La pertinaz obstinación de la CBF en alejar a Brasil de su maravillosa naturalidad sigue dando sus frutos, al punto de que la transformación genética del futbolista brasileño llevada a cabo en las últimas generaciones, perjudica gravemente la singularidad futbolística de un país que siempre se caracterizó por interpretar y expresar el juego de una forma diferente, singular y siempre cercana al arte. La personalidad futbolística de Brasil es a día de hoy otra y parece haber surgido de una cadena de montaje en lugar de una playa de arenas blancas. La concepción del futbolista tipo inspirado en el mercado europeo, ha logrado transformar la cantera brasileña en lo más similar al modelo granja de Orwell.

No siempre llega el más talentoso con el balón en los pies, el más creativo e imaginativo, en cambio suele llegar todo aquel que sobrepase una cierta altura y unas condiciones físicas muy determinadas que igualan a generaciones enteras de aspirantes a futbolistas. La insistencia en Dunga tras el descalabro de Felipao nos hace temer que los tiempos de Neném Prancha pertenecen a una fantasía lejana, que su filosofía ya no es aplicable a la genética del fútbol brasileño. Por tanto será difícil volver a ver al filósofo técnico Prancha situarse detrás de un mostrador de naranjas como si fuera un vendedor en la playa de Copacabana para lanzarles frutas y separar al crack del menos dotado. Al rescatar del olvido aquellos tiempos nos adentramos en un agujero temporal, en el mundo de lo fantástico, en el que los duendes gingas dejaron de identificarse con el futebol de todo un país.

Solía decir Prancha: "Futebol é muito simples: quem tem a bola ataca; quem não tem defende..." Brasil hoy día se construye genéticamente para no tener la pelota y por lo tanto salta al césped con la intención de defender, un oficio que sin el balón jamás se le dio nada bien. Por ello es de capital importancia que la cantera brasileña recupere la filosofía de Prancha, la de Telé, que vuelva a reconocerse a sí misma en la pelada, en la playa, en la favela y en la tierra, donde germinaron los mayores craques, ídolos y genios con los que se identificó el futbol de firma brasileña.

Y por esa razón hoy la letra de la samba la escribe una mujer, una chica llamada Byanca Beatriz Alves de Araujo, portadora en sus botas de toda la fantasía perdida, de la fabulosa concepción estética de Neném Prancha, de la reivindicación creativa de Sócrates, de la apuesta futbolística del maestro Telé. Porque Byanca, queridos amigos es una aparición en la medianía, la atacante de Foz Cataratas es un bello animal futbolístico, una especie en extinción. Convierte el fútbol en arte, puro show, de ahí que sea conocida como Byanca Brasil, porque representa con su fútbol la genuinidad de un estilo que no solo se añora en su país sino en todo el mundo.

La atleta representa el mayor vestigio de un sueño que se desvanece, que precisa de intérpretes masculinos y femeninos como Byanca, antigua moradora del barrio de Campo Grande, localizado en la periferia de Rio de Janeiro. Una niña prodigio que comenzó a jugar a la edad de los diez años, cuando su padre, que quería tener un niño y ponerle por nombre el de su ídolo Romario, enseñó a Byanca todos los secretos que esconde un balón. Desde entonces la menina de los pies mágicos que deslumbró en Vasco, Bangú y Foz Iguaçu, no ha parado de mostrar a todos el verdadero camino.

Su fútbol es un irreprimible grito que suena a samba, un baile de pies con el que dibuja el fútbol que sueña para su país, el de Leónidas, Zizinho, Freitas, Pelé, Garrincha, Rivelino, Zico, Sócrates, Romario, Ronaldinho… En ella se reconoce Brasil, se reconocen los brasileños, habría sido sencillo hacer este texto con Neymar y su mediático aparato publicitario, pero resulta mucho más genuino descubrir e informar que la llave y el camino reside en esta brasileña que nos recuerda al mejor Ronaldinho. La ‘rainha das lambretas’ que aprendió a hacerlas en su casa, situada en un suburbio de Rio, en un patio de tres metros cuadrados en el que practicaba con una escalera y garrafas que sorteaba con pasmosa facilidad.

Byanca posee una inagotable fuente de recursos, una facilidad asombrosa para quebrar cinturas y abrir bocas, en idéntica proporción. A su paso desmadejados rivales conocen por primera vez qué significa el arte del engaño. Por eso Byanca es Brasil, es el recuerdo de un fútbol que pintó Neném Prancha y nunca se debería extinguir. Byanca no es la garota de Ipanema, pero os aseguro que tiene todo lo bueno de la Samba, la Bossa Nova, y tanto Vinícius de Moraes como Antonio Carlos Jobim, caerían rendidos a sus mágicos pies. Byanca no es una "Menina que passa", sino la que muestra el verdadero camino que debe retomar Brasil.

Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça / É ela a menina que vem e que passa / Num doce balanço caminho do mar.