Si me fastidia que Portugal nunca haya ganado nada, es por escritores como António Lobo Antunes, un genio eclipsado por el casi siempre mediocre Saramago, más politiquero y por tanto con más éxito. Lobo Antunes, eterno candidato al premio Nobel de Literatura, hace poco dijo que ojalá él escribiera como Messi juega al fútbol. Si Cristiano Ronaldo supiera quién es su compatriota, se retiraría para siempre de los campos por este ninguneo, pero me da que no ha cogido ningún libro suyo y ni sabe muy bien quién es porque si no, ya le hubiera retado con esa mirada suya de soberbia que pone, por ejemplo a jugadores como Xabi Alonso.

El señor Lobo Antunes merece celebrar algo, pensé hace unos días, releyendo su “Segundo libro de crónicas”, un buen manual para quien quiera escribir columnas. Decidí que hay que volver atrás la historia y hacer que los portugueses ganen su Eurocopa del 2004, aquella que Karagounis y compañía les birló para Grecia, como mínimo. Pero la historia, especialista en sus bromas amargas, me parece que no tiene ganas de moverse de su desván ni un centímetro. Portugal perdió contra Grecia en su Eurocopa uno a cero, ésa es la única realidad. Me hubiera gustado ver aquella final con el escritor, para contar en un artículo todo sobre sus movimientos de cejas, que sospecho que es lo único que se le alteraría ante semejante debacle. Lobo Antunes tiene pinta en las fotos de hablar más con los ojos que con otra cosa.

Karagounis... que por cierto ni jugó la final por estar sancionado. Es el único nombre que se me quedó de aquel equipo, y todo por la peregrina explicación de su parecido con la película de los Goonies. Leo que Karagounis (de nuevo las bromas amargas, tan guasonas ellas...) acabó jugando en el Benfica durante dos años: 2005 y 2006. El asesino volviendo a la escena del crimen. Hoy aún sigue activo, por cierto, en el Panathinaikos, pero ya me queda muy lejos su presente. Me quedo con su pasado, que consiguió que en Portugal se siguieran cantando fados tristes y perfectos. Igual si hubieran ganado, por la impresión, se habrían pasado a la jota castellana, más alegre ella, pero con menos trascendencia. A saber...

Por suerte, los fados siguen existiendo. No hay mal que por bien no venga. Por consolarlos, digo, aunque a Lobo Antunes, un escritor de la melancolía o directamente del desastre, que dijo que no ha conocido día feliz en su vida ni falta que le hace, no le consuele ni el susurro de los renglones de Amália Rodrigues cantados a su oído. Pero sin estridencias, ojo, que como buen portugués clásico António Lobo Antunes es un fatalista tranquilo.

Un portugués de verdad vive en el desconsuelo. Quizás el Portugués no necesite consuelo. No sé. El caso es que al país que choca frontalmente con el Atlántico y que tiene esos de atardeceres eternos, la Grecia mediterránea de vino y jolgorio, le ganó el partido inaugural y la final. Y en casa. Fueron los dos único partidos que perdieron, el primero y el último, Alfa y Omega, el mito sebastianista redivivo. La sensación de desamparo renovada para todo el siglo XXI, como poco. El rey Sebastián, desparecido en la batalla de Alcazarquivir en 1578 tampoco vendrá esta vez para sacarlos de ese exilio interior en el que viven desde hace siglos. El rey Sebastián tampoco es futbolista. Así es nuestro vecino: un depresivo secular maravilloso decadentemente romántico y bello que sigue esperando la llegada de sus Mesías porque profetas ya ha tenido unos cuantos.

Yo no conocí la histórica Portugal de Eusebio, el profeta, pero la Portugal de la Eurocopa 2004 metía miedo por el cúmulo de profetas mayores y menores que saltaban al campo: Porteros: Ricardo (titular), Quim, Moreira. - Defensas: Paulo Ferreira, Rui Jorge, Jorge Andrade, Fernado Couto, Miguel, Nuno Valente, Beto, Ricardo Carvalho. - Centrocampistas: Costinha, Figo, Petit, Rui Costa, Maniche, Tiago, Deco. - Delanteros: Pauleta, Nuno Gomes, Cristiano Ronaldo, Simao, Postiga.  

Y con todos estos jugadores, una de las mejores generaciones portuguesas no consiguieron la gloria, quizás porque un país como Portugal, forjado en las derrotas y cohesionado por ellas, lo que necesite para seguir existiendo es continuar esperando la victoria, sin llegar a lograrla nunca.

António Lobo Antunes, cascado, ya viejo, fumador empedernido, sigue escribiendo como los ángeles caídos en su apartamento de barrio bajo lisboeta. Nunca querrá ser como su compatriota Cristiano Ronaldo, porque prefiere ser como Messi y nunca ganará el Nobel, seguro, por eso me gusta tanto.