Todo aún es posible, las fantasías imaginan el partido perfecto, las aficiones han ganado. Los jugadores duermen la siesta, el estadio está vacío, el césped está como si lo fueran a inaugurar por primera vez. La tarde fluye, la tarde es un ir y venir de suspiros, de miradas, de rezos con las manos entrelazadas. De nervios. Vamos, el autobús está parado en la puerta del hotel, las directivas comen. Los columnistas le damos a la tecla para no comernos las uñas, los periodistas afilan los lápices y la mirada, calientan las voces, calientan los micrófonos, todo un hervidero de técnicos probando cámaras, conexiones, cables que parecen ir de los sueños a la realidad. El teatro está listo, los acomodadores limpian las butacas, las pipas están sobre la mesa de la cocina, para que no se te olviden, junto con las entradas, el teléfono para llamar desde el estadio a las personas con las que quieres compartirlo todo y no tienes cerca. La camiseta, la bufanda, los amigos. Podemos. La respiración con un punto de ansiedad, hiperventilas más porque quieres vivirlo todo, como quien se mete por todos los poros las olas un día que entras corriendo en el mar. La sal te está llegando ya a la punta de la lengua, aún quedan tres horas.

Leo de nuevo los periódicos. Espero, hago tiempo, como si en realidad pudiera hacerlo. Los ateos se santiguan, los creyentes miran a la diosa fortuna de frente. Todo vale, por si acaso, como el futbolista que sale de los vestuarios con el pie derecho, con el izquierdo, con los dos, dando saltos, poniéndose la camiseta interior de la suerte, repitiendo rituales que cree mágicos, como si algo de todo eso fuera a cambiar el curso de los acontecimientos que se van a producir en cuanto el navarro Undiano Mallenco le de al pito y rompa todas las tensiones. El grito, la marea ondulante por las gradas, por las casas por los bares, por los coches camino del horizonte. Vamos, ya falta menos. Todo el mundo pendiente de un punto de luz que se proyecta contra el cielo. La historia se hace de noches como ésta. ¿Eres consciente de que ahora, en este momento de la tarde todo aún está por hacer, todo es posible, nadie ha cometido ningún error?

Otro Barça – Real Madrid, y ya sube el cosquilleo del estómago a la garganta de nuevo, como cuando el deseo que llena los pulmones, como cuando sabes que lo vas a intentar para conseguirlo, como cuando todo tiene por fin su sitio y te gusta como queda.

¿Y si la vida fueran cosas como ésta?

Los focos se irán encendiendo de aquí a nada. Que gane el mejor o no. Larga vida al Dios del fútbol, ese vital y eterno bromista. Vamos a cruzar el Rubicón. Nos vemos tras el partido en la otra orilla. Ya haremos entonces recuento de bajas.