Una vez alguien me dijo o lo leí o quizás me lo haya inventado -que puede que sea lo más probable- algo más o menos así: huye de la perfección porque siempre termina por esconder monstruos terribles en su interior. Dicho de otro modo: toda pareja perfecta termina en divorcio a palos o, ¿pero cómo puede ser él el asesino si saludaba siempre en el ascensor y sujetaba la puerta para que la abuela Petra saliera sin dificultad? Imposible. Pues no, completamente real señora, cuanto más idílico es algo las posibilidades de salir corriendo como alma que lleva el diablo de esas situaciones se multiplican. Al final siempre termina por estallar el pastel y se queda todo inservible. Así que tú sabrás qué haces si todo lo que te rodea no admite ninguna mejora, aunque sea pequeña, que no te estás ya comprando un casco.

El año pasado el Athletic era más o menos la encarnación de la perfección y del buen rollo en la tierra pero en apenas dos meses la sonrisa ideal, con destellos, se ha vuelto una mueca con los dientes careados. La perfección, una vez más, ocultaba una realidad más sombría de lo que nos habían contado desde Lezama. ¿Qué ha pasado? A saber, pero supongo que lo de siempre en estos casos. Ni Bielsa es tan bueno como todo el mundo se había empeñado en recitarnos, -se le ha fundido la plantilla entre los dedos por su obsesión de hacer fosfatina durante todo el año a los mismos once- ni Urrutia, es un presidente eficaz porque al mínimo problema se le ha ido de las manos el club. Llegaron a dos finales sí, pero las perdieron, sobre todo por una mala planificación, y las costuras han cedido y se han desparramado las vergüenzas de todos por el campo de San Mames en un santiamén. Donde antes todo eran trenzas de florecillas por el cuello, paz y amor y esas cosas, se  ha descubierto que en realidad, lo que se colgaban muchas veces eran cardos borriqueros llenos de espinas. La bola se ha hecho alud y da la sensación de que ya no puede pararla nadie. Se ha desmadrado tanto todo que, los que ayer eran leones, por ejemplo, de la casa, de los nuestros, de la cantera (aunque se quiera olvidar que Javi Martínez viniera de Osasuna previo paso por caja de 6 millones de euros) se han convertido para la afición más exaltada de golpe en un riojano y un navarro de Tierra Estella, mercenarios ambos.


A lo mejor hay que ir pensando en rehabilitar la figura de los anteriores: Caparrós y Macua que dejaron un equipo enfilando la rampa de lanzamiento del éxito, trabajando uno la cantera de forma más eficaz y manejando el otro una afición que es cada uno de su padre y de su madre con muchísima más mano izquierda. Lo que parece claro es que Bielsa y Urrutia, después de no conseguir rematar la jugada que se les puso a tiro por la inercia anterior, han permitido que se dinamite todo. Ya veremos si son capaces estos dos pirómanos de apagar el incendio y si no, que alguien les diga que lean el cuento de Hans Christian Andersen “El traje nuevo del emperador”, a ver si se enteran al menos de lo que ha pasado.