En el cruce más impredecible de los que a priori formaban el cuadro de la Copa de España de Ciudad Real, se produjo un encuentro poco apetecible. Palma Futsal y Magna Navarra se citaban en el Quijote Arena con más miedos que convicciones, y los primeros minutos fueron una muestra de que ninguno de los dos se hallaba fluido en las transiciones ofensivas. En las zagas, eso sí, existía seguridad para desactivar cualquier intento de ataque contrario.

El equipo de Juanito subía la presión de vez en cuando, sin que hubiera demasiado ímpetu en ello. Como Magna y Palma se encontraban más sosos de lo normal, se centraban en una elaboración continua, larga, pero finalmente infructífera. Descifrar a la escuadra adversaria parecía deberse a un ejercicio de pentagramas mezclado con fracciones y churros, es decir, un choque ilegible. Y aburrido para el aficionado.

Si atendemos al peso del enfrentamiento, los navarros sí que gozaban de algo más, pues acaparaban las pocas ocasiones que se producían, bien a balón parado o disparos lejanos, o bien gracias a la habilidad de Jesulito. En la otra orilla, los insulares no tenían alma, estaban insípidos y no había rastro de la plantilla de extremos que iba y venía de una costa a otra de la pista con puro frenesí. En esos momentos de inopia, Víctor Arévalo inició un contraataque y la transición ofensiva fue fugaz. Se apoyó en banda con Dani Saldise y el malagueño celebró algo más que un peinado estrafalario: el gol de su equipo.

Sólo se salvaba Burrito en el cuadro de Juanito, el único que quería intentar algo distinto, aunque fuera de forma individual. En un par de desbordes tomó conciencia de que Raúl Jiménez tenía tupé. "Algo es algo", debieron pensar los mallorquines, pero enseguida volvió el andaluz a conectar un pase con Bruno Taffy y este, con una maniobra preciosista en la que el balón se deslizó por su tacón como se mueven las canicas por el pinball, finalizó con un punterazo que acabó en empate. Poco que añadir al talento, que se suele decir.

En los siguientes minutos, salvo algún arreón de Xota —siempre con más seguridad en sus acciones—, el juego era espeso y la emoción sustituía a las ocasiones, más que la calidad. Eso se tradujo en que al pabellón le entró cierta congelación, ante la falta de uys que alimentar a los aficionados. Aquello parecía tarea de las animadoras, mucho más efusivas si se trataba de que el público se encendiera. Hasta el descanso, lo único noticioso (que no positivo) fue el fortísimo choque que Carlos Barrón y Roberto Martil protagonizaron. El Quijote Arena fue silencio primero y aplausos después, cuando sendos jugadores se fundieron en un abrazo de disculpa mutua. Se llegó al descanso con una cabalgada de Eseverri, que parece dejarse años después de cada zancada.

Tras el intermedio, ambos se cercioraron de que debían ser más agresivos de cara a puerta. O eso dijeron, más tarde en rueda de prensa, los entrenadores. Si uno recuerda el inicio de la segunda parte, se encuentra un guión escrito por el mismo autor de la primera: poco ritmo y ocasiones de Xota. Los navarros son un equipo ordenado y disciplinado, sello de Imanol Arregui, y muy orientado en no perder la posición táctica en la cancha. Los verdes no brillaron en exceso, si valoramos lo visual, pero sí ejercieron una regularidad en sus movimientos de repliegue y posterior contraataque.

Palma Futsal se desperezó un poco con una triangulación a trompicones o con acciones individuales de Bruno Taffy y Paradinsky. Hubo una fase del encuentro en el que dominaba y amasaba la bola, pero no más de eso. Su posesión era estéril y en pocas acciones conseguía tirar a puerta con altos porcentajes de gol. El enfrentamiento entonces atravesó unos minutos de "estabilidad". Me explico: tanto unos como otros generaban esa sensación de peligro de llegar a área contraria, aunque se quedaban en el "casi", sin concreción. Y eso evidenciaba que el marcador parecía a salvo y sin modificaciones.

Esta flojera conllevó a un desierto de oportunidades hasta que uno de los dos decidió arriesgar de un modo u otro. Cuando restaban tres minutos y medio, Arregui enfundó a Víctor Arévalo la camiseta de portero-jugador con dos finalidades: a) frenar la presencia de Palma en su campo y b) buscar su oportunidad. El técnico, evidentemente, sólo admitiría tener intención de la segunda. En esos últimos instantes, Magna tocaba y tocaba, pero no buscaba a puerta salvo que robara un balón o el contrario fallara, como si sólo las hallaran "por casualidad". Y en una de esas, en tres toques rápidos, Carlitos metió su puntera, como tantas otras veces, y sacó brillo a su zapatilla cuando quedaban tres segundos.

Los baleares acabaron por sacar de centro y esperar al bocinazo. De esta forma, Magna Navarra accede a la semifinal de la Copa de España con merecimiento, al menos, si calibramos la ejecución del planteamiento previsto. Xota estuvo más engrasado y, en enfrentamientos igualados, no suele griparse.