Una tarde soleada de mayo, día diez, para ser exactos, el estadio Vicente Calderón vivió uno de esos partidos que responden por sí solos a la eterna pregunta de "Papá, ¿por qué somos del Atleti?". La elocuencia única de los goles, del fútbol de máximo nivel y de las estrellas que portaban aquella tarde los escudos hicieron brillar al feudo rojiblanco en lo más alto del planeta fútbol. Con un choque épico se despidió Radomir Antic, el técnico del Doblete.

El Barcelona empezó fuerte y pronto hubo esa dosis de goles que enciende los Atleti-Barça. En el minuto 10, un rechace intrascendente en campo propio encontró a Rivaldo fuera de su hábitat. Se dio media vuelta con un toque, movió los brazos para acomodar el cuerpo y percutir con contundencia. Golpeó al balón justo sobre la cal del medio campo y la pelota voló muy alto. Lucía el sol, enemigo de los porteros. Molina corrió como un alma en pena hacia la portería sin mirar al balón ni rozarlo. Golazo de los visitantes, golazo del mito Vitor Borba Ferreira Gómez.

De entre la marabunta de brasileños que han poblado la Liga, será difícil que el aficionado medio olvide pronto al gran Rivaldo. Con esa izquierda tan poderosa, ¿cómo no intentar la sorpresa de golpeos lejanos, ésos que atormentan a los porteros, obligados a cubrir las espaldas de su defensa adelantada? Como el de aquella tarde soleada del 10 de mayo del 98 en que el Barça de Louis Van Gaal ya tenía la Liga ganada a falta de una jornada, cuando visitó a un Atlético hambriento a punto del cambio de era.

Sin embargo, los rojiblancos se desataron: empataron 9 minutos después, a través de Paunovic, y en el 25 ya ganaban 2-1 por gol en propia puerta de Couto. El partido acabó en delirio local, 5-2, doblete de Vieri tras el tanto de De la Peña y con un pie en Europa. Caminero anotó el cuarto, un golazo de vaselina a un desafortunado Baía, pero el gol de la tarde ya lo había firmado el 10 del Barça.