El caprichoso destino y la calidad marcaron el desenlace de los octavos de final en el Ali Sami Yen Arena. México superó a España en el planteamiento, pero serán los de Lopetegui los que sigan en Turquía 2013 con las aspiraciones intactas. La Sub-20 estuvo a punto de no encontrar respuestas ante un rival que le sorprendió en varias facetas. Irónicamente, el desenlace del guión fue cruel para los aztecas y un respiro para los jugadores españoles, que a base de talento liquidaron el encuentro en las postrimerías.

En la disposición táctica, México fue superior

Sin sorpresa aparente, México se protegió. Fue con ese 1-4-4-2 con el que embolsó el medio campo de España, sobre todo cuando los de Lopetegui intentaban salir desde atrás. Los dos atacantes aztecas se juntaban con su medio campo y ahogaban casi continuamente a Campaña y Oliver, cuando estos pretendían asomar para dar salida al juego. El gol de González a los dos minutos fue clave para que Almaguer acabase de convencer a sus pupilos de que esa era la vía. Solo habían pasado 120 segundos para saber quién era el ansioso y quién jugaba a ser astuto.

Un balón largo desde la derecha inutilizó la carrera de Manquillo, que cuando giró el cuello vio como la certera zurda del once del Atlas lo alojó en la red, sin dejarlo caer, ante la impotencia de Sotres. Un instante, un golazo, que pudo trasladar a los jóvenes de Lopetegui al Maracaná del pasado domingo. España debía remar en contra por primera vez en el torneo frente a un equipo que solo la ironía del juego le había situado como tercero de grupo.

Un instante, un golazo, que pudo trasladar a los jóvenes de Lopetegui al Maracaná del pasado domingo

Quedaba mucho tiempo. No cabía caer en lamentaciones. España cuenta con un arsenal ofensivo difícil de abarcar, pero la fe y la tranquilidad que los mexicano demostraron en su sistema en toda la primera mitad, y en un buen tramo del segundo periodo, pesó y mucho en la actividad mental de los españoles. Si había que mover rápido el balón frente a un bloque bien replegado y compacto, cada jugador español necesitaba, como mínimo, tres toques antes de devolverlo a un compañero.

La inquietud española como tónica

La agilidad en las combinaciones era la primera premisa para intentar superar un muro que en lo físico, por la contextura de sus jugadores, no era comparable al que habían planteado Ghana o Francia. Pero España se inquietó más de la cuenta y lo pudo pagar caro en algunos tramos del encuentro. Los Sub-20 estuvieron cerca de besar la lona y despedirse de Turquía, y México hubiese sido una más que digna cuartofinalista.

España jugó muy lejos del área contraria buena parte de la primera mitad, ante la presión mexicana en dos fases. Con Jesé y Deulofeu abiertos, pero desconectados, el único jugador libre parecía ser Saúl, que intentó oxigenar el juego de La Rojita con su zurda enérgica. Oliver se mostró incómodo, inferior en plena efervescencia física del juego, pero tal vez podría tener su momento más adelante. Por el contrario, con el ilicitano la Sub-20 intentó al comienzo remarcar su presencia en el medio, pero la escasez en la variedad del juego español, superado por el orden azteca, dejó entre el 25 y el 35 uno de los peores tramos de la selección en el torneo.

El zurdo Espericueta mandó al larguero un misil de empeine que pudo dejar muy tocada a España. Intantes después, el hábil Corona la tuvo en un tiro cruzdo, rozando el palo izquierdo de Sotres. Sergio Almaguer se lamentaba de que sus pupilos no pudiesen dar el toque de gracia cuando la superioridad en el planteamiento era más que evidente. Pese a esos tramos de suplicio, la pelota era para los chicos de Lopetegui, pero cabía buscar soluciones antes de que fuera demasiado tarde.

Continuamente, Jesé y Deulofeu recibían en los costados con tres defensores a los que encarar. El catalán, muy desacertado toda la tarde, tuvo el mérito de zafarse de sus numerosos defensores en una única acción que acabó en un centro que repelieron los mexicanos. Un balance demasiado pobre, para un talento capaz de desarbolar una defensa entera con el balón en los pies. El atacante del Barcelona tuvo uno de esos días aciagos en los que pocas veces acierta en la elección de las jugadas. Atraer a tantos defensores podía haber sido un filón si el balón hubiese salido rápido de sus pies buscando otro costado, aunque esa lentitud de lectura en el juego fue trasladable a un buen número de sus compañeros.

Jesé, por el contrario, no se complicó tanto en las acciones. El canario parecía esperar su momento. Sin embargo, entre conducciones innecesarias e imprecisiones murió el primer acto. El inicio de la reanudación fue un espejismo que duró apenas unos minutos. España adelantó líneas y por momentos obligó a su rival a defender más cerca de su propia área. De esta forma llegó la ocasión más clara y un atisbo de esperanza. Como una especie de preludio, Jesé arrancó desde la izquierda, quebró a un par de defensores y filtró un gran pase para un laborioso pero desatinado Alcácer.

Alcácer, pundonor y desacierto

El valenciano no tuvo su día. Encomiable en el esfuerzo, pero muy desafortunado en la concreción. Erró una ocasión muy clara que hubiese dado grandes reservas de oxígeno con muchos minutos por delante. Como castigo, y capricho del destino, la selección volvió al letargo; se rememoraron los peores momentos de la primera mitad. De nuevo fruto de la ansiedad, el equipo se desordenó y perdió el esférico en zonas donde los mexicanos encontraban un mar, gracias a la habilidad de Corona y a los interesantes movimientos de su delantero Bueno.

El último creó los espacios; el primero mostró su destreza acariciando el balón. El atacante de Monterrey tuvo el knock out a su favor tras una buena jugada y tiro de rosca que salvó el vuelo del guardameta del Racing. México volvía a ser superior claramente en orden y aprovechamiento del terreno. La Sub-20 se sumía en la peor versión que se le conocía; ofrecía la imagen más bisoña e incómoda. Hasta que el destino sí le quiso dar la cara.

Corona tuvo el knock out, tras una gran jugada y tiro de rosca

Suso, que había entrado por Puerto, en la apuesta más arriesgada de Lopetegui, sacó el córner. Denis, sustituto de un anodino Deulofeu, peinó en el primer palo. La falta de tensión mexicana en la marca y Derik acabaron por poner el empate en el segundo palo. Faltaba algo más de un cuarto de hora y ahora sí que el talento puro decidiría el encuentro. Cuando el físico y la concentración decae, lo primigenio del juego se impone.

El talento diferencial de España

Llegó el momento de Oliver Torres. Incómodo y en inferioridad física al comienzo de los encuentros, su fútbol de prestidigitador aparece cuando el juego vuelve a la calle y se aleja de la pizarra. Mandó un milimétrico balón largo en profundidad a Alcácer que de nuevo fue desaprovechado por el valenciano. Realizó controles de otra época y lugar, y se hizo dueño del balón para crear más dudas en un rival que en ese momento se perdió sin saber cuál era su meta en el partido.

Llegado el momento, Oliver Torres realizó controles de otra época y lugar, y se hizo dueño del balón

Fue el momento del talento y la anarquía de España. El instante que Jesé estuvo esperando pacientemente. Y no ir a la prórroga era un premio mayor. Con los aztecas aparentemente más agotados, el canario volvió a recibir con espacio en la izquierda. Se deshizo de rivales con su clásico recorte hacia adentro. No fue su mejor disparo, pero el desvio de un defensa llenó de demasiadas dudas a Richard Sánchez, que incomprensiblemente no pudo atajar un balón que no parecía imposible. El canario decidía de nuevo e igualaba al portugués Bruma, con cinco tantos, a la cabeza de los artilleros del torneo.

Fue la fortuna de una España que en muchos momentos se vio limitada por el esfuerzo y el planteamiento de su rival. México tan solo pecó de desdeñar la posesión, algo que pudo desgastarla frente a un rival de similar complexión. Pero la diferencia real en el marcador la puso esa cuota de talento único que tienen algunos jugadores de esta selección española. El camino todavía es largo, pero la Sub-20 siempre guarda esa carta a la que puede recurrir.