Hace muchos meses que no duermo bien. El problema comenzó allá por octubre del año pasado, cuando Osasuna jugó sin navarros – y con medio canterano- por primera vez en 50 años. Desde entonces, sin que yo pudiera hacer algo por evitarlo, una serie de personajes atormentados se empezaron a colar en mis sueños. El cuento siempre era el mismo, tocaban el timbre, pasaban a mi cuarto de estar como almas en pena, se recostaban en el diván y procedían, entre lágrimas y gritos, a contarme mil penurias.

Pero, ¿quiénes eran aquellos individuos? Apenas unos días después de empezar a tener pesadillas, buscando respuestas en alguno de los libros de mi estantería, me los encontré de frente. Semiescondida entre literatura olvidada me topé con una foto enmarcada –que ilustra este artículo- en la cual posaban todos aquellos angustiados hombres. Era una foto de la temporada 2000/2001, la primera tras el último ascenso a la máxima categoría del futbol nacional.

Lo primero que me llamó la atención fue la cantidad de canteranos que figuraban en aquel once inicial. Cinco de los once titulares aquel día se habían hecho futbolistas en la academia rojilla. La pasada temporada fueron varios los partidos en los que Osasuna saltó al campo sin canteranos ni navarros y ya sabemos cómo terminó la cosa. Da la impresión de que el fútbol le quiso recordar algo al conjunto navarro entonces, una lección sencillita, pero que el club parecía haber olvidado: si te olvidas de la gente de la casa, te hundes.

Muchas cosas han cambiado desde que se perdiera la categoría aquella fatídica tarde de mayo. La incertidumbre ha sido la protagonista estelar de la actualidad osasunista desde entonces. Hemos asistido y sobrevivido a un melodrama interpretado por la directiva saliente, dividido en capítulos diarios, con el descenso administrativo e incluso la desaparición como telón de fondo. Aquella directiva, afortunadamente, salió, la gestora tomó el relevo y puso en práctica algo poco habitual últimamente, el sentido común. Ahora, perece que lo peor ya ha pasado y, en el aficionado, comienza a brotar una sensación irrefrenable de ilusión.

Una de las primeras noticias positivas fue la contratación de Jan Urban. Desde que su nombre comenzó a sonar en la prensa, no hubo ninguna duda de que él era el deseado. Parecía estar escrito, el del polaco y el de Osasuna eran caminos que se debían cruzar de nuevo. Era algo que tenía que pasar, como una erección una noche de bodas, ningún aficionado disimuló un ápice la alegría de volver a ver al polaco por Pamplona.

La plantilla de Osasuna prepara desde hace unos días su vuelta a la categoría de plata en Inglaterra. En la tierra de Shakespeare, una pila de canteranos está viviendo su particular “Sueño de una noche de verano”, pero es difícil creer que Urban les esté enseñando poesía o fina prosa. Porque Inglaterra también es la patria de ese fútbol simple y rudimentario, tan criticado últimamente por los “expertos” como fructífero históricamente para los navarros.

Parece que Urban tiene claro cuál es el camino a seguir, aquel que se fue perdiendo desde la foto del 2000 hasta la penosa estadística del año pasado. Primer partido de pretemporada, ante un equipo de una categoría equivalente a la que disputará este año Osasuna, y se planta con siete canteranos en el once inicial. ¡Siete! Puede que este porcentaje esté alejado de lo que veamos habitualmente durante la temporada, o no. Desde luego, es una noticia fantástica y, si los chicos valen y lo que necesitan es un curso acelerado de madurez futbolística, cualquiera diría que se ha elegido al mentor adecuado.

Además, la cosa no podría haber empezado mejor, caprichos del deporte rey, el choque terminó con el resultado más recordado de la carrera del exjugador rojillo con Osasuna, 0-4. ¿Es este anecdótico resultado la forma que el fútbol tiene de decirnos que hemos vuelto a la senda adecuada? Lo que no se puede negar es que hemos vuelto a mirar allí donde siempre hemos encontrado compromiso y entrega, allí donde siempre nos sacan las castañas del fuego cuando vienen mal dadas.

Por si esto fuera poco, también ayer, por primera vez en meses, dormí del tirón sin que Rojillo viniera a perturbar mi descanso con miserias y cuentas malditas. Y lo agradezco. Espero que él descanse también, dondequiera que descansen las mascotas olvidadas.