Lowery, aquel niño que luchó desde los dieciocho meses por superar un cáncer y saltó a los medios tras una visita al hospital de Jermain Defoe junto con John O'Shea, Sebastian Larsson y Vito Mannone, no hace otra cosa que corroborarlo. No en vano el futbolista del Bournemouth y antes del Sunderland, jamás podrá olvidar a este pequeño ángel que se ha marchado con tan solo seis años a causa de un neuroblastoma.

Tampoco lo olvidarán sus padres, testigos de su sufrimiento, de sus ganas de vivir, del tremendo lazo de unión que logró establecer con Defoe,  su amigo que llegó a pasar noches junto al pequeño y su familia en el hospital. Nadie olvidará a ese ser con alas que enseñaba a luchar y a vivir a Jermain, que le acompañó en la salida del túnel de vestuarios del Sunderland y con la selección inglesa. Precisamente su madre Gemma publicó en Facebook un comunicado en el que describió los últimos momentos de Bradley, su forma de despedirse, regalando cariño: "Mi valiente chico se ha ido con los ángeles hoy 07/7/2017 a las 13,35 h en brazos de su mamá y su papá y rodeado por su familia. Era nuestro pequeño superhéroe y aunque puso la lucha más grande se le necesitaba en otro lugar. No hay palabras para describir cuán roto está nuestro corazón. Gracias a todos por vuestro apoyo y vuestras amables palabras. Duerme abrazado bebé y vuela alto con los ángeles".

Gemma describió también el brillo de sus ojos cuando a última hora de la noche llegó su amigo, aquel futbolista con el que estableció una gran conexión porque hacía lo que a él le gustaba: jugar. Defoe llegó se abrazó a Bradley, que sonrió, se relajó y comprendió que tanto su familia como Jermain estaban allí para acompañarle en su último viaje. En esta ocasión en lugar de ser Bradley el que acompañó por el túnel a Defoe, fue al contrario. Jermain le cogió de la mano y atravesó el túnel hacia la luz. Allí le esperaba un estadio con todos los focos encendidos, repleto de banderas del Sunderland, que es la bandera del no color.

Sencillamente porque el fútbol, sus odios y amores eternos se convierten en nada ante la lucha y sonrisa eterna de un niño, cuya grandeza residió en que enseñó a toda la Premier, al fútbol mundial, que la vida consiste en seguir jugando hasta el final independientemente de que el resultado siempre sea el mismo. Porque antes o después todos tendremos que atravesar ese túnel y lo verdaderamente importante es el camino elegido para hacerlo, afrontando el sufrimiento y luchando, pero fundamentalmente jugando y haciendo jugar a los demás. Y es que en este jodido juego existen grandes historias que convierten todo lo demás en algo muy pequeño. Historias como las de Bradley al que Jermain Defoe jamás olvidará por mucho que pase el tiempo: "Siempre estará en mi corazón y no hay día que pase sin que me levante y mire mi teléfono o piense en Bradley".

Un ángel uniformado de gato negro vuela alto, por fin es libre, las gradas del cielo le acogen, mientras, aquí abajo, los corazones rotos, que son las memorias de las ovaciones, nunca olvidarán su enseñanza, aquella que recorre nuestros cuerpos a través de las cicatrices del tiempo.