Se vuelven a oír murmullos entre los callejones del municipio de Eibar. Vuelve esa tensión al ambiente de la ciudad acunada por el fútbol. Vuelve a sentirse el temor, el miedo a un final dramático e injusto. Qué poco duran las buenas sensaciones, que fácil es pasar de ser el ejecutor al ejecutado. Un par de cambios, de ajustes, mínimos, en los engranajes del sistema colectivo, y allá que va el trabajo de tantos meses. Quizá no era renovarse o morir, quizá era mantenerse y sobrevivir.

Con la segunda derrota consecutiva, un ambiente intranquilo se cierne sobre los aledaños de Ipurúa. Porque no es la primera vez que esto sucede, no. Esto ya ha pasado más de una vez en el valle gipuzkoano, y nadie asegura nada sobre si se repetirá una vez más la tragedia. El naufragio de las segundas vueltas. Golpetazo tras otro, giros de muñeca, remar y volver a remar para que luego el barco se hunda a mitad de camino.

Los marineros resisten, pero no son eternos. Si la embarcación sigue teniendo extremas dificultades, lo normal es que abandonen el barco. Porque esta situación ya se vivió en el debut en Primera de los armeros, con Garitano dirigiendo. Y en esa ocasión, fueron las revueltas mareas las que auparon a la SD Eibar para llegar a tierra firme.

También repitió esta experiencia Jose Luís Mendilibar, en su primera temporada al mando. A pesar de tener una salvación tranquila, la decadencia que se produjo en la segunda vuelta fue tan notable como la vivida con Gaizka. Un mal hábito que da mucho de lo que hablar, y del que los vascos todavía no se han desprendido.

Cualquier deseo ahora, en la localidad gipuzkoana, es el de vivir un final de temporada en el que se retome el vuelo. Porque la temporada empezó de una manera cruel, para después recuperar la ilusión y la confianza de la gente con un espléndido subidón. Que mejor que continuar con este auge tan repentino, y evitar convertir la dinámica eibarresa en una montaña rusa, a la que los vagones llegaron a su cénit y los cuales se disponen a afrontar un descenso abismal, cuyo destino no es, ni mucho menos, seguro.

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