Hubo piezas cambiantes en el cuadro general. Paco Jémez aprovechó el carácter amistoso del encuentro para subrayar algunos nombres poco habituales. Entre los teóricamente suplentes, Manucho y Quini insuflaron una intensidad especial, opositando a todas luces para una futura titularidad. El partido entre rayistas y gaditanos pertenecía a los locales, en primera instancia. Su juego, lejos de ser profundo, se plasmaba con dominante hegemonía en la posesión, pero sin filo en la zona ofensiva. Por el contrario, el Cádiz no pensaba dos veces antes de lanzar catapultas a la espalda de la zaga madrileña, aunque con muy poca fortuna.

Un palo de madera y un beso a la red

Un palo cilíndrico de madera, por sí solo, no tiene gran significación. Unido a una construcción gemela por medio de una tabla horizontal y atrayendo hacia sí dos disparos consecutivos de un mismo jugador, en este caso Jonathan Pereira, puede determinar la desesperación de un hombre cuyos deseos y anhelos son robados por centímetros. El vigués aprendió la lección de Kroos en su visita al Bernabéu y enroscó dos disparos como un encantador de serpientes, pero ambos tuvieron el mismo desenlace: el famoso palo.

El peligro se vistió de local como ya había hecho la posesión y el Rayo se acomodó en campo rival. En una de sus incursiones, fáciles y sin oposición por el centro del pasillo de su hogar, el cuero se acercó a Manucho. El angoleño de ébano, en ardid de delantero, deslizó sus 83 kilos para olvidar a su marcador y, con la zurda, despedir a un balón encariñado con la red. El celoso guardameta rival no pudo evitar el romance.

De amores y amoríos

El amor, quizá el sentimiento más sublime del que es capaz un ser humano, solo es importante para los que participan de él. De esta manera, el encuentro fue escenario de un flirteo inicial entre Jozabed y el balón, que pronto pasó a relación estable. El resto de jugadores, frustrados pretendientes, se limitaban a ver bailar a la pelota en botas del mediocentro en el mismo centro del centro del círculo central. Si a ese son le añadimos la fonética de maracas que tocaban Quini y Aquino por la banda derecha, y la ternura de unos delanteros que ponían su mirada más seductora para acercarse a la meta rival, encontramos a un equipo visitante que jugó durante muchos minutos el papel de sujetavelas. Cuando se abrió también la banda izquierda del Rayo en busca de líos de goles, el equipo andaluz se hastió de su rol secundario y rompió el guion.

Amarillo

El amarillo es solo un color entre tantos otros. Pero, para gustos, colores, y por colores, pasión. Unos cuantos fanáticos se habían acercado a Vallecas para disfrutar de su color favorito disputando el IV Trofeo de Vallecas. Los portadores de su sagrado color se hicieron esperar, pero el espectáculo cromático dio comienzo. Con Galindo, que irrumpió tarde pero con fuerza en el encuentro, filtrando un pase perfecto que Migue García, con todo el arte de su nombre, no pudo hacer bueno. El amarillo estaba de moda. Mantecón remató desde lejos, después el propio Migue García probó de nuevo. Sin suerte ambos. Sin embargo, Navarrete adquirió el grado de amante de la pelota, infiel a estas alturas a Jozabed, lo cual influyó mucho en el giro de desarrollo del partido. Al acabar la primera parte, Vallecas estaba teñida de amarillo.

Números

Los números se inventaron con el fin de contabilizar unidades, pero no son más que símbolos. Por sí solos, como el palo anterior y futuramente mentado, no son gran cosa. Sin embargo, en la espalda de un jugador de fútbol, absorben el misticismo de los mitos históricos. En un cartel luminoso, pueden ser la nueva esperanza de un jugador en sus primeros minutos o la constatación del mal sabor de boca tras un pésimo partido. Hubo mucho más de lo primero, puesto que jugadores como Aki, Montiel o Toni saltaban al campo de Vallecas para hacer realidad la proyección de sus sueños. La pelota, definitivamente desleal, volvió a cambiar de pareja, encandilada por el número 24 rayista, Pozuelo. Su idilio estaba resultando tedioso para el resto del equipo, pero primero Nacho y después Manucho, desentumecieron la segunda mitad con sendos disparos lejanos. Hablando de números, el tres es protagonista de un refrán mentiroso (“a la tercera va la vencida”). Al menos para Pereira, cuyo tercera rosca tampoco encontró la diana rival.

Tanto el Rayo, con once caras nuevas, como el Cádiz, también con múltiples incorporaciones, frenaron las revoluciones hasta el punto muerto. Se vivieron minutos pésimos, de ataraxia futbolística, de pasión perdida. Mientras el Cádiz se palpaba el pulso, el conjunto de Jémez sufría por la pizarra. Toni era un pilar inmóvil muy cercano a los centrales y no era capaz de conectar con el otro mediocentro, Pozuelo, quien se regía por impulsos anárquicos lejos del orden táctico. A pesar de ello, desde una esquina llegó un balón a Abdoulaye, que remató en posición franca. El azar se olvidó de pintarse una franja roja.

La madera y el cartón

Ya que el cromatismo franjirrojo no le sentaba bien al partido, volvió a probarse el vestido amarillo. ¿Recuerdan aquel palo, aparentemente banal, pero capaz de negar el deseo más ferviente de un hombre? Imantado de cuero, fue el malacitano Jona el siguiente en probar los oscuros designios de su atracción. Un remate que tomó la senda del gol, se desvió como por arte de magia para chocar con la madera, de objeto banal a protagonista de la noche. Para casualidad, era el mismo trozo de madera que fue mentado antes. Para más casualidad, en el mismo punto exacto donde antes lo hiciera el intento de, ¡más casualidades!, otro Jonathan. El delantero de origen hondureño no se rindió ante este ejercicio de brujería y tentó a la suerte al ver a Cristian Álvarez adelantado. La suerte le negó la invitación.

Otro material mundano robó el momento final a la madera, tan invitada esta noche. Hizo su aparición en manos de un hombre vestido de negro, después de un control orientado de Licá. Cuando el portugués cayó, un silbido penetrante precedió a la nueva estrella: una cartulina de cartón. De nuevo cobró importancia el color, puesto que si hubiera sido amarilla, color favorito de los gaditanos, la felicidad no se habría visto mermada. ¿Hay conciencia de la simbología que rodea al fútbol para que un simple cartón rojo provoque el griterío de tres mil personas? Es innegable las características de rito que tiene este deporte. Antes de ver el cartón rojo, el hombre de negro señaló ceremonioso un punto pintado con cal, a exactos once metros de una construcción idéntica a la de madera maldita del otro extremo. Para seguir el rito, Embarba, erigido verdugo, tomó carrerilla e introdujo el esférico en la red. Este es siempre el clímax de este rompecabezas, compuesto de pequeñas piezas. Música, celebración y, al poco rato, pitido final. La pieza que culmina siempre es el gol.

Puntuaciones VAVEL

Rayo Vallecano Cádiz
Cobeño 5 Ricky Alonso 6
Nacho 6 Jaime 6
Amaya 4 A. Sánchez 4
Morcillo 5 Servando 5
Quini 7 Arregui 6
Jozabed 7 Mantecón 3
Baena 6 K. López 5
Álex Moreno 5 Navarrete 7
Aquino 6 Airam 5
Jonathan Pereira 6 Galindo 6
Manucho 7 Migue García 5
Suplentes
C. Álvarez 4 Tomás 5
Tito 5 Juanma 5
Abdoulaye Ba 3 Diego González 6
Zé Castro 6 Jona 6
Aki 5 José Mari 5
Pozuelo 6 Kike 3
Toni 6 Juampe 5
Embarba 7 Alberto 5
Lass 4 - -
Montiel 5 - -
Licá 5 - -
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Sobre el autor
Sergio  Vicente Z.
Graduado en Filología Hispánica. Máster de Profesorado. Apasionado del fútbol y de las letras. Adoro cuando se juntan. Prefiero las buenas intenciones que acaban en fracaso que el éxito basado en las malas.