En volandas de una generación única e irrepetible, el Real Madrid había campado por lo estadios españoles cosechando su fútbol y alzándose con cuatro campeonatos de Liga consecutivos y un quinto que venía en camino. Mientras para los hombres de John Benjamin Toshack, el título de Copa suponía el colofón a la campaña, para el Barcelona de Johan Cruyff constituía la única tabla de salvación. Los azulgrana concluirían la temporada en tercera posición, a once puntos del líder, el Madrid y a 2 del segundo clasificado, el Valencia.Y precisamente en casa de este último se disputaría la final de aquella Copa del Rey, el 5 de abril de 1990.

Llegaban los blancos con Buyo, Chendo, Hierro, Ruggeri, Sanchís, Gordillo, Míchel, Schuster, Martín Vázquez, Butragueñoy Hugo Sánchez. Por parte del Barcelona contendían Zubizarreta, Aloisio, Koeman, Alexanco, Eusebio, Amor, Bakero, Roberto, Laudrup, Julio Salinas y Beguiristain.
El partido tomaba inicio sin defraudar las expectativas previas. Intensidad, fútbol, ganas y la tensión propia de una final entre dos grandes rivales. En liza, estilos similares a los que ambos conjuntos exhiben a día de hoy: el fútbol rápido y vertical de los blancos frente a la posesión y las líneas adelantadas del equipo azulgrana. A las armas del conjunto culé, además, se le sumaban los trallazos de Ronald Koeman, que no tardó en avisar a los madridistas de sus claras intenciones.
El transcurso de los minutos y la igualdad expuesta sobre el terreno de juego, fue haciendo evidentes los nervios entre unos y otros. Pese a la calidad técnica de Barcelona y Real Madrid, el marcador continuaba a 0 y poco a poco, el buen fútbol fue dejando paso a un juego más rudo y tosco, que cedió protagonismo al colegiado de la contienda. Tanto fue endureciéndose la cosa que, al filo del descanso, Fernando Hierro vería la tarjeta roja que le haría abandonar el terreno de juego precipitadamente, condenando a su equipo a afrontar toda la segunda mitad con 10.
El Barcelona aprovechó sus armas
La expulsión del central malagueño supuso un punto de inflexión en el desarrollo del partido. El Barcelona adelantó aún más sus líneas y su delantera puso en continuos apuros a la dupla formada por Sanchís y Chendo, que a duras penas lograban contener la embestida del conjunto azulgrana. Así las cosas el Real Madrid no podía más que aprovechar los contragolpes.
La dinámica del partido no varió hasta poco antes de verse cumplida la media hora de la segunda mitad. Fue entonces cuando Cruyff decidiría efectuar un cambio, que de haberse producido 2 minutos antes, hubiera podido resultar definitivo en el devenir del choque: Miquel Soler debía entrar por Guillermo Amor a falta de tan sólo 20 minutos para la finalización del partido y, vaticinando quizás esto, el de Benidorm no estaba dispuesto a abandonar el campo sin haber dejado su impronta en el aquel encuentro, que a la postre mostraría el camino a los suyos hacia la victoria. Recibía Koeman de Bakero, que lo intentó de nuevo mediante un disparo a 30 metros; el balón acabaría repeliéndolo Buyo, que no obstante, no pudo despejarlo de forma definitiva y se la dejaría fácil a Txiki, para establecer el 1-0 en el marcador del Luis Casanova.
Con la superioridad numérica en el marcador y en el terreno de juego, el Barcelona afrontaría los siguientes minutos con mucha más tranquilidad. Con el Madrid ya a la desesperada el choque se abrió y sólo las providenciales intervenciones de Buyo lograron evitar una abultada goleada en contra para los suyos.
El golpe definitivo para los blancos, no obstante, llegaría precisamente como consecuencia también de aquel cambio que Cruyff había logrado realizar en el momento oportuno. Con Amor ya en el banquillo y Soler en el terreno de juego, el de San Esteban de Bas lograría hacerse con un providencial balón frente a Chendo, que
acabaría regalándole medio gol a Salinas; el otro medio, acabaría anotándolo el delantero baracelonista para
fijar el definitivo 2-0 en el marcador.
Aquella victoria acabaría suponiendo un cambio en la hegemonía del fútbol español. A partir de aquel momento, la Quinta del Buitre tomaría la senda que dejaba atrás su auge en el panorama futbolístico nacional para enfilar ya el camino hacia la debacle de una generación única e irrepetible hasta el momento en la cantera blanca. En contraposición con aquello, el 'Dream Team' iniciaría una de las eras doradas de
la historia del FC Barcelona, que tendría su punto culminante 2 años más tarde con la consecución de la Champions League, en 1992 en el mítico estadio de Wembley.