Salvador Dalí era un genio extravagante, pero su desbordante cascada de surrealismo expresó en gran medida una sabiduría que fue mucho más allá de la pintura. En La persistencia de la memoria, conocido también como Los relojes blandos, famoso cuadro surrealista pintado en 1931 mediante la técnica del óleo sobre lienzo, encontramos una lección magistral y filosófica del discurrir del tiempo sobre nuestra memoria.

En el lienzo Dalí pintó 3 relojes blandos y uno rígido, el rígido, boca abajo no deja ver el tiempo, es la dura realidad. Los blandos marcan dos horas diferentes que dan a entender la relatividad del tiempo. Llama la atención la presencia de ese reloj rojo rígido copado de hormigas, otra constante en la obra de Dalí, símbolo de decadencia, pues como las hormigas, poco a poco; de día, de noche, en el día a día...el tiempo, que es víctima de sí mismo, nos va devorando…

Dalí pensaba que el tiempo era personal. Los relojes representaban la memoria que en algún momento de nuestras vidas se acaba. En ese sentido es de importancia capital el cuidado de la memoria, si no la cuidas y simplemente la sigues calentando con los constantes recuerdos del pasado, en algún momento se acabará…se derretirá como un reloj. En esta obra de Dalí todo es fugaz y el tiempo es relativo.

Aristóteles que dedicó un gran empeño al estudio del tiempo, se dio cuenta que el tiempo, presenta una profunda incertidumbre. Una parte del tiempo ha acontecido y ya no es, y otra está por venir pero aún no es: por tanto ¿el tiempo es o no es? Justo la relatividad que expresó Dalí en La Persistencia de la memoria…

Un tiempo en rojo, quizás un tiempo sin tiempo para el que la obstinada persistencia de la memoria guarda el no tiempo que transcurrió justo antes del zapatazo de Iniesta, ese para el que algunos, nunca existió

Y si una parte ha acontecido y la que está por venir no es, ¿En qué lugar se encuentra por tanto aquella Selección Española que nos hizo sentirnos tan orgullosos? Justo en el tiempo acontecido que ya no es, pero que perdura en el paisaje, en la persistencia de nuestra memoria, aquella que no puede dejar de recordar los inolvidables momentos que nos hicieron vivir. Por ello ‘el ahora ’que tampoco existe, el límite entre el pasado y el futuro, lugar en el que no hay nada de pasado ni de futuro, resulta tan duro para todos aquellos que disfrutamos con una Selección a la que el tiempo derritió, ese galán de pies veloces que todo lo trajo, pero también se lo llevó.

En los rostros de la selección se pueden ver los relojes blandos de Dalí, el pintor solía decir que muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta. Los relojes, los rostros, como la memoria, se han reblandecido por el paso del tiempo. Son relojes perfectamente verosímiles que siguen marcando la hora de un tiempo fugitivo, de cuya fugacidad ha sido víctima nuestra maravillosa selección, protagonista de una época que perdurará como paisaje de cuadro de Dalí, pero que desgraciadamente pasó. Y como el tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan, se encargará de hacernos ver lo privilegiados que fuimos al poder contemplarlo…

Se dice que Dalí pintó este cuadro después de comer queso camembert…dijo: “Podéis estar seguros de que mis famosos relojes blandos no son otra cosa que el queso camembert del espacio y el tiempo, que es tierno, extravagante, solitario y paranoico-crítico”.

El reloj blando, por su condición de espectro, de fantasma, de vestigio consciente del mundo de los sueños vívidos y vividos, es nuestra selección, la relatividad de la interacción espacio- temporal que se llevó la época más brillante de la historia del fútbol español. Un tiempo en rojo, quizás un tiempo sin tiempo para el que la obstinada persistencia de la memoria guarda el no tiempo que transcurrió justo antes del zapatazo de Iniesta, ese para el que algunos, nunca existió.

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