“Mucho que decir, y poco que contar”. Así comenzaba Arsenio Iglesias la rueda de prensa posterior al encuentro en el que el Deportivo, tras derrotar a quinielas, previsiones y las características previsiones de inicios de temporada, vio cómo la posibilidad de lograr el primer título desde su fundación se le escurría entre los dedos ante el Valencia. El azar quiso que fuesen 11 metros de distancia los que elevasen un muro entre el conjunto herculino y la consecución de una bonita historia de las que ya no abundan en el fútbol moderno. También fue el culpable de establecer esa frágil frontera que separó a Djukić de ser un héroe a convertirse –injustamente- en uno de los nombres que más tristeza transmite al deportivismo.

El fútbol tiene memoria. Eso comentan quienes lo han vivido desde dentro. Desde el banquillo, los terrenos de juego e incluso la grada. Dicen que siempre te devuelve lo que un día te quitó, bien en forma de ilusión, minutos de juego o momentos de gloria, pero también en títulos. A Coruña conoció aquel año la amargura a través de una pena máxima errada en el último suspiro de una lucha de 38 partidos que, además de poner los cimientos de un equipo de leyenda, le granjeó el apoyo de gran parte del país y de la totalidad de una ciudad que se enganchó verdaderamente a su equipo en los años 80.

Triste, pero consciente de que el final no hacía justicia al trabajo previo, Arsenio trataba de agradecer, a su manera, el apoyo de los aficionados: “Yo tengo una gran tristeza por esas gentes de la calle que yo veía todos los días. Los lunes, los martes… Esa gente mayor, esos niños que tenían una ilusión tan tremenda. Y que yo pensaba que podríamos desilusionarlos. Porque podía pasar esto. Porque ya no es la primera vez que me pasa. O que les pasa a las gentes. Y ha pasado. Hasta fuimos a fallar un penalti cuando no había ni tiempo para respirar”. A lo largo de su dilatada carrera, el veterano técnico arteixán hizo hincapié en numerosas ocasiones en cómo un simple instante se convierte en memoria colectiva. “Yo creo que estaría escrito así”, decía Arsenio, que no imaginaba cómo el fútbol, un año y 44 días después –concretamente el 27 de junio de 1995- le daría la mano tras un remate de cabeza de Alfredo que, tras colarse en el arco defendido por Zubizarreta, puso paz entre el Deportivo y aquella fatídica noche del 14 de mayo de 1994 concediendo a los coruñeses el primer título de su historia.

Veinte años después de aquel día, muchos aún se preguntan qué sentido tiene recordarlo, quizá a sabiendas de que heridas como la de aquel eterno segundo sobre el césped de Riazor no llegan a poder suturarse nunca. A otros, sin embargo, les cogió todavía gateando o dando sus primeros pasos frente al televisor. Es complicado saber si aquel momento cruel unió aún más a una hinchada que soñaba con emborracharse de éxito, una conducta loable también para un equipo que, pese a ser y desempeñarse como un obrero del fútbol, quiso vivir por un día en la élite. Lo logró un año más tarde. Un año después de que una jugada a balón parado definiese el resultado final de una temporada cuyo trabajo y valentía frente a los colosos de la Liga fue el verdadero premio.

Miroslav Djukić, que también participó en la final de Copa del Rey ante el Valencia, levantaba tras el pitido final del encuentro una losa que, a menudo, aún le persigue. El sentimiento de alivio tras el sufrimiento iniciado tiempo atrás se acrecentaba en las palabras del zaguero balcánico a TVE: “Tres años ha luchado este equipo, siempre a punto de ganar algo, siempre por poco, faltaba algo, y al final creo que hemos sido justos vencedores”. Se le reprocha a menudo al deportivismo su tendencia a recordar en exceso los momentos de gloria, pero lo cierto es que pocos equipos durante los años 90 y principios del nuevo milenio se creyeron capaces de tutear a los caciques de la competición. El Deportivo lo hizo tras un fallo en el descuento de un partido. Tras levantarse de un golpe que tocó de lleno a una ciudad que, por aquel entonces, cobijaba a cerca de 235.000 habitantes. Y eso también es historia viva.