La temporada 2012-2013 no había sido fácil. Después de despedirse de la Europa League y de la Copa del Rey a las primeras de cambio, el conjunto rojiblanco certificó la permanencia en el último tramo de la Liga y se percibía que el proyecto de Marcelo Bielsa daba sus últimas bocanadas.

Con las vacaciones a la vuelta de la esquina y con una nueva temporada por delante, el club de Ibaigane dio sus primeros pasos y decidió traer a un hombre de la casa, a Ernesto Valverde, para otorgarle una nueva imagen al equipo y cumplir su segunda etapa como dueño del banquillo. No tenía una tarea fácil. Debía implantar su juego, diferente al que había imperado durante las anteriores dos temporadas, y obtener resultados para que su labor no se viera en el ojo del huracán.

No obstante, su juego, avalado por los años anteriores en Villarreal, Olympiacos y Valencia, tenía tintes de obtener buenos resultados desde el principio, y no defraudó. Poco a poco, con una defensa en zona y un planteamiento ofensivo en el que los hombres de segunda línea también adquirían protagonismo, el casillero del Athletic se fue llenando de puntos y nunca bajó de los puestos europeos.

La doble cara

La estancia en los puestos europeos y de ir sumando partido sí y partido también, con alguna excepción, hizo que le avalaran de cara al futuro, porque el conjunto rojiblanco sí puntuaba, pero debía corregir el hándicap que suponía jugar fuera de casa, lejos de San Mamés.

Cuando el Athletic disputaba sus partidos a domicilio sufría una transformación. Cual camaleón, se veía un equipo distinto del que se había visto siete días antes. Sin ideas, desordenado y que daba facilidades al rival para lograr los tres puntos. Un equipo desconocido, típico de inicio de pretemporada cuando hay que pulir para conseguir el mejor resultado para que los jugadores se acoplen entre ellos.

El Athletic obtenía buenos resultados en San Mamés, pero erraba a domicilio

Puede que ahí Valverde se diera cuenta del mal. Beñat a la par de Herrera y Muniain no daba los resultados esperados, y por ello el de Viandar de la Vera decidió cambiar el esquema. Quitó al de Igorre del once titular y dio entrada a Mikel Rico para formar pivote con Iturraspe y asentar al equipo en ese mediocentro. Volver a la tranquilidad y que el equipo no fuera un desconocido.

Si era desconocido a kilómetros de Bilbao, también lo era en San Mamés, pero de manera distinta. Había que echar la vista muy atrás para lograr vislumbrar un equipo que sacara adelante sus compromisos como lo hacía y sin perder un partido. La Catedral era sinónimo de puntuar y ni siquiera equipos como el Real Madrid y el Barcelona se fueron con el botín desde tierras vizcaínas.

Esa racha, ese sueño, lo rompió en Copa del Rey el Atlético de Madrid (1-2) y en Liga el Espanyol (1-2), pero no fue el principio de nada. Se podría decir que fue un mal día o simplemente que el Athletic no tuvo acierto de cara a puerta, porque después de esas dos citas, los pupilos de Ernesto Valverde volvieron a puntuar en casa y sólo Atlético de Madrid, esta vez en Liga, fue capaz de conseguir los tres puntos.

La solvencia por bandera

Los puntos que obtenían poco a poco han hecho que los jugadores y el equipo haya acabado como cuarto clasificado, pero además de los 70 puntos que refleja el casillero a final de temporada, una de las claves ha sido el juego y la solvencia que ha mostrado con el paso de los minutos. La lectura que tanto Valverde como los jugadores han hecho en cada partido ha sido la adecuada, daban más velocidad al encuentro cuando lo requería y bajaban el pistón cuando lo veían conveniente. Así han sabido sumar poco a poco, hacer frente a cada rival que semana tras semana se les presentaba.

Aduriz remata en el partido contra el Sevilla. | Foto: Iñigo Larreina (UGS Visión).

Una lectura de buen juego que ha llevado a la calma. Desde que el árbitro decretara el inicio del encuentro, los jugadores sabían cuál era su papel y lo llevaban a cabo. Muchas veces eran los encargados de abrir el marcador y una vez que lo conseguían, no se volvían locos. A pesar de que desde hace mucho tiempo no se veía en el Athletic, esta temporada la solidez defensiva se mantenía, al margen de los típicos despistes que puede tener hasta el jugador más laureado, y trataban de ampliar el resultado.

Los espectadores y aficionados no esperaban ese fallo que costara el empate. Bajo ese prisma de tranquilidad disfrutaban del partido, convencidos que esta temporada el Athletic no era aquel de antaño que sufría despistes y errores garrafales. Esta vez el conjunto rojiblanco mantenía la calma y aunque el marcador fuera corto, no había peligro; se sabía que el equipo era solvente y que era capaz de sacar el partido adelante.

La eclosión de jugadores clave

Sin embargo, la solvencia no se adquirió de la noche a la mañana. Fue un proceso que fue madurando desde sus inicios, y que en algunos partidos de principio de temporada todavía no se podía intuir. Algunos jugadores como Mikel Rico y Mikel Balenziaga, fichajes de la temporada, se debían incorporar al bloque que ya se habían formado, y otros como Ander Iturraspe y Ander Herrera debían adaptarse al nuevo rol que les había puesto Ernesto Valverde.

Esas variaciones germinaron, fueron de la mano de la solvencia y gracias a que esas piezas encajaban, el juego daba sus frutos. Los jugadores cada vez estaban más convencidos de que ese era el camino a seguir y su seguridad y buen hacer en el campo les permitía llevar a cabo jugadas, pases y remates que hubieran sido impensables sin la confianza necesaria y los resultados que les avalaban.

El Barça, punto de inflexión

Se trató de un juego de encaje y de resultados que tuvieron su punto de inflexión cuando el Barcelona visitó San Mamés. En aquel partido de noviembre, los rojiblancos ganaron gracias al solitario gol de Muniain (1-0) y le arrebataron la cuarta plaza al Villarreal. Era un signo de que el trabajo daba sus frutos y fue el comienzo de todo.

Desde diciembre los rojiblancos no bajaron del cuarto escalón

Era la jornada 14 y desde entonces el Athletic se hizo dueño y señor de esa posición privilegiada que daba acceso a la previa de la Champions. Con esa solvencia y mostrando que se puede jugar de tú a tú contra cualquier equipo, los rojiblancos vieron que, con el paso de las jornadas, el sueño de jugar en la máxima competición europea estaba más cerca. Desde que alcanzaron esa cuarta plaza, sólo perdieron cuatro partidos, aunque los demás resultados, unidos a los que lograban sus rivales por ese puesto hacía que el Athletic se mantuviera ahí, sólo por detrás de Atlético de Madrid, Barcelona y Real Madrid, que estaban en otra Liga.

No obstante, de sus rivales, el Sevilla se convirtió en el más temido que, después de hacer una primera vuelta llena de altibajos, cuajó una muy buena segunda mitad, y aprovechó los empates de los bilbaínos contra el Valencia, Villarreal o Elche, además de las derrotas, para acercarse peligrosamente a los pupilos de Valverde. A falta de cuatro jornadas, se colocaron a tan sólo tres puntos.

El decisivo encuentro

Sin embargo, el calendario tenía un as en la manga, un enfrentamiento que iba a poner todas las cartas sobre la mesa: el partido Athletic-Sevilla de finales de abril. Si los locales se hacían con la victoria, ponían pie y medio en la Champions, si empataban la situación no se movía un ápice y si los tres puntos volaban hacia tierras hispalenses, eran los de Unai Emery quienes tendrían la sartén por el mango.

A priori, iba a ser un partido difícil, tal vez uno de los más complicados de los últimos meses. No obstante, todo quedó en agua de borrajas cuando Susaeta marcó un gol olímpico cuando todavía no se habían cumplido los primeros cinco minutos de partido. A partir de ahí, el Athletic impuso su juego, anuló al Sevilla y poco a poco fue logrando goles que le dieran la tranquilidad necesaria. Muniain y Herrera fueron los autores y el gol de Gameiro en las postrimerías del enfrentamiento no varió el signo del encuentro.

Los jugadores celebran uno de los goles contra el Sevilla. | Foto: Iñigo Larreina (UGS Visión).

Todo se les ponía de cara a los rojiblancos. De los nueve puntos que todavía quedaban en juego, debían lograr tres para certificar la previa de la Champions de manera matemática. Tres oportunidades para acertar y volver a la máxima competición europea. El siguiente enfrentamiento del Athletic era contra el Rayo Vallecano, y como Valverde sabía de la importancia de aquel partido, convocó a toda la plantilla, lesionados incluidos, para celebrar el pase 16 años después. El técnico extremeño no se equivocó. Los jugadores acertaron en esa primera ocasión. Los tantos de San José, De Marcos y Herrera hicieron que el club bilbaíno lograra el sueño que había estado persiguiendo durante tanto tiempo.

El futuro, de color rosa

Así, con la mentalidad de partido a partido, el Athletic ha acariciado la Champions 16 años después, una competición de la que disfrutará a partir de agosto. Ha hecho crecer a futbolistas como Aymeric Laporte, Mikel Rico o Aritz Aduriz, jugadores que serán mirados con lupa en sus próximos compromisos. El éxito en esta campaña ya lo han logrado. Han llegado a la máxima competición europea y hasta los cuartos de final de la Copa del Rey.

Ahora, toca descansar, recuperar fuerzas para un futuro en el que tendrán que afrontar tres competiciones. Después del nivel mostrado en los últimos meses, parece que el equipo será capaz de ello. Sólo habrá que esperar a que se mantenga el bloque y ningún club llegue a Bilbao dispuesto a fichar a esas pequeñas estrellas, a estrellas que han mostrado su valía en el terreno de juego.

El Athletic celebra el pase a Champions. | Foto: Dani Mullor (VAVEL).

Aquí se pueden leer los demás reportajes que resumen otros aspectos de la temporada:

Athletic 2013-2014: en números

Athletic 2013-2014: Ernesto Valverde

Athletic 2013-2014: porteros

Athletic 2013-2014: defensas

Athletic 2013-2014: centrocampistas

Athletic 2013-2014: delanteros

Athletic 2013-2014: fichajes

Athletic 2013-2014: cedidos