Sevilla, domingo 18 de noviembre, Estadio Ramón Sánchez Pizjuán. El recinto rojiblanco parece un vulcano, el ambiente es increíble. Por un lado, 40.000 sevillistas cantan el himno del club. Por otro lado, en un rincón del feudo sevillista, 1.500 béticos intentan hacer más ruido que sus homólogos. Son las 21:30. El espectáculo va a empezar, y no lo podía hacer de mejor manera para los hombres de Michel al marcar un gol a los 13 segundos de juego gracias a José Antonio Reyes. En las gradas en fusión, se puede ver a los beticos escondidos entre toda esta masa de aficionados. Cabizbajos, aguantando las burlas de sus vecinos, los béticos vivirán una pesadilla durante esa noche. 4-0 al descanso, 5-1 al final, los verdiblancos viven un calvario y saben que van a sufrir durante los próximos días. Porque más que un partido, este derbi es, sobre todo, la oportunidad para un equipo y sus aficionados de tener la supremacía de la ciudad hasta el partido de vuelta.

Para un extranjero, un francés, vivir un derbi sevillano es algo diferente. En Francia, ningún partido puede ser comparado con el Betis - Sevilla. Incluso, el derbi más famoso de Francia entre Lyon y Saint-Etienne no tiene las mismas características que un Sevilla - Betis. Las semanas previas al derbi sevillano siempre son extrañas. “Un Sevilla-Betis no solamente dura 90 minutos, sino 15 dias”, contaron algunos sevillanos. Los rostros de las personas se iluminan al hablar de este partido. La ciudad andaluza vibra por este encuentro. Un derbi empieza sobre el agua. Una regata opone los cuadros sevillistas y béticos en el Guadalquivir desde hace 40 años. Un duelo histórico que hace pensar el enfrentamiento entre Oxford y Cambridge en Inglaterra. Un día de derbi, Sevilla se despierta para una jornada especial. La atmósfera en las calles es increíble. En cada bar, cada tienda, el partido está en todas las bocas. Algo impensable en Francia, los dos clubs citan a sus aficionados para el último entrenamiento en sus estadios. 10.000 rojiblancos en el Sánchez Pizjuán, 15.000 verdiblancos en el Villamarín. Todos dan fuerzas a las “tropas” para el choque. Abuelos, mujeres, niños, todos son conscientes que se juega algo más que un partido. La victoria, o la derrota, no se pueden olvidar. Porque, después del partido, empiezan las provocaciones.

Un lunes después de un Sevilla - Betis no es un lunes habitual. El lunes de guasa es simbólico del ambiente que reside en la ciudad. Cuando un aficionado del equipo ganador llega en un bar, con una gran sonrisa, sabe inmediatamente donde están los perdedores. Bromas, piques, recochineos… Todo un arsenal de palabras para burlarse del equipo rival. Otra parte de la ciudad debe aguantar, estoicamente, todos estos cachondeos. En los despachos, en la universidad, en el hospital, el estribillo se repite, pero nadie se subleva o pierde los papeles. Es parte del juego. “Lo importante no es vencer, sino participar”, decía el barón Pierre de Coubertin. Después de un derbi, la única cosa que cuenta es haber ganado. “Lo que predomina después de este partido, no es tan la felicidad de haber ganado, sino la de ver los otros tristes”, me decía Julio Reguera, un librero bético de Sevilla, antes del partido. Este hombre sigue al Betis desde pequeño. Su abuelo era el quinto socio del club en los años 1910, y no pierde la ocasión de burlarse del eterno rival. “Pero tenemos que aprovechar el momento porque todo puede cambiar muy rápidamente”, añadía. No podía suponer que el Betis, su Betis, iba a perder 5-1 algunos días después.