25 de mayo de 1996. En la última fecha del Campeonato Nacional de Liga, el Atlético de Madrid recibía a un Albacete que ya nada se jugaba. Líder desde la jornada 14, dependía de sí mismo para conseguir el título gracias a los dos puntos de ventaja que mantenía sobre el Valencia de un rojiblanco confeso, Luis Aragonés. La moral estaba por las nubes tras la consecución de la Copa del Rey algunos días atrás y se daban las condiciones idóneas para levantar el trofeo 19 años después.

En un Vicente Calderón a rebosar, Radomir Antic alineó de inicio a su once de gala. Con Solozábal, que si jugó de partida en la final de Copa, como única ausencia, el técnico balcánico sacó una formación que los atléticos son capaces de recitar de carrerilla: Molina, Geli, Santi, López, Toni, Caminero, Vizcaíno, Simeone, Pantic, Kiko y Penev. A pesar de los tropiezos en las jornadas previas y de muchas oportunidades dilapidadas, el Atlético no se dejó intimidar por el miedo y salió decidido a arrasar a los manchegos.

Desde el comienzo se pudo ver qué equipo buscaba la gloria. Con un fútbol de necesidad más que selecto y delicado, los madrileños se acercaban con peligro a la meta defendida por Plotnikov. El recuerdo de los fallos de cara a puerta en encuentros anteriores provocó una inquietud en la tribuna que fue sofocada a los catorce minutos. Una falta botada con maestría por Pantic desde la banda era cabeceada a la red por Diego Pablo Simeone. El actual entrenador del Atlético conseguía su decimosegundo tanto en liga, siendo el segundo máximo artillero del equipo superado únicamente por Lubo Penev.

Simeone fue el segundo máximo goleador del equipo con 12 goles.

El dominio colchonero continuaba siendo abrumador. Sin embargo, el gol de la tranquilidad vino precedido de un saque de esquina a favor de los albaceteños. El balón colgado fue atajado por el posterior Zamora de la Liga. Corría el minuto 31 en el marcador mientras Molina sostenía la pelota pidiendo calma y buscando una salida fácil. Al no hallar esta posibilidad, envió el esférico al cielo de la capital para que, tras el bote, la cazara Kiko, que controlaba y mandaba un zurdazo inapelable que desembocaba en el delirio de la parroquia rojiblanca.

Los hombres de Radomir Antic seguían compitiendo y pudieron hacer más goles. La grada era un clamor, un rugido único que, al grito de “¡Campeones, campeones!”, alejaba el desagradable término de “pupas” que venían soportando desde mucho tiempo atrás. El pitido final desencadenó la emoción atlética, que continuaría con una cabalgata promovida por Jesús Gil y una serie de conciertos entre los que destacaba Joaquín Sabina.

En aquella fecha, se cumplían diecinueve años sin el título que premia la regularidad. Esta temporada se cumplen dieciocho, y es una perfecta oportunidad para que Cholo Simeone, esta vez desde el banquillo, impulse a sus chicos para que alcancen el cielo.