El Valencia afrontaba una nueva final europea, tras las lágrimas de Paris y Milán, con la única idea de volver a ser grande. El viaje llevado a cabo durante toda la temporada tenía su etapa final en Gotemburgo, y el Olympique de Marsella como rival. Barthez, Flamini o Drogba como ases a seguir, que querían evitar el reinado de un conjunto que temía una nueva derrota como fin de una aventura exitosa por el continente. Pero, esta vez, Benítez estaba enfrente, y Rufete, Mista, Aimar o Vicente, junto a él.

Nada más comenzar el encuentro se vio que ninguno de los dos conjuntos había acudido a la final para ver los minutos pasar. Los galos, rápidamente, mostraron sus intenciones, cediendo el cuero al Valencia y tratando de presionar en zona de ataque para robar y buscar la portería de Cañizares, que hoy no quería mostrar sus lágrimas al mundo. Mista fue el primero en avisar, sin encontrar portería, cuando se cumplían los primeros cinco minutos de juego. Pero sería Albelda, pocos instantes después, el primero en encontrarse con Barthez. El disparo del valenciano fue despejado a córner por el guardameta francés, en la que era la primera gran ocasión de gol.

El encuentro comenzaba a disputarse en las áreas, llegando el Valencia más a la rival; pero sobre todo se jugaba en el centro del campo, donde ambos equipos querían tener el control, con o sin la pelota, para poder atacar con sus armas. Mista seguía tratando de sorprender a Barthez, con lanzamientos lejanos, pero no tenía su noche el delantero ché, hasta ese momento.

El Olympique pudo cambiar el signo del encuentro

Los franceses despertaron, fruto de una falta de Carboni sobre Drogba, a balón parado. Primero fue Marlet, a centro de Flamini, quien cabeceó fuera, tras ganar la posición con facilidad a un hombre experto en esta tarea como es Ayala. Y después Meriem, recogiendo un rechace en la frontal del área, disparando desviado, errando una clarísima ocasión de hacer el primero de la noche. Los de Benítez estaban inseguros, quizás recordando viejas derrotas, facilitando las segundas jugadas a favor de los hombres del Olympique. D’Diaye y Merlem volvieron a disparar, sin suerte, evidenciando lo anteriormente dicho.

Las jugadas a balón parado eran una losa, fruto del intenso viento que tenía el OM a favor, con lanzamientos lejanos, incluso del propio Barthez, que llegaban hasta las inmediaciones de Cañizares. Beye fue otro de los que cabeceó solo, sin concretar su remate. Los franceses, aun teniendo jugadas de mucho peligro, no conseguían hacer si quiera que Cañizares se mostrara, pero sí generaban mucho peligro.

El principal problema ché era la ausencia de Vicente y Baraja, desaparecidos sobre el verde, y que necesitaban entrar en juego para mover a su equipo y crear de nuevo peligro. Cumplida la primera media hora de partido, el choque se igualó de nuevo, sin grandes oportunidades, pero con mucho juego físico. Albelda contenía el centro del campo francés, mientras Marchena y Ayala hacían lo propio con Drogba. En ataque, tan solo aparecía Rufete por banda derecha, y Mista en ataque, con un par de jugadas en las que su presión pudo generar peligro. Todo avanzaba con el marcador inicial, en una final igualada en la que ninguno quería cometer el primer error, y el trabajo físico se presentaba capital para el resto del encuentro. Pero cuando parecía que expiraba el primer tiempo, llegó la jugada de mayor importancia del mismo.

A un minuto del final, la defensa gala erró en el despeje, algo que aprovechó Mista para controlar el cuero en el interior del área y avanzar. Barthez, conocido por sus escentricas salidas, derribó al jugador valencianista y cometió uno de los penaltis más claros que son recordados en finales europeas. El resultado fue la expulsión del portero, y el lanzamiento desde los siete metros de Vicente, al que no le pudo la responsabilidad y engañó a Gavanon, guardameta suplente del OM.

Los de Benítez se marchaban al descanso con ventaja en el marcador y numérica sobre el césped, en una primera parte en la que pudieron recibir algún gol, dada la superioridad del equipo francés, pero en la que aguantaron hasta un tanto que fue un jarro de agua fría para los hombres de José Anigo.

Cambio de cara del Valencia

El conjunto levantino saltó al terreno de juego con rostro triunfal, sabedor que no podía escaparse la victoria final. Nada más comenzar, Vicente pudo poner el segundo, pero su disparo de falta se marcho unos milímetros alejado. El conjunto de Benítez tenía claro que la final debía tintarse de color blanquinegro. Los ché jugaban a su antojo, y el OM tan solo podía salir a la contra, sin mucho peligro, debido al esfuerzo físico realizado en la primera mitad.

Y precisamente fue así como llegó el segundo de la noche, de nuevo del lado del Valencia. En un contraataque magistral, de tira líneas, como enseñan los cánones del fútbol y tan bien manejaba el conjunto ché. Baraja, Vicente y Mista, que golpeó de manera inapelable, protagonizaron la acción, que serviría para escribir los libros de historia. El Valencia se situaba con dos goles a favor, un hombre más sobre el campo y poco más de treinta minutos para alcanzar la gloria, ya nada podía escaparse.

A la desesperada, el OM adelantó sus líneas, sin su jugador referencia y con Drogba como único estandarte. Fue el costamarfileño el primero que se encontró con Cañizares, que en la primera mitad recibió más peligro pero no llegó a participar. Un disparo de falta del africano encontraba al guardameta blanquinegro, perfectamente colocado y muy seguro en su acción. Fue en ese momento cuando Benítez observó que hacía falta control sobre el campo, dando entrada a Aimar.

La fiesta de las gradas se prolongaba al campo, con apenas quince minutos restantes, y el Olympique entregando las armas, derrotado física y anímicamente. Los ‘olés’ aparecieron, mientras el Valencia trenzaba jugadas con el ánimo de que pasaran los minutos y poder tocar de una vez por todas la ansiada Copa de la UEFA. Tan solo N’Diaye, ayudado por el viento, quería impedirlo, con un chut lejano que no sorprendió a Cañizares por poco.

Reyes de Europa

Los minutos pasaron, segundo a segundo para la afición ché, al grito ed ‘¡campeones, capeones!’, como si de arena se tratase en un reloj. La espera, interminable para la hinchada española, llegó a su fin. Terminó el encuentro, y no solo esté, terminó una larga espera tras dos finales europeas perdidas de manera consecutiva. El Valencia rompía a llorar de felicidad, volvía a alzar sus brazos en una temporada histórica, con un doblete y reinando Europa.

(Mundo Deportivo).

Mista fue elegido mejor jugador de la final, y Albeda y Baraja levantaban la copa de la UEFA al unísono. Los gritos al viento de los futbolistas se alzaban, Cañizares ya no lloraba de amargura, y Valencia sonrió. El Valencia vuelve a ser grande, vuelve a reinar Europa. El mejor equipo del mundo era blanco y negro. Valencia, Campeón, Rey de Europa.

Los goles del partido