Hace unos días, mientras intentaba hacerme el ingenioso en Twitter, me salió sin querer, para qué mentir, un mensaje del que estoy especialmente orgulloso: “¿De qué juega Cesc? Fácil... de genio”.

Cuando ya lo había enviado me di cuenta de que no era verdadero. No sé de que juega Cesc y es un genio, pero fácil, no, no es fácil, eso es complicadísimo. Tan complicado que después de llegar a ser capitán del Arsenal con 24 años, vuelve a su casa, el Barça, y termina casi silbado. O sin casi. De hijo pródigo a profeta descalabrado, porque como todo el mundo sabe, nadie termina siendo profeta en su tierra. Con excepciones claro, porque a Xavi le costó, pero acabo convirtiéndose en uno, incluso se le quedó corto el cargo y fue proclamado Mesías, saltándose todas las teologías futbolísticas. El Mesías de la Masía. Y nos hizo a todos campeones de Europa y del Mundo, y con el Barça campeón del conjunto completo de copas. Nadie lo hubiera profetizado. Mucho menos cuando en su particular peregrinación por el desierto, tuvo pie y medio fuera del club de su vida.

Viendo cómo se han sucedido los acontecimientos, sospecho que Guardiola, más que por una necesidad futbolística, fichó a Fábregas por ser catalán. A Guardiola estos actos sentimentales le encantan pero intuyo que nunca lo entendió del todo como jugador - tiene el ADN catalán, pero es más cosmopolita y eso le descoloca-, porque incluso llegó a desterrarlo en las últimas jornadas de la pasada liga, cuando ya todo le daba igual y no se preocupaba ni en disimular, ni en complacer a nadie. Con Vilanova, lejos de enderezarse, el asunto se ha puesto aún más tenso porque el encorsetamiento del nuevo sistema le perjudica todavía más a un jugador que no juega de nada. Cesc está siendo mirado con una lupa demasiado grande desde todos los sitios, grada incluida, de una manera que considero bastante injusta.

Quien mejor le ha entendido es Vicente del Bosque, que con su inteligentísima humildad, le ha puesto a jugar de falso lo que quiera: usted manda, juegue con su instinto, tire pases, muévase rápido y dispare, donde quiera y como quiera; exprimiéndolo muchísimo más que cualquiera de sus dos últimos entrenadores. Para Cesc la selección es una catarsis, se redime en ella, siempre suele estar donde todo sucede, a su aire. Se siente importante aunque sea suplente, y se le nota en la actitud. Al final, la confianza, mueve montañas y eso del Bosque lo hace a la perfección, sin que se note. Cesc no necesita a un entrenador genial porque el genio es él.